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Nací en Colombia en los años 90 y desde muchos más años atrás Colombia ha estado en guerra, supuestamente para conseguir la paz. Sin embargo, hoy en 2024 seguimos teniendo una de las mayores tasas de homicidios de la región y Save the Children nos ha catalogado como uno de los países donde más sufren niños y adolescentes a causa de la violencia por el conflicto armado. Hoy escribo para proponer que repensemos la construcción de paz desde nuestras casas, empezando por dejar de pegarle a las niñas y los niños.
Hoy en día, por lo menos uno de cada dos niños menores de cinco años recibe castigos físicos como palmadas y golpes con objetos en el hogar. Mi investigación también muestra que más del 10 % de niños menores de un año ya son castigados físicamente en todos los departamentos del país. ¿No es sorprendente que bebés de menos de 12 meses ya reciban golpes “por portarse mal”? ¿Qué motivo puede haber para pegarle a un bebé que ni siquiera puede hablar?
La violencia contra los niños, incluyendo las “palmaditas” y otros castigos físicos, alimenta la violencia en las comunidades y el conflicto armado. Más de 50 años de investigaciones muestran que el castigo físico puede incrementar comportamientos agresivos a lo largo de la vida y la probabilidad de involucramiento en crímenes durante la adolescencia y adultez, y el uso de la violencia contra la pareja, hijos y otros adultos.
También hemos encontrado que niños que reciben palmadas pueden experimentar un desarrollo atípico en la corteza prefrontal del cerebro, específicamente en áreas que regulan emociones y comportamientos agresivos. Esto sugiere que el castigo físico podría generar consecuencias en la arquitectura cerebral que hace a las personas más propensas a ser reactivas y violentas.
En Colombia hemos encontrado, en estudios con más de 7.000 niños, que el sufrir de castigos físicos en el hogar aumenta los comportamientos agresivos y reduce comportamientos prosociales. Estas conductas prosociales, que incluyen demostrar empatía, altruismo, cooperación y el valorar al otro, son fundamentales para construir paz y reconciliación.
El resumen de esta evidencia científica es simple: la violencia genera violencia y el pegar a los niños les enseña, implícitamente, que la violencia está bien o es útil para resolver conflictos y problemas, lo cual incrementa el uso de la violencia.
El problema es que la idea de que violencia genera violencia también opera en la otra dirección. En una investigación con más de 11.000 mamás en 217 municipios de Colombia encontramos una mayor probabilidad de uso de castigo físico en municipios con presencia de grupos armados y más violencia por el conflicto armado. El estrés de la guerra puede desbordar a los padres y hacerlos más “autoritarios”, probablemente para proteger a los niños de los peligros del contexto.
¿Qué hacer entonces para romper el ciclo de la violencia? Primero, entender que para construir paz necesitamos parar la violencia y trabajar por la vida, la reconciliación y el cuidado del otro. Segundo, entender que golpear a los niños no sirve y tan solo les enseña a ser violentos. Tercero, invertir como país en promover una cultura de paz y cuidado desde los hogares.
Necesitamos políticas y programas que apoyen a las familias y a los padres, incluyendo apoyos para la crianza que promuevan la disciplina no violenta y la construcción de una cultura de cuidado, empezando por las interacciones pequeñas y diarias en el hogar con nuestros niños.