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Por: Jenny Pearce* y Juan David Velasco**
¿Qué pasará después de la pandemia del coronavirus en el mundo? ¿Qué futuro le espera a la democracia liberal y el capitalismo? Estas preguntas han concentrado la atención de numerosos académicos y periodistas, hasta el punto de que algunos de ellos consideran probable el surgimiento de un nuevo orden o, más bien, desorden global que rompería incluso con las instituciones del pasado.
El filósofo Byung-Chul Han, en un artículo publicado por El País de España, sostuvo que el éxito de países asiáticos como China, Hong Kong, Singapur y Corea del Sur, en la contención de la pandemia, llevarían a repensar el concepto clásico de soberanía, centrado en la decisión de abrir o cerrar fronteras. Para este pensador, después de la crisis, el “modelo de Estado policivo digital” se podría exportar a Occidente, lo que llevaría a socavar los derechos a la intimidad y la privacidad, pues la planificación económica y el control sanitario de poblaciones enteras dependería más del Big Data, la integración de bases de datos y las cámaras de vigilancia facial, que del respeto a los derechos centrados en la libertad y la autonomía personal.
Por su parte, el filósofo israelí Yuval Noah Harari, en el Financial Times, planteó la posibilidad de una división del mundo en torno a dos modelos opuestos: el primero es entre la vigilancia totalitaria y el empoderamiento ciudadano, y el segundo es entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad global. Aunque el planeta vive esa disyuntiva, para Harari la posibilidad de que se normalicen las herramientas de vigilancia digital a gran escala por parte de los gobiernos son más altas, pues no sólo los países asiáticos están implementando esta clase de medidas, sino también naciones con tradiciones culturales y religiosas distintas como Israel y Rusia.
Finalmente, la revista Foreign Policy consultó a doce expertos sobre cómo será el mundo después del coronavirus. Las predicciones más comunes fueron: aumento del nacionalismo, frenos a la globalización económica (reducir la dependencia externa de cadenas de suministro), proliferación de Estados débiles y fallidos en América Latina y África, aumento de la protesta social (ante la impotencia de los gobiernos para atender el desempleo y la pobreza) y un mayor protagonismo de los países asiáticos en el escenario global. Un panorama poco alentador.
¿El fin de la democracia liberal?
Sin duda, el nivel de éxito y fracaso de los países para contener la pandemia del coronavirus y evitar los daños económicos que emanan de la aplicación de medidas de emergencia marcará una ruta hacia las nuevas formas de organización política y social de la humanidad. Por ahora es prematuro hablar del fin de la democracia liberal como modelo hegemónico, a pesar de los inminentes obstáculos que enfrenta.Por un lado, los países más eficientes en el control de la pandemia tienen rasgos marcadamente autoritarios y no son partidarios del respeto al habeas data, la privacidad en las conversaciones personales y la confidencialidad en la información que se consume en internet. Además de los “tigres asiáticos”, sorprende que Rusia, India, Egipto y Filipinas tengan proporcionalmente menos casos de infectados y muertos por el coronavirus, mientras que en países con instituciones liberales más fuertes como España, Italia, Alemania, Francia y Suiza estén gravemente afectados.
Por otro lado, en América Latina, el caso hasta ahora más exitoso --El Salvador-- encierra una paradoja: hay muy pocos contagiados y cero muertos, y el carismático presidente Nayib Bukele prometió ensanchar los programas sociales para cuidar a los más vulnerables, exigiéndoles un mayor compromiso tributario a los ricos y empresarios. Sin embargo, fue el mismo Bukele quien semanas atrás, en un intento por desconocer el sistema de pesos y contrapesos típico de una democracia liberal, optó por militarizar el Congreso para intimidar a los parlamentarios y así lograr que le aprobaran rápidamente un crédito internacional.
Solo un hecho ha sido, por el momento, un alivio para los defensores de la democracia liberal: los líderes populistas de derecha en Estados Unidos (Donald Trump) y Brasil (Jairo Bolsonaro), y de izquierda en México (Andrés Manuel López Obrador), al priorizar los intereses económicos sobre el estado de salud, no implementaron las medidas oportunas para detener la curva epidemiológica. A futuro, la cantidad de muertos y enfermos, el colapso del sistema de salud, la insostenibilidad fiscal de los subsidios a empresas y sectores vulnerables y la falta de liderazgo internacional pondrán en evidencia que los regímenes populistas dieron el peor manejo posible a la crisis.
Sin embargo, los liberales no parecen ser capaces de generar una visión política más allá del coronavirus, pues los esfuerzos de coordinar el planeta desde la dominación capitalista y occidental, que tuvo sus raíces en las guerras mundiales del siglo XX, parecen ya cosa del pasado. El individualismo, el consumo desmedido y la contradicción aparentemente insuperable entre los derechos a la libertad y la igualdad han debilitado la legitimidad interna del modelo.
El virus ha creado un desabastecimiento y pondrá en vilo la estabilidad fiscal de los países, lo que llevará a muchos a preferir la búsqueda de salidas individuales por encima del actuar colectivo. La polarización en las democracias liberales se expresaba con más belicosidad antes de la pandemia y, ahora, no se sabe qué pueda pasar cuando crezcan el desempleo y la pobreza, como producto de la recesión económica mundial.
Una alternativa distinta
Sin embargo, dentro del mundo hay una capacidad de creatividad desde abajo, que nos da perspectivas y horizontes, donde la palabra contingencia es lo más útil. Un ejemplo es Taiwán. Allí, el éxito para enfrentar la pandemia no fue resultado del autoritarismo, sino de la combinación de cultura cívica y tecnología. En este país, más de la mitad de la población participa en una plataforma digital que ayuda a identificar el universo de personas con síntomas de coronavirus, entregando al Gobierno información oportuna que le permite focalizar en el territorio la práctica de pruebas y, después, hacer seguimiento a las situaciones críticas, evitando así la ampliación del contagio. Igualmente, los empresarios han desarrollado varias aplicaciones para racionalizar las compras de alimentos, alcohol y tapabocas, resolviendo los problemas de desabastecimiento.En ese orden, el caso de Taiwán demuestra que las redes cívicas y la participación de la ciudadanía ayudan a reducir las intervenciones autoritarias de los Gobiernos para contener con eficacia la pandemia. Por eso, es preciso recordar que América Latina, a pesar de los legados de violencia, criminalidad, cierres democráticos y abusos estatales, es una región de acción ciudadana, de superación de dificultades desde la base, de movimientos afros, indígenas y de mujeres ejemplares. Y qué decir de Europa y Estados Unidos, donde han surgido los movimientos antiracistas, feministas, medioambientales y propaz que han cambiado la historia del mundo.
En síntesis, frente al autoritarismo de Rusia y los países asiáticos capitalistas; frente al negacionismo de los líderes populistas de Estados Unidos, México y Brasil; y frente al desconcierto de los socialdemócratas de Europa occidental, puede surgir un camino esperanzador: el de la formación de redes cívicas que apoyan la acción estatal a través de la tecnología (Taiwán). Este camino será más viable en la medida que se proteja la economía del cuidado, y se reconozca con orgullo patriótico el trabajo realizado por médicos, enfermeras, científicos y distribuidores de domicilios.
El mundo aún tiene la opción de impulsar el cambio de abajo hacia arriba, y de encontrar en este modelo participativo, una fuente de renovación democrática después de la pandemia.
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