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Dirigir con y sin partitura

Columnista invitado EE: Esteban Bernal Carrasquilla*
23 de marzo de 2023 - 12:09 a. m.

El pasado 3 de marzo se presentó, en el Teatro Colón de Bogotá, la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia bajo la batuta de Yeruham Scharovsky. A lo largo de casi dos horas de concierto la orquesta mantuvo un sonido afincado, afinado y pulcro, sin duda gracias al liderazgo de un director riguroso y a un proyecto renovado.

Dejé de ver a la Sinfónica hace más de un lustro porque le perdí interés a causa del descuido en su trabajo. A pesar de que siempre ha contado con músicos de muy buen nivel interpretativo, muchos de ellos profesores universitarios y miembros de agrupaciones de cámara de calidad, hay que decirlo, la orquesta dejó de sonar bien. Desafinaba más de lo usual, la exactitud no era una constante y su sonido se tornó pequeño y tímido.

En ese entonces corrían rumores de que en los equipos administrativo y musical de la Sinfónica se respiraba un ambiente de tensión que la tenía fragmentada y con la moral baja. A la luz del desempeño en tarima, pocas dudas quedan de que lo dicho en pasillos era cierto. Y es que la virtud de un equipo no depende de sus protagonistas, sino de la cohesión, la buena comunicación y la sintonía con el proyecto institucional, asuntos que parecían hacer falta en la década de los diez.

Lo anterior ha venido ajustándose desde que Juan Antonio Cuéllar asumió la gerencia general de la orquesta en 2020. Aunque es un compositor de renombre, en al campo de la dirección administrativa y académica de organizaciones artísticas, Cuéllar destacó en el pasado por su liderazgo positivo en la Fundación Nacional Batuta como presidente ejecutivo y en la Facultad de Artes de la Universidad Javeriana como decano. Liderazgo positivo que tiene un enfoque en calidad más que en cantidad, y en el cuidado y reconocimiento del otro. Por añadidura, un proyecto liderado de esta manera mejora en cifras y rendimiento. A Cuéllar lo recuerdan con cariño y admiración en ambas instituciones, hoy fortalecidas.

La gerencia actual de la Sinfónica parece tener una partitura clara que su gerente escribió y sigue con detalle: sonar bien; tocar repertorio pertinente, tanto histórico como moderno y contemporáneo; hacer énfasis en los conciertos para instrumento y orquesta, siempre con solistas de excelencia; contar con directores invitados; y tener buenas relaciones dentro y fuera.

Lo anterior queda claro con el concierto del 3 de marzo, realizado con apoyo de la Embajada de Israel en Colombia. La orquesta sonó bien de inicio a fin. En España, del romántico francés Emmanuel Chabrier, el piano sutil y el forte vigoroso, y los juegos rítmicos sincopados siempre justos. En el Concierto de Aranjuez, del nacionalista español Joaquín Rodrigo, el balance perfecto para no opacar la guitarra del brasileño Fabio Zanon (a este le faltó claridad y mesura, aunque tocó bellamente) y las entradas bien coordinadas. Y en la Sinfonía Manfred del romántico ruso Piotr Ilich Chaikovski, animosidad y sensatez con una obra larga y pesada (entre los expertos, obra de arte para unos, despropósito para otros).

Lo más impresionante y a la vez gratificante del concierto fue que Scharovsky dirigió todo de memoria, sin partituras. Fue evidente que tal decisión contribuyó a la comunicación clara y directa con la orquesta. Sus gestos se dirigían, más que a secciones de instrumentos, a instrumentistas con quienes establecía contacto visual, a quienes lideraba en vez de dar órdenes, a quienes potenciaba en sus talentos y los invitaba a sumarlos como equipo.

La Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia se ha renovado, para bien, desde la perspectiva contemporánea del liderazgo.

* Realizador radial de Javeriana Estéreo

Por Esteban Bernal Carrasquilla*

 

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