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Por: Helena Urán Bidegain
Hoy no puedo quedarme callada. No cuando veo que quienes buscan construir un mejor país para el conjunto de la sociedad son quienes terminan siendo golpeados y expulsados una y otra vez.
Imposible aceptar que hay que resignarse porque esa es la historia de Colombia. Solo dolor, sin gloria.
Un país manejado por intereses que favorecen sólo a unos pocos, que buscan mantener a su propio país en completa ignorancia, e intimidados, para después esconder mejor sus fechorías. Es la historia repetida de cómo los gobernantes y empresarios del país se burlan una y otra vez de su propia gente.
Hablaré desde mi propia experiencia. A los 10 años mi vida cambió para siempre. El Estado dejó que mi padre fuera ejecutado por sus fuerzas armadas que después buscaron hacerlo pasar por un "falso positivo". Nosotros, su familia, logramos encontrar el cuerpo antes de que fuese desaparecido como NN acusado de ser guerrillero, gracias a una valiente amiga médica.
En ese momento, 1985, el Estado traicionó a mi padre y a otros tantos magistrados, servidores públicos y empleados del Palacio de Justicia. El Estado no hizo nada para controlar lo que pasaba dentro de ese infierno que fue la toma y retoma del Palacio de Justicia y pasados los años tampoco ha procurado realmente esclarecer los hechos. Ha sido lo contrario. Silencio, intimidación, mentira. También de los medios de comunicación.
22 años después de la tragedia del Palacio de Justicia, fue Daniel Coronell quien reveló a mi familia y al país, lo que realmente hizo el ejército con mi papá, en su columna de la revista Semana “Un crimen casi perfecto”.
También en esa ocasión fue su valor periodístico y compromiso con el país, lo que nos acercó a la verdad. El suyo junto al de una mujer, Ángela María Buitrago, fiscal que rindió honor a su cargo y que, igual que Daniel Coronell hoy, fue despedida de su puesto por cumplir con su deber.
La revista Semana le comunicó a Daniel Coronell que no seguiría ocupando su cargo como columnista de esa revista justo después de que él cuestionara al semanario por no publicar, como en cambio si lo hizo The New York Times, una investigación sobre nuevas ejecuciones extrajudiciales en Colombia, a pesar de contar con la información desde meses atrás.
Una fiscal, despedida por pedir rendición de cuentas a quienes cometen crímenes, es decir, por cumplir con la justicia y un periodista expulsado por pedir explicaciones en cuanto a la falta de divulgación de información de gran interés público, es decir, por cumplir con la verdad. Un mundo al revés.
Siento estar viviendo una película una y otra vez. Quien se atreve a cuestionar ciertos poderes es sancionado, para a su vez intimidar a otros. La democracia sólo es real y funciona cuando existen contrapesos al poder. Lamentablemente Colombia parece acercarse cada día más a su vecino país Venezuela sobre el que, sin embargo, no duda un minuto en denunciar.
La publicación por el caso de mi papá le valió a Daniel Coronell y a su equipo un merecido premio Simón Bolívar y a mi familia algo invaluable: recuperar un poco de dignidad. Esto se lo debo a él.
A pesar de lo desolador que es el panorama en Colombia, personas como Daniel Coronell nos recuerdan siempre que también existe otra cara del país distinta a la de los violentos y poderosos que solo buscan proteger sus intereses a cualquier precio.
Él con sus columnas y trabajo periodístico le ha dado, no sólo a mí sino a gran parte del país, esperanza de que las cosas sí se pueden y deben hacerse bien, estando siempre del lado de la verdad y del conjunto de la sociedad. Si el Estado y las empresas buscan quebrar a quienes realmente luchan por un mejor país, es hora que la sociedad civil se pronuncie y no tolere más estos actos que no son individuales, sino contra los derechos de todos nosotros.
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