El día en que perderemos el derecho a decidir quiénes somos
Por: Juliana Vargas (@jvargasleal)
El 28 de enero se celebra el día mundial de la protección de datos personales. En general, toda persona tiene el derecho a controlar quien recolecta sus datos personales y para qué fines. También, tiene el derecho de conocer actualizar y rectificar las informaciones que se hayan recogido sobre ellos en los bancos de datos y en archivos de entidades públicas y privadas. No obstante, las nuevas tecnologías están amenazando esta forma de proteger la intimidad e identidad de las personas. ¿Llegará el día en que no podremos decidir quiénes somos? Hoy, día mundial de la protección de datos personales, dilucidamos el futuro que puede materializarse.
“Todas las personas tienen derecho a su intimidad personal y familiar y a su buen nombre, y el Estado debe respetarlos y hacerlos respetar. De igual modo, tienen derecho a conocer, actualizar y rectificar las informaciones que se hayan recogido sobre ellos en los bancos de datos y en archivos de entidades públicas y privadas”.
Así reza el artículo 15 de la Constitución Política, y por años ha servido de cimiento sobre el cual se ha defendido el derecho al “hábeas data”. Tenemos derecho a controlar quién recolecta y trata nuestros datos personales, tenemos derecho a mantener una esfera privada inviolable… Tenemos derecho a definir quiénes somos. ¿Quién más sino nosotros tiene el derecho a definir nuestro propio yo?
En pleno siglo XXI, cuando el cambio es la norma y la discontinuidad es lo constante, tal vez sí exista alguien con la suficiente capacidad de definir quiénes somos. Sabrá sobre fobias de las que ni nosotros mismos éramos conscientes, tal vez nos niegue algún préstamo bancario e incluso asegurará que lo nuestro es la administración cuando siempre quisimos ser músicos.
Claro que estoy hablando de un “quién” cuando tal vez debería hablar de un “qué”, de un “algo” nebuloso, invisible y omnipresente que, por ahora, llamaré el “Computador Informático Mundial”. Este computador aún no existe, pero lo más probable es que lo vea en unos años. Para definirlo lo compararé con la electricidad. Al comienzo, cada fábrica tenía su propio generador de energía, el cual era el principal proceso comercial para facilitar la producción. Luego, cuando fue posible transportar la electricidad a grandes distancias, las fábricas empezaron a compartir una planta de poder conjunta. Cuando las centrales de energía empezaron a ofrecer sus servicios a miles de compradores, tiempo después las fábricas aceptaron su dependencia a un tercero y se creó una economía de escala. En un mercado, los modos de producción más eficientes inevitablemente sobrevivirán a las menos eficientes.
Algo análogo está ocurriendo en relación con la tecnología. En un comienzo, cada empresa tenía su propio hardware y licencias de software, mas, hoy en día, estamos viendo las primeras señales de que estas empresas estén cediendo a los servicios de un tercero. Ahora existen proveedores ofreciendo “software como servicio” basado en computación en la nube en donde los proveedores cobran el servicio dependiendo de la capacidad usada por el cliente. Esto les ahorra a las compañías varias inversiones en hardware y la obtención de distintas licencias de software. Con toda probabilidad, en los siguientes 10 años, las compañías podrán vender su propia “planta eléctrica” hecha de tecnologías de la información y podrán colgarse a una gran “red” o a un gran “Computador Informático Mundial” que esté presente a lo largo de todos los procesos tecnológicos y todos nuestros dispositivos. Haremos clic en este computador para conectarnos a una “red” omnipresente.
En suma, las tecnologías de la información se están convirtiendo progresivamente en una utilidad general. Por ejemplo, compañías de la Unión Europea están usando servicios de computación en la nube ofrecidas por empresas estadounidenses. Eventualmente, todo el mundo entrará a un computador mundial con su nube de datos, su software y sus sensores y dispositivos conectados. Los sensores estarán presentes en todas partes como trasfondo, detectando movimiento y siendo capaces de decir dónde estamos en cualquier momento. Mi casa sabrá cuándo llegaré del trabajo con el fin de prender el calentador y tener las tostadas listas a tiempo.
Este nuevo escenario está amenazando poco a poco las leyes actuales sobre protección de datos personales. Antes, los datos eran un subproducto de algún servicio, por ejemplo, las tiendas recolectaban el historial de compras de sus clientes para perfilar sus gustos. En este antiguo escenario, es fácil preguntarle al titular de los datos personales si consiente la recolección y tratamiento de sus datos, es fácil informarle los fines para los cuales serán tratados sus datos y es sencillo llevar un récord de los datos recolectados.
Ahora, los datos personales son primeramente recolectados y son combinados con datos de otras fuentes para poder formar la base del servicio. En estos casos, no es posible obtener un consentimiento informado del titular ni informarle para qué fines se usarán los datos.
—¿Qué datos requerimos? No lo sabemos. Puede que su localización, sus movimientos, tal vez también qué restaurantes le gustan y las horas que pasa en diferentes apps. ¿Para qué fines? Bueno, eso depende. Al combinar sus datos con macrodatos de otras fuentes, encontraremos nuevos hobbies que puedan interesarle, tal vez le aconsejaremos que acuda a un gastroenterólogo y lo acompañaremos en sus viajes, sugiriéndole hoteles y planes. La verdad, mil y un fines pueden surgir durante el tratamiento”.
Así fue como nacieron Google Street View y Google Maps, por ejemplo. Nadie vino a nuestra casa a preguntarnos si consentíamos ser localizados las 24 horas del día y que dichos datos fueran combinados con imágenes satélites, encuestas meteorológicas y mapas municipales. Nadie nos preguntó si queríamos que nuestros datos de movimiento fueran registrados. Nadie nos preguntó si queríamos que se supiera a qué lugares acudíamos y para qué. De habernos preguntado esto antes de la existencia de Google Maps y Google Street View, seguramente habríamos sentido un cosquilleo y no hubiéramos consentido en el tratamiento de nuestros datos personales. No es sino hasta hoy que las personas son conscientes del alcance que tienen estas apps y los cientos de funciones que tienen, algo que no se habría sabido a priori.
Así es como también están evolucionando distintas aplicaciones que, a su vez, se conectan con distintos objetos como aspiradoras, neveras y relojes (Internet de las Cosas). Llegará el momento en que los datos recolectados por mi aspiradora inteligente se combinarán con el historial de compras que está almacenado en mi nevera. Estos, a su vez, se combinarán con los latidos de mi corazón, mi estrés y mi nivel de colesterol almacenados en mi reloj para, finalmente, ser aconsejado que debo dejar el azúcar definitivamente, bajar el consumo de sal, botar el café a la basura y cambiar la leche deslactosada por la de almendras. Oh, y al combinar mis datos con otros macrodatos, me asegurarán que tengo tendencia a la depresión, que mis hijos tal vez sufran de hipertensión cuando crezcan y que debería leer más historia que biografías porque mis reacciones bioquímicas resultan ser más positivas.
Este proceso de recolección masiva de datos personales, provenientes de un sinfín de dispositivos y combinados a velocidades exorbitantes, es lo que se conoce como “Big Data”. Mientras que los análisis tradicionales buscan respuestas a una pregunta predeterminada, los análisis detrás del Big Data llevan a descubrir conexiones y relaciones entre los datos que antes era inesperado o desconocido. Busca el “qué” sin tener en cuenta el “por qué”. Sabremos que hay una correlación entre una calificación crediticia baja y sufrir más accidentes de tránsito, pero no sabremos por qué.
Cada vez estamos más conectados a Internet y a las máquinas inteligentes, así que más y más datos personales nuestros están fuera de nuestro control, están siendo tratados por alguna compañía detrás de una app y están siendo compartidos a un sinfín de terceros de los cuales no tenemos idea. Sí, tenemos el derecho a controlar quién recolecta nuestros datos y saber para qué se están tratando, pero en un mundo hiperconectado, en el que dependemos cada vez más de nuestros teléfonos inteligentes, neveras inteligentes, relojes inteligentes, Alexa y Siri, llega un punto en que la masa de datos es sencillamente abrumadora. Entre más dependemos de los servicios ofrecidos por las nuevas tecnologías, más se sabrá de nosotros.
Inevitablemente, las correlaciones que resultan del tratamiento de miles de datos dirán si somos propensos a tener más accidentes de tránsito, a estar en mora de pagar un préstamo o a cometer un crimen. De estos análisis, nuestros seguros serán más costosos, no nos concederán préstamos y la policía nos detendrá en la calle más que de costumbre. El día en que finalmente la red gane, el día en que aquel Computador Informático Mundial se consolide, ese será el día en que nos será imposible desconectarnos si queremos vivir en sociedad. Los humanos estarían conectados casi desde el nacimiento, y si más tarde eligiéramos desconectarnos, las agencias de seguros podrían rechazar asegurarnos, los patronos rehusar contratarnos y los servicios de asistencia sanitaria negarse a cuidar de nosotros.
En lugar de decidir quién somos y qué queremos, nos será arrebatado el mismísimo derecho de identidad. Los algoritmos y el Big Data nos dirán quiénes somos y qué queremos. Estaremos sujetos a una dictadura algorítmica en la que no seremos relevantes. Incluso, podría crearse un nuevo tipo de discriminación, pues ya no se discriminará por razones de raza o la pertenencia a algún colectivo. Ahora, se discriminará debido a características únicas que llevamos dentro:
—¿Por qué no me dan el préstamo?
—No lo sé, eso fue lo que arrojó el algoritmo.
La autoridad pasará de los humanos a los algoritmos y esto, a su vez, posibilitará a las empresas y a los organismos gubernamentales conocernos, manipularnos y llegar a descubrir los más íntimos secretos de nuestros cuerpos y conciencias. Pero claro, aún no hemos llegado a tal escenario. Aún no existe una dictadura algorítmica o una red de datos omnipresente totalmente consolidada. Tal como dice Yuval Noah Harari en su libro 21 Lecciones para el Siglo XXI, “lo mejor que podemos hacer es recurrir a nuestros abogados, políticos, filósofos e incluso poetas para que se centren en este misterio: ¿cómo regulamos la propiedad de los datos?”. Es una tarea que se ha realizado por años y continuará desarrollándose por muchos más. Por ahora, hoy, día mundial de la protección de datos personales, que este artículo sea un llamado al poder que tiene nuestro yo y ser conscientes de cómo lo estamos manejando en esta fusión hombre-máquina que no se detendrá.
*Este artículo fue basado en “Big Data Protection. How to Make the Draft EU Regulation on Data Protection Future Proof”, de Lokke Moerel; “21 Lecciones para el Siglo XXI”, de Yuval Noah Hararis, entre otras fuentes.
Por: Juliana Vargas (@jvargasleal)
El 28 de enero se celebra el día mundial de la protección de datos personales. En general, toda persona tiene el derecho a controlar quien recolecta sus datos personales y para qué fines. También, tiene el derecho de conocer actualizar y rectificar las informaciones que se hayan recogido sobre ellos en los bancos de datos y en archivos de entidades públicas y privadas. No obstante, las nuevas tecnologías están amenazando esta forma de proteger la intimidad e identidad de las personas. ¿Llegará el día en que no podremos decidir quiénes somos? Hoy, día mundial de la protección de datos personales, dilucidamos el futuro que puede materializarse.
“Todas las personas tienen derecho a su intimidad personal y familiar y a su buen nombre, y el Estado debe respetarlos y hacerlos respetar. De igual modo, tienen derecho a conocer, actualizar y rectificar las informaciones que se hayan recogido sobre ellos en los bancos de datos y en archivos de entidades públicas y privadas”.
Así reza el artículo 15 de la Constitución Política, y por años ha servido de cimiento sobre el cual se ha defendido el derecho al “hábeas data”. Tenemos derecho a controlar quién recolecta y trata nuestros datos personales, tenemos derecho a mantener una esfera privada inviolable… Tenemos derecho a definir quiénes somos. ¿Quién más sino nosotros tiene el derecho a definir nuestro propio yo?
En pleno siglo XXI, cuando el cambio es la norma y la discontinuidad es lo constante, tal vez sí exista alguien con la suficiente capacidad de definir quiénes somos. Sabrá sobre fobias de las que ni nosotros mismos éramos conscientes, tal vez nos niegue algún préstamo bancario e incluso asegurará que lo nuestro es la administración cuando siempre quisimos ser músicos.
Claro que estoy hablando de un “quién” cuando tal vez debería hablar de un “qué”, de un “algo” nebuloso, invisible y omnipresente que, por ahora, llamaré el “Computador Informático Mundial”. Este computador aún no existe, pero lo más probable es que lo vea en unos años. Para definirlo lo compararé con la electricidad. Al comienzo, cada fábrica tenía su propio generador de energía, el cual era el principal proceso comercial para facilitar la producción. Luego, cuando fue posible transportar la electricidad a grandes distancias, las fábricas empezaron a compartir una planta de poder conjunta. Cuando las centrales de energía empezaron a ofrecer sus servicios a miles de compradores, tiempo después las fábricas aceptaron su dependencia a un tercero y se creó una economía de escala. En un mercado, los modos de producción más eficientes inevitablemente sobrevivirán a las menos eficientes.
Algo análogo está ocurriendo en relación con la tecnología. En un comienzo, cada empresa tenía su propio hardware y licencias de software, mas, hoy en día, estamos viendo las primeras señales de que estas empresas estén cediendo a los servicios de un tercero. Ahora existen proveedores ofreciendo “software como servicio” basado en computación en la nube en donde los proveedores cobran el servicio dependiendo de la capacidad usada por el cliente. Esto les ahorra a las compañías varias inversiones en hardware y la obtención de distintas licencias de software. Con toda probabilidad, en los siguientes 10 años, las compañías podrán vender su propia “planta eléctrica” hecha de tecnologías de la información y podrán colgarse a una gran “red” o a un gran “Computador Informático Mundial” que esté presente a lo largo de todos los procesos tecnológicos y todos nuestros dispositivos. Haremos clic en este computador para conectarnos a una “red” omnipresente.
En suma, las tecnologías de la información se están convirtiendo progresivamente en una utilidad general. Por ejemplo, compañías de la Unión Europea están usando servicios de computación en la nube ofrecidas por empresas estadounidenses. Eventualmente, todo el mundo entrará a un computador mundial con su nube de datos, su software y sus sensores y dispositivos conectados. Los sensores estarán presentes en todas partes como trasfondo, detectando movimiento y siendo capaces de decir dónde estamos en cualquier momento. Mi casa sabrá cuándo llegaré del trabajo con el fin de prender el calentador y tener las tostadas listas a tiempo.
Este nuevo escenario está amenazando poco a poco las leyes actuales sobre protección de datos personales. Antes, los datos eran un subproducto de algún servicio, por ejemplo, las tiendas recolectaban el historial de compras de sus clientes para perfilar sus gustos. En este antiguo escenario, es fácil preguntarle al titular de los datos personales si consiente la recolección y tratamiento de sus datos, es fácil informarle los fines para los cuales serán tratados sus datos y es sencillo llevar un récord de los datos recolectados.
Ahora, los datos personales son primeramente recolectados y son combinados con datos de otras fuentes para poder formar la base del servicio. En estos casos, no es posible obtener un consentimiento informado del titular ni informarle para qué fines se usarán los datos.
—¿Qué datos requerimos? No lo sabemos. Puede que su localización, sus movimientos, tal vez también qué restaurantes le gustan y las horas que pasa en diferentes apps. ¿Para qué fines? Bueno, eso depende. Al combinar sus datos con macrodatos de otras fuentes, encontraremos nuevos hobbies que puedan interesarle, tal vez le aconsejaremos que acuda a un gastroenterólogo y lo acompañaremos en sus viajes, sugiriéndole hoteles y planes. La verdad, mil y un fines pueden surgir durante el tratamiento”.
Así fue como nacieron Google Street View y Google Maps, por ejemplo. Nadie vino a nuestra casa a preguntarnos si consentíamos ser localizados las 24 horas del día y que dichos datos fueran combinados con imágenes satélites, encuestas meteorológicas y mapas municipales. Nadie nos preguntó si queríamos que nuestros datos de movimiento fueran registrados. Nadie nos preguntó si queríamos que se supiera a qué lugares acudíamos y para qué. De habernos preguntado esto antes de la existencia de Google Maps y Google Street View, seguramente habríamos sentido un cosquilleo y no hubiéramos consentido en el tratamiento de nuestros datos personales. No es sino hasta hoy que las personas son conscientes del alcance que tienen estas apps y los cientos de funciones que tienen, algo que no se habría sabido a priori.
Así es como también están evolucionando distintas aplicaciones que, a su vez, se conectan con distintos objetos como aspiradoras, neveras y relojes (Internet de las Cosas). Llegará el momento en que los datos recolectados por mi aspiradora inteligente se combinarán con el historial de compras que está almacenado en mi nevera. Estos, a su vez, se combinarán con los latidos de mi corazón, mi estrés y mi nivel de colesterol almacenados en mi reloj para, finalmente, ser aconsejado que debo dejar el azúcar definitivamente, bajar el consumo de sal, botar el café a la basura y cambiar la leche deslactosada por la de almendras. Oh, y al combinar mis datos con otros macrodatos, me asegurarán que tengo tendencia a la depresión, que mis hijos tal vez sufran de hipertensión cuando crezcan y que debería leer más historia que biografías porque mis reacciones bioquímicas resultan ser más positivas.
Este proceso de recolección masiva de datos personales, provenientes de un sinfín de dispositivos y combinados a velocidades exorbitantes, es lo que se conoce como “Big Data”. Mientras que los análisis tradicionales buscan respuestas a una pregunta predeterminada, los análisis detrás del Big Data llevan a descubrir conexiones y relaciones entre los datos que antes era inesperado o desconocido. Busca el “qué” sin tener en cuenta el “por qué”. Sabremos que hay una correlación entre una calificación crediticia baja y sufrir más accidentes de tránsito, pero no sabremos por qué.
Cada vez estamos más conectados a Internet y a las máquinas inteligentes, así que más y más datos personales nuestros están fuera de nuestro control, están siendo tratados por alguna compañía detrás de una app y están siendo compartidos a un sinfín de terceros de los cuales no tenemos idea. Sí, tenemos el derecho a controlar quién recolecta nuestros datos y saber para qué se están tratando, pero en un mundo hiperconectado, en el que dependemos cada vez más de nuestros teléfonos inteligentes, neveras inteligentes, relojes inteligentes, Alexa y Siri, llega un punto en que la masa de datos es sencillamente abrumadora. Entre más dependemos de los servicios ofrecidos por las nuevas tecnologías, más se sabrá de nosotros.
Inevitablemente, las correlaciones que resultan del tratamiento de miles de datos dirán si somos propensos a tener más accidentes de tránsito, a estar en mora de pagar un préstamo o a cometer un crimen. De estos análisis, nuestros seguros serán más costosos, no nos concederán préstamos y la policía nos detendrá en la calle más que de costumbre. El día en que finalmente la red gane, el día en que aquel Computador Informático Mundial se consolide, ese será el día en que nos será imposible desconectarnos si queremos vivir en sociedad. Los humanos estarían conectados casi desde el nacimiento, y si más tarde eligiéramos desconectarnos, las agencias de seguros podrían rechazar asegurarnos, los patronos rehusar contratarnos y los servicios de asistencia sanitaria negarse a cuidar de nosotros.
En lugar de decidir quién somos y qué queremos, nos será arrebatado el mismísimo derecho de identidad. Los algoritmos y el Big Data nos dirán quiénes somos y qué queremos. Estaremos sujetos a una dictadura algorítmica en la que no seremos relevantes. Incluso, podría crearse un nuevo tipo de discriminación, pues ya no se discriminará por razones de raza o la pertenencia a algún colectivo. Ahora, se discriminará debido a características únicas que llevamos dentro:
—¿Por qué no me dan el préstamo?
—No lo sé, eso fue lo que arrojó el algoritmo.
La autoridad pasará de los humanos a los algoritmos y esto, a su vez, posibilitará a las empresas y a los organismos gubernamentales conocernos, manipularnos y llegar a descubrir los más íntimos secretos de nuestros cuerpos y conciencias. Pero claro, aún no hemos llegado a tal escenario. Aún no existe una dictadura algorítmica o una red de datos omnipresente totalmente consolidada. Tal como dice Yuval Noah Harari en su libro 21 Lecciones para el Siglo XXI, “lo mejor que podemos hacer es recurrir a nuestros abogados, políticos, filósofos e incluso poetas para que se centren en este misterio: ¿cómo regulamos la propiedad de los datos?”. Es una tarea que se ha realizado por años y continuará desarrollándose por muchos más. Por ahora, hoy, día mundial de la protección de datos personales, que este artículo sea un llamado al poder que tiene nuestro yo y ser conscientes de cómo lo estamos manejando en esta fusión hombre-máquina que no se detendrá.
*Este artículo fue basado en “Big Data Protection. How to Make the Draft EU Regulation on Data Protection Future Proof”, de Lokke Moerel; “21 Lecciones para el Siglo XXI”, de Yuval Noah Hararis, entre otras fuentes.