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                                                                                                                                El prohibicionismo nuestro

                                                                                                                                María-Clara Torres Bustamante*

                                                                                                                                Colombia tuvo pretensiones de proscribir la hoja de coca varias décadas antes de que el presidente norteamericano Richard Nixon declarara la guerra contra las drogas en 1971. Las autoridades sanitarias colombianas de los años 1940 veían en la masticación de coca un “verdadero problema nacional”, en tanto diezmaba la población aborigen y se propagaba entre los campesinos mestizos de los departamentos del sur de Colombia, considerados menos resistentes a la “toxicomanía”. Por ello, el establecimiento médico presionó la promulgación de normas sancionando el cultivo y el consumo de hoja de coca. El prohibicionismo colombiano de la primera mitad del siglo XX estaba así profundamente imbricado en los prejuicios raciales hacia los pueblos indígenas.

                                                                                                                                PUBLICIDAD
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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Al respecto, el médico Jorge Bejarano denunciaba que el “cocaísmo” –la masticación de hoja de coca– era estimulado por los terratenientes con el fin de aumentar el rendimiento de la mano de obra indígena. Según él, el consumo de coca durante las extenuantes faenas agrícolas sumía al consumidor en la euforia, de tal manera que “el intoxicado” se creía dueño de las tierras, del ganado e incluso de todo el paisaje que lo rodeaba. Sin embargo, Bejarano advertía que el efecto se desvanecía pocas horas después: “El indio recupera la conciencia de su ser, vuelve a darse cuenta de su infinita miseria y entonces la tristeza ancestral aparece otra vez”. El ciclo debía entonces repetirse de manera incesante. A juicio del médico, “el vicio del cocaísmo” atrofiaba el desarrollo físico y mental de los niños indígenas, iniciados en esta práctica desde temprana edad. Condenaba a los infantes a una baja estatura, un color amarillento en la piel, dificultades en el aprendizaje, y a morir finalmente de tuberculosis en la edad adulta. A la “degeneración física” también se sumaba una degradación moral.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Colombia debe ahora flexibilizar su rígida política de drogas y educar a la ciudadanía en esta materia. No sea que la opinión pública se aferre a las prácticas represivas del prohibicionismo y se resista a un eventual giro hemisférico. La encuesta realizada por Invamer en julio de 2022 evidenció que el 69 % de los colombianos se opone a la legalización del tráfico y consumo de drogas. La demonización de la coca y de la cocaína se ha vuelto sentido común. Pese a esto, el gobierno de Gustavo Petro y de Francia Márquez tiene la responsabilidad de allanar el camino hacia la regulación de la hoja de coca y hacia la diversificación de sus usos. Tiene la oportunidad de reivindicar las víctimas históricas del prohibicionismo y de construir con ellas una política de drogas más humana. Es hora de hacer la paz con la hoja de coca y con los pequeños cultivadores. Es hora de ventilar la caverna.

                                                                                                                                * PhD en historia, Stony Brook University, NY

                                                                                                                                Colombia tuvo pretensiones de proscribir la hoja de coca varias décadas antes de que el presidente norteamericano Richard Nixon declarara la guerra contra las drogas en 1971. Las autoridades sanitarias colombianas de los años 1940 veían en la masticación de coca un “verdadero problema nacional”, en tanto diezmaba la población aborigen y se propagaba entre los campesinos mestizos de los departamentos del sur de Colombia, considerados menos resistentes a la “toxicomanía”. Por ello, el establecimiento médico presionó la promulgación de normas sancionando el cultivo y el consumo de hoja de coca. El prohibicionismo colombiano de la primera mitad del siglo XX estaba así profundamente imbricado en los prejuicios raciales hacia los pueblos indígenas.

                                                                                                                                PUBLICIDAD
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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Al respecto, el médico Jorge Bejarano denunciaba que el “cocaísmo” –la masticación de hoja de coca– era estimulado por los terratenientes con el fin de aumentar el rendimiento de la mano de obra indígena. Según él, el consumo de coca durante las extenuantes faenas agrícolas sumía al consumidor en la euforia, de tal manera que “el intoxicado” se creía dueño de las tierras, del ganado e incluso de todo el paisaje que lo rodeaba. Sin embargo, Bejarano advertía que el efecto se desvanecía pocas horas después: “El indio recupera la conciencia de su ser, vuelve a darse cuenta de su infinita miseria y entonces la tristeza ancestral aparece otra vez”. El ciclo debía entonces repetirse de manera incesante. A juicio del médico, “el vicio del cocaísmo” atrofiaba el desarrollo físico y mental de los niños indígenas, iniciados en esta práctica desde temprana edad. Condenaba a los infantes a una baja estatura, un color amarillento en la piel, dificultades en el aprendizaje, y a morir finalmente de tuberculosis en la edad adulta. A la “degeneración física” también se sumaba una degradación moral.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Colombia debe ahora flexibilizar su rígida política de drogas y educar a la ciudadanía en esta materia. No sea que la opinión pública se aferre a las prácticas represivas del prohibicionismo y se resista a un eventual giro hemisférico. La encuesta realizada por Invamer en julio de 2022 evidenció que el 69 % de los colombianos se opone a la legalización del tráfico y consumo de drogas. La demonización de la coca y de la cocaína se ha vuelto sentido común. Pese a esto, el gobierno de Gustavo Petro y de Francia Márquez tiene la responsabilidad de allanar el camino hacia la regulación de la hoja de coca y hacia la diversificación de sus usos. Tiene la oportunidad de reivindicar las víctimas históricas del prohibicionismo y de construir con ellas una política de drogas más humana. Es hora de hacer la paz con la hoja de coca y con los pequeños cultivadores. Es hora de ventilar la caverna.

                                                                                                                                * PhD en historia, Stony Brook University, NY

                                                                                                                                Por María-Clara Torres Bustamante*

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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