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Es mucho lo que Colombia y América Latina y el Caribe tienen para ganar con más mujeres en posiciones de liderazgo y lograrlo es posible. Nuestra región está llena de mujeres líderes. Imaginen a las que manejan camiones y buses en Bogotá y otras ciudades del país, o las que coordinan el trabajo de un equipo de telemarketers en un call center. Recientemente estuve en Colombia y pude ver a esas mujeres que muchas veces pasan desapercibidas. Día a día, impulsan el cambio en sus comunidades, proveen sustento a sus hogares y se abren camino en sectores laborales que han estado mayormente ocupados por hombres. El liderazgo femenino ya está ahí: necesitamos reconocerlo, aprovecharlo y potenciarlo.
Los beneficios de avanzar en igualdad de género están claros y cuantificados: entre 23 % y 26 % puede aumentar el PIB de nuestros países, de acuerdo con estimaciones del Fondo Monetario Internacional y el Foro Económico Mundial, con mayor participación laboral de las mujeres. Las empresas con mayor diversidad de género en sus consejos directivos son bastante más propensas a tener mayor rentabilidad. Sin embargo, solo alrededor de 14 % de los puestos en juntas directivas de empresas a nivel mundial son ocupados por mujeres, y aunque esta cifra representa un avance –prácticamente se duplicó entre 2019 y 2021–, solo 3 % de los puestos de dirección en el mundo empresarial son ocupados por mujeres de color.
Y el escenario en América Latina y el Caribe es particularmente desigual: aun teniendo un mayor número de años de educación en promedio, las mujeres tienen menor acceso a empleos remunerados y de calidad que los hombres, y, por lo tanto, menos oportunidades de ascender a posiciones de liderazgo. Más mujeres están desempleadas en la región; cuando trabajan ganan menos; y el 50 % de ellas trabaja desde la informalidad.
Para Milady Garcés, la presidenta de la Cámara de Comercio de Buenaventura, el camino hacia esa posición de liderazgo como mujer joven, afrodescendiente y de origen humilde y rural -como se describe en sus propias palabras-, estuvo lleno de adversidades que no desaparecieron; más bien, se intensificaron, cuando llegó al cargo. “Yo tengo que trabajar el triple”, admite. Tiene la importante tarea de articular y conciliar los intereses de los actores involucrados en la dinámica comercial de la zona portuaria más importante de Colombia, que también es uno de los lugares con mayores desafíos de criminalidad y pobreza del país. Asume este rol con la responsabilidad que implica ir abriendo espacios de toma de decisión para otras jóvenes afrocolombianas y de contextos vulnerables como ella.
Las habilidades que, como tantas mujeres, ha desarrollado superando adversidades a lo largo de su vida: resiliencia, capacidad de negociación, empatía, adaptabilidad y autoconfianza, ayudan y hacen la diferencia. Son, además, un componente fundamental de la formación técnica-vocacional que están recibiendo más de 250 jóvenes de Buenaventura para insertarse en el sector portuario como parte de un programa que desarrolla la Cámara en colaboración con el BID. Y es que el impacto positivo de la capacitación técnico-vocacional en el empleo es real. En Colombia, específicamente, se ha comprobado que puede aumentar el acceso a empleo formal en 14 %, y que la formación en “habilidades blandas” permite a los trabajadores mantener sus empleos y beneficios en el mediano plazo.
Este impacto debemos escalarlo. Necesitamos impulsar el liderazgo de las mujeres multiplicando los espacios para el desarrollo de todas sus habilidades. También necesitamos abrirles camino ampliando el acceso a servicios de cuidado infantil y estimulando el uso de licencias de maternidad y paternidad para una mejor distribución de las tareas de cuidado del hogar y los hijos.
El impacto de las mujeres en la región es enorme, pero debemos reconocerlo. Destaquemos y empoderemos a las mujeres líderes para que sean agentes de cambio para alcanzar crecimiento económico más inclusivo en Colombia y la región.
* Jefa de la División de Mercados Laborales del BID