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En medio de los encuentros políticos globales, la acción por el clima y la biodiversidad se complica. La métrica esencial es la temperatura media global que, comparada con los niveles de la era preindustrial, sigue aumentando, señalando un rumbo que amenaza la biodiversidad y erosiona el bienestar, mientras algunos tomadores de decisiones actúan como si se tratara de un juego.
La mayor reunión sobre biodiversidad, celebrada en Cali, culminó con avances históricos pero insuficientes; puso al mismo nivel de la ciencia a los conocimientos tradicionales de pueblos indígenas, comunidades afrodescendientes y locales. También estableció un mecanismo global para repartir de forma justa los beneficios del uso de información genética, promoviendo la equidad en las ganancias obtenidas. Además, incluyó medidas esenciales para proteger áreas marinas. Faltaron los grandes acuerdos sobre financiamiento, que es precisamente la intención central de la COP29 de Clima en Bakú donde se busca el estableciendo de mecanismos para la adaptación y mitigación en las regiones más vulnerables incluyendo la movilización de billones de dólares para enfrentar la crisis climática adicionales a los 100.000 millones anuales destinados actualmente.
Esta agenda internacional y sus decisiones se enfrentan a un desafío creciente: tras décadas de negociación, la temperatura global fue 1,45°C más alta en 2023, y esta tendencia se mantiene en 2024, según la Organización Meteorológica Mundial. Este aumento causa inestabilidad y amplifica la frecuencia e intensidad de eventos extremos: un día, el sur de Brasil se inunda o la Amazonía se quema; al siguiente, torrentes arrastran autos en Valencia.
Las recientes elecciones en Estados Unidos reflejan una tendencia hacia políticas menos favorables al clima, y su posible nueva retirada del Acuerdo de París debilitaría los esfuerzos globales para frenar el aumento de las temperaturas. A esto se suman movimientos políticos emergentes en Brasil y Argentina, con una orientación clara hacia la eliminación de políticas climáticas e incluso escenarios negacionistas, representando un desafío adicional para la acción climática. Dejando a los ciudadanos la oportunidad, en cada país, en cada elección, de elegir un futuro para el planeta.
En este escenario político, la biodiversidad enfrenta una capacidad de adaptación menguante; cambios en la distribución de especies y alteraciones en los ciclos de floración y migración amenazan su resiliencia. Cada incremento de temperatura aumenta el riesgo de extinción superior al 14 % de las especies terrestres. A medida que los océanos se calientan, se prevé que más del 60 % de los arrecifes de coral experimenten blanqueamiento masivo para 2050, según datos del IPCC. Los cambiantes patrones de precipitación y temperatura alteran los ciclos de vida, afectando el suministro de alimentos, la salud de ecosistemas y la seguridad alimentaria, especialmente en las comunidades más vulnerables.
Debemos trabajar incansablemente en soluciones, en la transición energética y en la a veces olvidada naturaleza. Invertir en restauración, conservación y prácticas sostenibles frena la crisis y crea espacios donde comunidades y biodiversidad prosperan. A su vez, son los gobernantes quienes están dictando el frío, tibio o caliente. Nuestros patrones de consumo, pero también los lideres que elegimos nos encaminan a este crítico desenlace de condiciones inviables para los más pobres. Es entonces fundamental optar por narrativas, propuestas y acciones políticas razonables a largo plazo. Recordemos: seremos las personas de a pie quienes tendremos que adaptarnos a las consecuencias de nuestra propia indiferencia.