Bajábamos en rappel por una cuerda a una cueva, yo en las espaldas de mi papá a mis tres años y una muñeca gigante de trapo en mi espalda. El pelo de lana de la muñeca se enredó en el mecanismo por el que bajábamos (un “ocho”, como es conocido en la jerga escaladora) y así estuvimos suspendidos un rato mientras él solucionaba el problema. A mí el parche de escaladores me dijo que abajo vería pitufos y juro que vi pitufos cuando logramos estar en la cueva. Así siempre fueron los días con mi papá, llenos de aventuras y sitios por descubrir.
Los días que pasé con mi papá los recuerdo en el campero azul en el que recorrimos muchas carreteras destapadas. El panorámico, con una calcomanía de una silueta de un andinista con ruana, con la bandera colombiana en una cima. Así conocí los páramos, como el de Anaime, al que fuimos con Gonzalo Palomino, y conocí la reserva Carpanta en Chingaza, y más adelante el Sumapaz, pasando por Cabrera recién tomada. En camperos también fuimos hasta el Cotopaxi en Ecuador, a sentir un poco de mareo de altura con Juana, Manuela y Antonia Moscoso, y pasamos de regreso a bañarnos en termales azufrados en el Macizo. Colombia la conocí con mi papá, yendo también a La Guajira, pasando por lo que quedaba de los ecosistemas del Cesar, subiendo hasta Nabusímake y diciendo que la próxima vez iríamos con más tiempo y visitaríamos a Juan Tomás, amigo arhuaco, en Namancanaca. En una semana, como me dijo mi tía Maggie, aprendería más de lo que aprendería en un año de colegio, y llegamos hasta la estación biológica de Caparú, en lo que hoy es el PNN Yaigojé-Apaporis, a conocer a Sara y Tomás y sus micos de distintas especies, con la bienvenida de los churucos. Vimos redes de niebla y montones de aves atrapadas ahí y acompañamos a Sara a tomar datos sobre cada una y ponerles anillos de colores. Aprendí en ese viaje que hay ríos blancos que nacen en la montaña y ríos negros que nacen en la selva. En ese viaje pasamos también por comunidades indígenas, probamos el casabe, la piraña, el agua de canangucho. Los viajes con mi papá eran aprender a asombrarse con todos los paisajes.
Años después, también me llevó al Kilimanjaro y al monte Kenya, y mientras ellos subían de afán las cimas yo me asombraba con los ecosistemas montanos africanos equivalentes a los páramos andinos. Fui al campo base del monte Everest y me devolví solita hasta la casa en Katmandú de la cálida familia de Ang Nuru Sherpa. En ese camino de ascenso y descenso a paso familiar conocí la sociedad sherpa, su economía en torno a este turismo, las similitudes y diferencias con nuestro contexto.
Viajar con mi papá era asombrarse de cada paisaje, escuchar a la gente del lugar en sus historias y descripciones del mundo, disfrutar todos los sabores de sus comidas, adaptarse a las condiciones que trajera el camino. Le hacía muchas preguntas y para todas tenía respuestas. Luego también me impulsó a que me aventurara a viajar y así nos mandó con una amiga del colegio a nuestros 17 años a un tortugario que aún no estaba terminado en el Pacífico chocoano, por los lados del PNN Utría, y con mi hermana Juana a bucear con las ballenas a Gorgona, y de ahí me sugirió que sería más interesante al graduarme del colegio conocer y vivir en esa comunidad en Francia en la que se había inspirado Mario Calderón para la reserva natural Suma-paz. En todo caso, la academia tampoco podía ser postergada y la excelencia académica era parte de su rigor. Así que volví a estudiar Ecología esperando así seguir conociendo el mundo de manera más científica.
Lo acompañé también en son de llavero a muchas reuniones con ambientalistas de los 80, los 90, los 2000 y la actualidad. Y así también presencié sus cambios como persona y los cambios en el ambientalismo. Yo le decía: “Recuerda que te conozco desde tus 20” (para ser más exactos, sus 24). Hoy me quedan de legado todos esos viajes que tuve el privilegio de vivir con él, conocer Colombia de una manera poco accesible a la infancia y juventud urbana de los 80 y 90, y rincones hermosos del mundo de su mano y desde su perspectiva. Hoy “heredar el planeta” toma para mí un nuevo sentido. Espero estar a la altura para continuar su legado.
Bajábamos en rappel por una cuerda a una cueva, yo en las espaldas de mi papá a mis tres años y una muñeca gigante de trapo en mi espalda. El pelo de lana de la muñeca se enredó en el mecanismo por el que bajábamos (un “ocho”, como es conocido en la jerga escaladora) y así estuvimos suspendidos un rato mientras él solucionaba el problema. A mí el parche de escaladores me dijo que abajo vería pitufos y juro que vi pitufos cuando logramos estar en la cueva. Así siempre fueron los días con mi papá, llenos de aventuras y sitios por descubrir.
Los días que pasé con mi papá los recuerdo en el campero azul en el que recorrimos muchas carreteras destapadas. El panorámico, con una calcomanía de una silueta de un andinista con ruana, con la bandera colombiana en una cima. Así conocí los páramos, como el de Anaime, al que fuimos con Gonzalo Palomino, y conocí la reserva Carpanta en Chingaza, y más adelante el Sumapaz, pasando por Cabrera recién tomada. En camperos también fuimos hasta el Cotopaxi en Ecuador, a sentir un poco de mareo de altura con Juana, Manuela y Antonia Moscoso, y pasamos de regreso a bañarnos en termales azufrados en el Macizo. Colombia la conocí con mi papá, yendo también a La Guajira, pasando por lo que quedaba de los ecosistemas del Cesar, subiendo hasta Nabusímake y diciendo que la próxima vez iríamos con más tiempo y visitaríamos a Juan Tomás, amigo arhuaco, en Namancanaca. En una semana, como me dijo mi tía Maggie, aprendería más de lo que aprendería en un año de colegio, y llegamos hasta la estación biológica de Caparú, en lo que hoy es el PNN Yaigojé-Apaporis, a conocer a Sara y Tomás y sus micos de distintas especies, con la bienvenida de los churucos. Vimos redes de niebla y montones de aves atrapadas ahí y acompañamos a Sara a tomar datos sobre cada una y ponerles anillos de colores. Aprendí en ese viaje que hay ríos blancos que nacen en la montaña y ríos negros que nacen en la selva. En ese viaje pasamos también por comunidades indígenas, probamos el casabe, la piraña, el agua de canangucho. Los viajes con mi papá eran aprender a asombrarse con todos los paisajes.
Años después, también me llevó al Kilimanjaro y al monte Kenya, y mientras ellos subían de afán las cimas yo me asombraba con los ecosistemas montanos africanos equivalentes a los páramos andinos. Fui al campo base del monte Everest y me devolví solita hasta la casa en Katmandú de la cálida familia de Ang Nuru Sherpa. En ese camino de ascenso y descenso a paso familiar conocí la sociedad sherpa, su economía en torno a este turismo, las similitudes y diferencias con nuestro contexto.
Viajar con mi papá era asombrarse de cada paisaje, escuchar a la gente del lugar en sus historias y descripciones del mundo, disfrutar todos los sabores de sus comidas, adaptarse a las condiciones que trajera el camino. Le hacía muchas preguntas y para todas tenía respuestas. Luego también me impulsó a que me aventurara a viajar y así nos mandó con una amiga del colegio a nuestros 17 años a un tortugario que aún no estaba terminado en el Pacífico chocoano, por los lados del PNN Utría, y con mi hermana Juana a bucear con las ballenas a Gorgona, y de ahí me sugirió que sería más interesante al graduarme del colegio conocer y vivir en esa comunidad en Francia en la que se había inspirado Mario Calderón para la reserva natural Suma-paz. En todo caso, la academia tampoco podía ser postergada y la excelencia académica era parte de su rigor. Así que volví a estudiar Ecología esperando así seguir conociendo el mundo de manera más científica.
Lo acompañé también en son de llavero a muchas reuniones con ambientalistas de los 80, los 90, los 2000 y la actualidad. Y así también presencié sus cambios como persona y los cambios en el ambientalismo. Yo le decía: “Recuerda que te conozco desde tus 20” (para ser más exactos, sus 24). Hoy me quedan de legado todos esos viajes que tuve el privilegio de vivir con él, conocer Colombia de una manera poco accesible a la infancia y juventud urbana de los 80 y 90, y rincones hermosos del mundo de su mano y desde su perspectiva. Hoy “heredar el planeta” toma para mí un nuevo sentido. Espero estar a la altura para continuar su legado.