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A tres años de las protestas de los días 11 y 12 de julio de 2021, que significaron las primeras manifestaciones populares masivas y extendidas a decenas de ciudades de Cuba, de las cuales resultaron cientos de detenidos y después sancionados a privación de libertad por delitos como sedición, con sentencias de hasta 25 años de cárcel, la situación de los derechos humanos en la mayor isla del Caribe sigue siendo difícil. Para la población en general, pero sobre todo para los activistas políticos, los artistas, intelectuales y académicos críticos, de las posiciones políticas e ideologías más diversas. Porque el régimen político cubano no diferencia, a la hora de reprimir la disidencia política, las militancias, los liderazgos y los argumentos de liberales, socialdemócratas, socialistas críticos, republicanos, por mencionar algunas.
El sistema político cubano y su consustancial aparato de propaganda política y de control, difusión, manipulación y censura de la información, cuenta todavía con una importante legitimidad, sobre todo en el ámbito de las izquierdas latinoamericanas y europeas.
Esta legitimidad es, primero, resultado del proceso revolucionario cubano, que significó para el Tercer Mundo y para los movimientos progresistas del mundo una inspiración, modelo y símbolo, poco a poco convertido en intocable en el imaginario, el pensamiento y la acción políticas anticapitalista en todo el mundo.
La revolución cubana, aun cuando dejó de serlo hace mucho tiempo, logró con un gran éxito, que conserva hasta el día de hoy, la confusión teórica, práctica, política y ética, entre la revolución misma y su conversión en un Estado socialista subdesarrollado y dependiente de la Unión Soviética, así como la confusión entre el sistema político y económico sobrevivientes después de la caída del campo socialista de Europa del Este y el proceso revolucionario de los años 50.
Igualmente es común escuchar y leer la defensa a ultranza del socialismo cubano, confundido estrictamente con el gobierno de La Habana, sin importar lo poco o casi nada de socialista que queda en la realidad sociopolítica y económica cubanas.
Los movimientos progresistas, socialistas, marxistas, feministas, ecologistas, sobre todo de América Latina, tienen una deuda moral con el pueblo cubano, que ha visto cómo, durante décadas, estas mencionadas izquierdas han preferido alinearse con el gobierno y el partido único de Cuba y no precisamente con el pueblo, que en primera y última instancia ha sido la razón de ser y el protagonista de la revolución que fue y de la sociedad cubana que tenemos hoy.
Cuando los movimientos, partidos, colectivos, organizaciones, ciudadanos y ciudadanas de las izquierdas de América Latina, Europa, Asia, África, América del Norte, de todo el mundo en fin, logren mirar a la realidad cubana sin los prejuicios de su relación ideológica, romántica y acrítica con el gobierno, el partido y el Estado cubanos, podrán asumir su fundamental papel de ubicar al régimen político de Cuba en el lugar que merece, más allá de su diferendo con el gobierno de los Estados Unidos, y más allá de la inutilidad e injusticia del bloqueo-embargo de ese gobierno a Cuba, e identificar al fin, al régimen de la Habana, como autoritario y antidemocrático, y como un gobierno, además, incapaz de llevar adelante ningún proyecto de redención humana ni de forma alternativa de democracia, ni de sociedad alternativa a las del capitalismo salvaje.
* Julio Antonio Fernández Estrada es Doctor en Ciencias Jurídicas (Universidad de La Habana), ex becario del Programa de Académicos en Riesgo de la Universidad de Harvard y colaborador del Diálogo Latino Cubano en www.cadal.org