Aunque ya existía la sospecha, el nuevo presidente de la JEP y El Espectador han revelado cómo la Fiscalía de Néstor Humberto Martínez no solo le ocultó sistemáticamente material probatorio sobre el caso Santrich a la JEP, con el fin de poder torpedear su operación, sino que participó en un entrapment contra el ahora líder disidente de las Farc. En pocas palabras: el fiscal generó el escenario para poder luego “denunciar” la postura de la JEP y, a la vez, con la ayuda del gobierno de los EE. UU., indujo a Santrich a participar en un delito que comprometía la estabilidad del proceso de paz.
El Espectador también reveló cómo las cifras oficiales de desaparecidos en Colombia pasaron, de repente, por obra de la Fiscalía de Barbosa, de 98.000 a 34.000. O sea: desaparecieron administrativamente a 64.000 desaparecidos. Un perverso acto de magia. Simultáneamente, en los EE. UU., Mike Pompeo, el poderoso secretario de Estado, anuncia una “tranquila transición hacia un segundo gobierno de Trump”. La victoria de Biden, pase lo que pase, no existe. La retórica del “fraude” parece que se sostendrá hasta sus últimas consecuencias.
¿Cuál es el rasgo común a todo esto?
Hannah Arendt dijo lo siguiente: “Siempre fue un sello distintivo de la propaganda fascista, demasiado poco advertido, el que no se contentaba con mentir, sino que deliberadamente se proponía transformar sus mentiras en realidad”. Y, en un pasaje proveniente de otra fuente, añade lo siguiente sobre la estructura de la acción fascista: “La suposición que sirve de base puede ser tan loca como se quiera; siempre acabará produciendo hechos que son «objetivamente» verdaderos. Lo que originariamente no era más que una hipótesis, que podía ser probada o no por hechos concretos, se convertirá en el curso de la acción coherente en un hecho, que no puede ser refutado”.
Es propio así del fascismo producir los mismos hechos que anticipa irresponsablemente. Un delirio se puede transformar a posteriori en una realidad si se cuenta con el poder (político, económico, mediático) para materializarlo. Para los seguidores de esos grupos, además, esto no solo pasa inadvertido, sino que TIENE que suceder y es deseable: el atractivo de las narrativas fascistas radica precisamente en su consistencia y simplicidad. Lo horrendo es la complejidad y la contradicción. Hace falta, por tanto, purgar la realidad de su presencia y producir la coincidencia entre la narrativa y los hechos. El mundo tiene que ser ordenado y consistente, así sea falso.
¿No es aterrador todo esto? ¿No es chocante tener tan claras evidencias del sabotaje deliberado a la paz con el fin de impedir a toda costa la caducidad de la narrativa guerrerista y “antinarcoguerrilla”? ¿No es chocante que en la “democracia” por excelencia un presidente haga todo lo posible, incluyendo la invención de falsas distinciones (votos “legales” e “ilegales”), con tal de no entregar su mandato? ¿No es aterrador vivir en un mundo en el cual algunos buscan convertir en realidad sus más violentos e indignantes delirios y borrar de la realidad todo aquello que los contradiga? Y, sobre todo, ¿no es chocante que a algunos parezca preocuparles tan poco las sombras totalitarias que acechan por todos lados?
* Departamento de Ciencia Política, Universidad de los Andes.
Aunque ya existía la sospecha, el nuevo presidente de la JEP y El Espectador han revelado cómo la Fiscalía de Néstor Humberto Martínez no solo le ocultó sistemáticamente material probatorio sobre el caso Santrich a la JEP, con el fin de poder torpedear su operación, sino que participó en un entrapment contra el ahora líder disidente de las Farc. En pocas palabras: el fiscal generó el escenario para poder luego “denunciar” la postura de la JEP y, a la vez, con la ayuda del gobierno de los EE. UU., indujo a Santrich a participar en un delito que comprometía la estabilidad del proceso de paz.
El Espectador también reveló cómo las cifras oficiales de desaparecidos en Colombia pasaron, de repente, por obra de la Fiscalía de Barbosa, de 98.000 a 34.000. O sea: desaparecieron administrativamente a 64.000 desaparecidos. Un perverso acto de magia. Simultáneamente, en los EE. UU., Mike Pompeo, el poderoso secretario de Estado, anuncia una “tranquila transición hacia un segundo gobierno de Trump”. La victoria de Biden, pase lo que pase, no existe. La retórica del “fraude” parece que se sostendrá hasta sus últimas consecuencias.
¿Cuál es el rasgo común a todo esto?
Hannah Arendt dijo lo siguiente: “Siempre fue un sello distintivo de la propaganda fascista, demasiado poco advertido, el que no se contentaba con mentir, sino que deliberadamente se proponía transformar sus mentiras en realidad”. Y, en un pasaje proveniente de otra fuente, añade lo siguiente sobre la estructura de la acción fascista: “La suposición que sirve de base puede ser tan loca como se quiera; siempre acabará produciendo hechos que son «objetivamente» verdaderos. Lo que originariamente no era más que una hipótesis, que podía ser probada o no por hechos concretos, se convertirá en el curso de la acción coherente en un hecho, que no puede ser refutado”.
Es propio así del fascismo producir los mismos hechos que anticipa irresponsablemente. Un delirio se puede transformar a posteriori en una realidad si se cuenta con el poder (político, económico, mediático) para materializarlo. Para los seguidores de esos grupos, además, esto no solo pasa inadvertido, sino que TIENE que suceder y es deseable: el atractivo de las narrativas fascistas radica precisamente en su consistencia y simplicidad. Lo horrendo es la complejidad y la contradicción. Hace falta, por tanto, purgar la realidad de su presencia y producir la coincidencia entre la narrativa y los hechos. El mundo tiene que ser ordenado y consistente, así sea falso.
¿No es aterrador todo esto? ¿No es chocante tener tan claras evidencias del sabotaje deliberado a la paz con el fin de impedir a toda costa la caducidad de la narrativa guerrerista y “antinarcoguerrilla”? ¿No es chocante que en la “democracia” por excelencia un presidente haga todo lo posible, incluyendo la invención de falsas distinciones (votos “legales” e “ilegales”), con tal de no entregar su mandato? ¿No es aterrador vivir en un mundo en el cual algunos buscan convertir en realidad sus más violentos e indignantes delirios y borrar de la realidad todo aquello que los contradiga? Y, sobre todo, ¿no es chocante que a algunos parezca preocuparles tan poco las sombras totalitarias que acechan por todos lados?
* Departamento de Ciencia Política, Universidad de los Andes.