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“Nuestro suministro de alimentos se ha vuelto cada vez más dependiente de los combustibles fósiles. Esta realidad fundamental es comúnmente ignorada por aquellos que no intentan entender cómo funciona realmente nuestro mundo y que ahora predicen una rápida descarbonización”.
Estas son las palabras de Vaclav Smil, el científico energético canadiense de renombre mundial, en su libro más reciente, Cómo funciona el mundo, en el que evalúa el contenido de combustibles fósiles de cadena completa de varios productos alimenticios.
Por ejemplo, los cultivos de trigo en los Estados Unidos o de soya en Brasil pueden necesitar el consumo de 100 ml de diésel por kilogramo producido. Producir un kilogramo de pan puede requerir hasta 250 ml de diésel, sin tomar en cuenta el transporte para entregarlo al mercado. Producir, procesar, transportar, almacenar y cocinar un kilo de pollo puede requerir un mínimo de 350 ml de diésel, el mismo volumen que media botella de vino.
Frecuentemente se dice que una dieta vegetariana puede reducir emisiones, pero lo cierto es que muchas verduras requieren aportes altos de combustibles fósiles. La producción de tomates, por ejemplo, cultivados intensivamente bajo vidrio o plástico con grandes aportes de fertilizantes, puede requerir 500 ml de diésel o su equivalente por kilo. Una vez que se tienen en cuenta los costos de transporte de larga distancia, esto puede aumentar a 650 ml por kilogramo o, como calcula Smil, ¡cinco cucharadas de diésel por tomate! El gasto de combustible para pescar mariscos es aún más alto, con un promedio de 700 ml por kilo; pescar una langosta puede implicar el gasto de 10 litros de diésel por kilogramo y este incluye sus conchas no comestibles. La acuicultura tampoco ha mejorado mucho estas relaciones porque el camarón de cultivo, por ejemplo, generalmente se alimenta con peces silvestres.
El primer punto que surge es este: la capacidad del mundo para alimentar a una población de 8.000 millones, que se ha cuadruplicado desde 1925, se ha basado en el uso de cantidades crecientes de combustibles fósiles en la producción agrícola. Estos insumos cada vez mayores han tomado la forma de fertilizantes, riego, aplicación de pesticidas, mecanización, procesamiento, almacenamiento, transporte al mercado, venta al por menor y la preparación de alimentos utilizando electricidad de combustibles fósiles o gas natural. Así, alimentar a una población humana en dramático aumento solamente ha sido posible por haber utilizado las reservas de energía solar transformadas en combustibles fósiles durante milenios. Se trata de un subsidio energético enorme. Efectivamente estuvimos devorando combustibles fósiles.
El segundo punto es este: no se puede dar marcha atrás al reloj. Como Smil también demuestra, no hay forma de que un retorno a una agricultura mucho menos carbonizada, a una agricultura ecológica, pueda alimentar siquiera a la mitad de la población actual. Además, cualquier intento de implementar esta política requeriría un regreso grande de la población al campo y un gran aumento en el número de animales de tiro.
En tercer lugar, aun si las estadísticas del balance energético de Colombia muestran que solamente 8 % del consumo de energía del país corresponde al sector agropecuario y a la industria alimentaria, esto no significa que estos temas carezcan de importancia. Las estadísticas de consumo de energía solo incluyen el consumo directo de combustibles fósiles en estos dos sectores. El consumo indirecto, en forma de fertilizantes, transporte al mercado y fabricación de maquinaria agrícola, hace que su consumo en la agricultura sea mucho más significativo. Además, la dependencia prácticamente total de fertilizantes importados o de insumos importados para la producción de fertilizantes hace que la producción agrícola sea vulnerable, algo que se manifestó recientemente por causa de la guerra entre Ucrania y Rusia, ambos países exportadores importantes de fertilizantes. Se ha visto cómo aumentos en los costos de combustibles y de fertilizantes han agudizado la inseguridad económica permanente en la que viven los productores de alimentos en muchas partes del país.
La transición energética en Colombia no puede aspirar a eliminar el uso de combustibles fósiles en el sector agropecuario, pero sí se podría reducir el consumo de energía y las emisiones asociadas con el consumo de alimentos al aumentar la autosuficiencia nacional y regional reduciendo el uso de transporte y las pérdidas de alimentos en su producción, distribución y preparación. El país tendría que priorizar el uso de gas natural de producción nacional como materia prima para fertilizantes, algo que hasta ahora se ha considerado inviable.
* Observatorio del Caribe Colombiano.