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Las buenas políticas de salud pública son las que se adaptan al momento, aún más cuando el futuro sigue incierto. Partiendo de eso, ¿cómo describir esta fase de la pandemia?
En la última semana en Colombia tuvimos 301 nuevos casos diarios y 8 muertes por día, las cifras más bajas que hemos observado desde que arrancó el Covid-19 en Colombia. El nivel de infección tan bajo se puede atribuir esencialmente a la inmunidad de rebaño que ha alcanzado la población frente a ciertas variantes del Covid-19, la cual tiene dos causas. Primero, en Colombia, el 82,7 % de la población ya tiene al menos una vacuna, y el 69,5 % de la población total cumple con el esquema completo de vacunación. Segundo, en marzo de 2021 una publicación del proyecto CoVida de la Universidad de Los Andes reveló que un poco más de la mitad de la población de Bogotá ya había sido infectada (aunque solamente uno de cada seis fue detectado con una prueba positiva) y que muy probablemente la tasa de infección era aún más alta en el resto de Colombia. Una publicación más reciente explica cómo los estratos más bajos han sido los más infectados por el virus. Dado esto, y que las dos olas más grandes de infección ocurrieron desde marzo de 2021, es razonable esperar que la gran mayoría de los colombianos ya ha sido infectada por alguna variante del Covid-19 y que una buena proporción, en particular dentro de las poblaciones más expuestas, ha sido infectada más de una vez.[RL1]
A la luz de estas noticias, ¿podemos concluir que la guerra contra el Covid-19 está definitivamente ganada? Claramente, es demasiado temprano para cantar victoria. Nuevas variantes siguen apareciendo, y su riesgo depende de qué tan contagiosas son, qué tan letales son para los infectados y, finalmente, la inmunidad cruzada entre las nuevas variantes y las que predominaban en las olas anteriores. Este último elemento se refiere al hecho que, típicamente, una variante de Covid-19 no otorga una inmunidad perfecta para otra variante, y en ciertos casos, reduce el riesgo de enfermedad grave o muerte, pero no reduce tanto el riesgo de infectarse.
Dicho eso, este grado de inmunidad cruzada puede variar entre cada combinación de variante. La mala noticia es que siempre puede surgir una nueva variante con estas tres características suficientemente fuertes para generar una nueva ola de infecciones y eventualmente una letalidad importante. Lo que uno puede esperar es que el Covid-19 se acerque a lo que es la influenza: un virus que vuelve regularmente con nuevas variantes, que es infeccioso, pero raramente mortal. Además, como para la influenza, tenemos ahora vacunas, lo que implica que las variantes del Covid-19 requieren un cuidado particular para las poblaciones de riesgo mayor, pero que no necesita medidas como las que se tomaron al inicio de la pandemia del Covid-19.
Mientras tanto, ¿deberíamos mantener las medidas de bioseguridad para prevenir una nueva ola, o estar más preparados si llega una nueva variante de alto riesgo? En particular, ¿qué debemos hacer con el tapabocas? Primero, ya sabemos que ninguna medida de protección es perfecta y que, si aparece una nueva variante, no se evitará su aparición por el uso de tapabocas, ni por restricciones de viaje, ni por un aislamiento selectivo ni generalizado. El objetivo mayor (y realista) de las diversas medidas que se tomaron frente al Covid-19 es “aplanar la curva”, o sea evitar que todas las infecciones ocurran al mismo tiempo para no generar un pico de mortalidad evitable por la saturación del sistema de salud. Pero las infecciones fuera de las olas no representan el mismo riesgo, y evitarlas puede tener como implicación menos inmunidad, y entonces incrementar la magnitud de las olas siguientes que afectan a una población mayor y causan más muertes.
La segunda razón, y quizás la más importante, es que, de facto, hoy en día los colombianos usan cada vez menos los tapabocas en sus círculos sociales y en espacios públicos, porque muchos entienden que la necesidad se redujo drásticamente con la prevalencia del virus. Si queremos que la gente use los tapabocas cuando realmente se requiere, no se debe pedir el uso de tapabocas cuando el momento epidemiológico no lo requiere.
En conclusión, para volver al punto de partida de esta columna, “entender el momento” y la reactividad de las políticas sanitarias a esta comprensión es fundamental. En Colombia, parecería que aplicamos de manera juiciosa las buenas políticas, pero no en el mejor momento. Nos encerramos el 26 de marzo de 2020 cuando el virus circulaba todavía muy poco y se relajó el confinamiento generalizado a mitad de junio del mismo año, cuando ni la economía ni los ciudadanos podían aguantar más las consecuencias económicas y sociales de los encierros prologados, a pesar de estar todavía en plena fase de crecimiento exponencial de los contagios. Esta falta de sincronización con la dinámica de la pandemia (ver acá) ha podido contribuir a aumentar el número de muertos evitables (ver acá). En efecto, Colombia, a pesar de tener una población relativamente joven y largos periodos de encierro, es uno de los países en el mundo con más muertes por Covid-19 por 100.000 habitantes.
Si hoy creemos que es el momento de quitarse el tapabocas y tomar un respiro, no es por optimismo. El futuro es incierto, pero hay que tener en cuenta que la paciencia y la resiliencia de la población no son infinitas. Mejor dicho, se tienen que aprovechar los momentos de baja circulación del virus para volver a vivir normalmente y tomarse un respiro bien merecido, mientras el virus lo permita.
Referencias:
Laajaj, R., De Los Ríos, C., Sarmiento-Barbieri, I. et al. COVID-19 spread, detection, and dynamics in Bogota, Colombia. Nat Commun 12, 4726 (2021). https://doi.org/10.1038/s41467-021-25038-z
Laajaj, Rachid, Webb, Duncan et al., Understanding how socioeconomic inequalities drive inequalities in SARS-CoV-2 infections, (2022) forthcoming in Scientific Reports https://papers.ssrn.com/sol3/papers.cfm?abstract_id=3841746