Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Cuando Jorge Luis Borges se refería al fútbol lo hacía sin ambages: “El fútbol es un deporte popular porque la estupidez es popular”, pero ya Eduardo III había prohibido el fútbol porque era un espectáculo carnavalesco que no se compadecía con los proyectos culturales de un pueblo culto y sano.
Llegó otro Mundial y no sabemos expresar los sentimientos que este acontecimiento despierta en los seres humanos: odios y amores, alegrías y tristezas, recuerdos y proyecciones. Algo se transforma en este mes: encuentros y desencuentros, rituales, creencias, cábalas, pollas y compras de televisores e intercambio de caramelos para llenar el álbum. Hoy tenemos un Mundial con las más avanzadas tecnologías, para restarle al juego de lo impensado su condición azarosa, equívoca, simultánea y errática. Cuando se acabó el Mundial de Sudáfrica comenzó Brasil 20014 y su cuenta regresiva. Nada hay más esperado que el próximo Mundial, bueno, excepto la llegada de los últimos 60 segundos de la terminación de un año o el 5, 4, 3, 2 1, del despeje de una nave espacial. La inauguración de cada Mundial es el abrebocas de un fenómeno inexplicable pero ardoroso por las pasiones que despierta. Cada cuatro años se anuncia cuántas personas verán por televisión este mágico encuentro pero resulta incalculable el número de seres que lo escucharán a través de las ondas hertzianas. Ningún otro acontecimiento tiene tantos programas de radio como el fútbol. Fútbol en la mañana, en la tarde, en la noche, en la madrugada. No hay programas con tanta asiduidad y sintonía como los de fútbol. El dial está atravesado por programación diaria de transmisiones futbolísticas porque tienen la mayor audiencia, es decir, la radio cumple con el objetivo de acompañar y hacer ver. Los programas sobre fútbol acompañan a los noctámbulos, a los diurnos, a los amanecidos, es decir, la radio cobija y cuida a los oyentes invisibles. Allí se habita el otro Mundial, el que se juega entre palabras que dibujan y pintan los sucesos de un hecho que se espera tanto tiempo y que se esfuma inmediatamente. Cuatro años de radio diario para que ruede la pecosa que tiene cara de robot pero que completa el cuadro que comienzan narradores, locutores, cronistas, modelos, reinas, prostitutas, apostadores, sociólogos, políticos y un gran zoológico humano. Oír el Mundial en un transistor es habitar la imagen de las voces que dicen de mundos posibles. Un Mundial más es la esperanza de oír y ver el del 2018.
Juan Carlos Rodas Montoya *