Según fuentes oficiales, los cultivos de amapola en México casi se triplicaron entre 2013 y 2016. Ese último año, el Departamento de Estado alertó a Honduras cerca de cien veces de que de ahí partían lanchas cargando droga, pero el país no respondió. Sin embargo, a ninguno de esos países les dieron un “regaño”.
Esta vez sólo a Colombia le hablan con un lenguaje polémico, diciéndole que “se consideró seriamente” meter al país aliado en la misma olla que Venezuela.
¿Por qué señalar específicamente a Colombia? La respuesta debe tener que ver con alguien que le habla al oído a Donald Trump y que está insistiendo mucho en el tema.
No creo que sea el general Kelly, admirador de Colombia, o el exembajador William Brownfield, quien criticó el empeño antidrogas de Colombia en una audiencia del Senado el 12 de septiembre, pero en términos menos duros. Puede haber sido un oficial o senador que esté en contacto periódico con el expresidente Álvaro Uribe. ¿Marco Rubio, senador de Florida? Puede ser. No se sabe.
Pero no importa realmente, porque la “amenaza” de la descertificación no va a cumplirse. Es un poco parecido a la amenaza de Trump de dejar abierta la “opción militar” en Venezuela. Enrarece el ambiente y radiactiva las posturas, pero nadie realmente cree que va a pasar.
Hay por lo menos tres razones por las que no habrá descertificación:
1. Es una política dirigida a “narcoestados” que, a juicio de EE. UU., están facilitando deliberadamente el narcotráfico y negándose a colaborar en su lucha. Colombia obviamente no es así.
2. Viene con sanciones que recortarían docenas de millones de dólares de ayuda para programas importantes para implementar el proceso de paz. También resultaría en un voto automático en contra de cualquier préstamo en los bancos multilaterales. Es evidente, para la mayoría en Washington, que cualquier paso así desestabilizaría a Colombia en un momento clave del posconflicto.
3. La próxima decisión de certificación vendrá a mediados de septiembre de 2018, cuando Colombia ya estará estrenando presidente. Mientras éste no sea protagonista de un narcoescándalo —como Samper, el presidente la última vez que se descertificó Colombia—, Washington no escogerá darle una bienvenida tan fea como una descertificación.
Algunos en Washington dicen que la figura de la descertificación es una “herramienta”. De ser así, ya es una herramienta vieja, desafilada y peligrosa, porque le hace más daño al que la utiliza. Es anacrónica y se debe desechar. Sólo sirve para darle al resto del hemisferio un pretexto más para desafiar al gobierno de EE. UU.
* ADAM ISACSON
Senior Associate for Defense Oversight.
Según fuentes oficiales, los cultivos de amapola en México casi se triplicaron entre 2013 y 2016. Ese último año, el Departamento de Estado alertó a Honduras cerca de cien veces de que de ahí partían lanchas cargando droga, pero el país no respondió. Sin embargo, a ninguno de esos países les dieron un “regaño”.
Esta vez sólo a Colombia le hablan con un lenguaje polémico, diciéndole que “se consideró seriamente” meter al país aliado en la misma olla que Venezuela.
¿Por qué señalar específicamente a Colombia? La respuesta debe tener que ver con alguien que le habla al oído a Donald Trump y que está insistiendo mucho en el tema.
No creo que sea el general Kelly, admirador de Colombia, o el exembajador William Brownfield, quien criticó el empeño antidrogas de Colombia en una audiencia del Senado el 12 de septiembre, pero en términos menos duros. Puede haber sido un oficial o senador que esté en contacto periódico con el expresidente Álvaro Uribe. ¿Marco Rubio, senador de Florida? Puede ser. No se sabe.
Pero no importa realmente, porque la “amenaza” de la descertificación no va a cumplirse. Es un poco parecido a la amenaza de Trump de dejar abierta la “opción militar” en Venezuela. Enrarece el ambiente y radiactiva las posturas, pero nadie realmente cree que va a pasar.
Hay por lo menos tres razones por las que no habrá descertificación:
1. Es una política dirigida a “narcoestados” que, a juicio de EE. UU., están facilitando deliberadamente el narcotráfico y negándose a colaborar en su lucha. Colombia obviamente no es así.
2. Viene con sanciones que recortarían docenas de millones de dólares de ayuda para programas importantes para implementar el proceso de paz. También resultaría en un voto automático en contra de cualquier préstamo en los bancos multilaterales. Es evidente, para la mayoría en Washington, que cualquier paso así desestabilizaría a Colombia en un momento clave del posconflicto.
3. La próxima decisión de certificación vendrá a mediados de septiembre de 2018, cuando Colombia ya estará estrenando presidente. Mientras éste no sea protagonista de un narcoescándalo —como Samper, el presidente la última vez que se descertificó Colombia—, Washington no escogerá darle una bienvenida tan fea como una descertificación.
Algunos en Washington dicen que la figura de la descertificación es una “herramienta”. De ser así, ya es una herramienta vieja, desafilada y peligrosa, porque le hace más daño al que la utiliza. Es anacrónica y se debe desechar. Sólo sirve para darle al resto del hemisferio un pretexto más para desafiar al gobierno de EE. UU.
* ADAM ISACSON
Senior Associate for Defense Oversight.