La política es de fondo, diferencias que nos plantean ideologías, visiones de estado y modelos económicos; pero también la política es de forma, es decir, cómo se llega al poder, que no solamente hace referencia a los principios, a las prácticas electorales y a la transparencia. La oposición es una posición política que tiene sus fondos y sus formas, existe un abismo entre hacer oposición y hacer daño. Lo segundo es un juego peligroso en el que deberíamos dejar de caer.
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La política es de fondo, diferencias que nos plantean ideologías, visiones de estado y modelos económicos; pero también la política es de forma, es decir, cómo se llega al poder, que no solamente hace referencia a los principios, a las prácticas electorales y a la transparencia. La oposición es una posición política que tiene sus fondos y sus formas, existe un abismo entre hacer oposición y hacer daño. Lo segundo es un juego peligroso en el que deberíamos dejar de caer.
Partamos de la base de que la oposición es necesaria, garantiza la democracia, de que distintas voces y visiones enriquecen el debate y equilibran el poder de un gobierno. Sin embargo, no es cierto que toda oposición sea, como coloquialmente hemos llamado, “sana”. Históricamente hemos entendido, o mejor, hemos reducido la oposición a simplemente llevar la contraria. A producir bloqueos en la agenda, bloqueos legislativos y bloqueos ciudadanos, a sembrar prejuicios a partir de posiciones férreas e inamovibles cuya única consecuencia es el freno del progreso y el desarrollo del país, siendo los ciudadanos los que pagamos el alto precio de los caprichos de sus lideres.
Paradójicamente fue el proceso de paz el hito generador de la compleja polarización que vive hoy el país. El discurso de quienes no estaban de acuerdo con la paz fue tan agresivo que abrió una grieta profunda entre los colombianos cuando el objetivo natural de la paz debía ser la reconciliación. Por supuesto que la polarización es necesaria, pero hoy llegamos a niveles que han permeado nuestras emociones y sentimientos, tornándonos intolerantes a quienes piensan distinto, lo que los académicos de la comunicación política han conceptualizado como polarización afectiva. En ese momento Uribe hizo una oposición férrea a Santos, y agitando las banderas del pesimismo, casi nos llevan a hacerle zancadilla a la más real oportunidad para empezar a salir de un conflicto de más de 60 años.
Con un ambiente en extremo pesimista llegó Duque a la presidencia. Por supuesto, los cambios no se dieron de la noche a la mañana, y su estrategia se les devolvió por la cara. Petro inició su campaña electoral de igual forma: a costa de desgastar el gobierno de turno. Con los cálculos electorales claros, agitó muy bien la indignación. Del 2018 al 2021, Petro aprovechó cuatro grandes crisis para movilizar a los ciudadanos, bloquear la agenda y catapultar su candidatura. Sin embargo, en medio de las elecciones, cuando la ciudadanía quiso manifestarse de nuevo, sus voceros pidieron a la gente no hacerlo, porque esto “afectaría la campaña”.
Podría seguir con los ejemplos de las distintas varas que los líderes usan para medir cuando son oposición y cuando les llega el momento de gobernar. Por eso, desde que empecé mi campaña tuve como premisa no ahondar en el pesimismo, y tras ganar las elecciones, mantengo mi compromiso. No comparto la visión de Estado del actual gobierno, me he declarado en oposición, pero no vamos a hacer daño. Una cosa es alzar la voz cuando no se está de acuerdo y otra es llevar al estancamiento de un país por simples cálculos electorales para llegar al poder. Ese juego no es el mío, esas formas no son las que merece el país.
A la política hay que devolverle dignidad. Una oposición sensata es lo que nos ha hecho falta para poder llegar a algunos acuerdos fundamentales, para consensuar desde el disenso, para avanzar en los puntos claves y urgentes que necesitamos para el desarrollo. La mano se levanta con contundencia para oponerse, pero también para ser capaces de reconocer los aciertos del contendor, la humanidad se ha transformado y trastornado lo suficiente como para entender que reconocerle al otro no es símbolo de debilidad, sino la disposición para construir.
Las formas en la política son importantes, hablan de los líderes, de su concepción de sociedad, y lo más importante, de para qué quieren el poder. Una reflexión urgente que necesitamos, unas formas de hacer política diferente que la gente nos demanda. Una invitación a los líderes y a los ciudadanos a entender y ejercer la política como siempre han anhelado. Esto también es un punto de partida.
* Senador de la República