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La educación es una herramienta poderosa. Desde la creación de la figura del docente o profesor en el antiguo Egipto hasta la actualidad, el espacio formal de la educación se ha consolidado como un marco de vital importancia para la vida en sociedad. Y la historia nos ha demostrado que, como tal, puede ser tan peligrosa como vital, bondadosa como cruel.
Tomemos, para ilustrarlo, el caso de lo ocurrido durante el nazismo. Parte de las políticas centrales del gobierno nazi estaban vinculadas a la manipulación de la educación en favor de la propaganda. Desde la quema de libros hasta la elaboración de cuentos infantiles que identificaban de manera clara al mayor enemigo del pueblo alemán: el judío. Este flagrante antisemitismo recaló en lo más profundo de la mentalidad de millones de alemanes, que crecieron rodeados de aversión a un otro. Ello permitió, en gran medida, el horror del Holocausto.
No hay dudas de que la Shoá fue uno de los ejemplos más claros de hasta dónde puede llevar el odio en general, y el antisemitismo en particular. Y la educación se consolidó como un factor destructivo y funcional a aquél regimen. Por eso hoy estamos convencidos que es también la educación el principal ámbito para desandar el camino del odio. Porque el prejuicio y la discriminación son, en la mayoría de los casos, producto del desconocimiento.
Educar, en este sentido, es la puerta de entrada al diálogo y el conocimiento mutuo. Tiene el valor de exponernos a culturas y experiencias distintas a la propia. Pero cuando hablamos del Holocausto, tiene un valor adicional. ¿Por qué es importante enseñar sobre la Shoá? Está, claro, el factor histórico. Enseñamos sobre la Primera Guerra Mundial, y naturalmente, lo hacemos sobre la Segunda. Enseñamos sobre el pasado de nuestros países y el mundo en general. El estudio del pasado les permitirá a los alumnos comprender el presente en el que viven, y delinear la propia identidad.
Pero también lo hacemos por el futuro. Porque al enseñar sobre un hecho tan complejo como el Holocausto estamos promoviendo la empatía ante un otro, y lo que pasa cuando creamos barreras entre nosotros en lugar de puentes. Y en este sentido, no alcanza con contar “lo que pasó” de manera superficial. Es fundamental explicar los procesos y mecanismos que habilitaron el funcionamiento del aparato de destrucción masiva que constituyó la Shoá. Solo así generaremos en los jóvenes las habilidades para detectar situaciones similares y reaccionar a tiempo en el futuro, para prevenir que el horror se repita.
No alcanza, entonces, con enseñar los datos fácticos del pasado. La información dura es necesaria para contrarrestar a los negacionistas o responder a quienes trivializan y deforman el pasado. Sin embargo, debemos traer la historia a la modernidad. Porque el antisemitismo y la discriminación no se terminaron en el 45, con el fin de la Segunda Guerra Mundial. Debemos reconocer la forma que toma el odio hoy, su origen y sus argumentos. Y aquí el mundo online cobra especial relevancia.
Internet nos invita, con aparante anonimato, a compartir nuestros pensamientos u opiniones de manera masiva y gratuita. Con tan solo un par de clicks podemos construir y destruir mundos, haciendo amigos y enemigos en el camino. Y los principales residentes de este universo son cada vez más jóvenes. Un par de búsquedas y clicks en la dirección equivocada, y el internauta puede caer en un agujero negro. Ese lugar online que, a fuerza de fake news y teorías conspirativas, nos empuja a caer cada vez más profundo en el oscuro mundo del odio en la web.
En este marco, la educación se vuelve aún más necesaria. Y llevar esta teoría a la práctica debe ser responsabilidad de todos. Por eso esta semana, en una actividad sin precedentes, el Congreso Judío Latinoamericano y UNESCO reunieron a sesenta representantes de ministerios de Educación y formadores de educadores de toda la región para conversar sobre el abordaje del antisemitismo a través de la pedagogía. El trabajo en red en espacios como este es especialmente valioso, y nos permite compartir las experiencias y conocimientos adquiridos producto de años de trabajo en las áreas de antisemitismo y educación, respectivamente.
Aquí la reflexión sobre la transmisión del Holocausto ocupó un lugar central. De la mano de algunos de los mayores referentes en la temática —entre ellos, representantes de las áreas de educación de Yad Vashem, la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA) y el Museo del Holocausto de Washington D.C.— los participantes reflexionaron sobre el lugar que este acontecimiento debe ocupar en las currículas, y su valor como herramienta de transmisión. Y sobre cómo ese mismo odio se manifiesta en la actualidad.
El desafío es monumental, pero también lo es la recompensa. Debemos abordar el antisemitismo desde la educación, como debemos abordar todas las formas de discriminación que atentan contra convivencia. Aprender de la historia del Holocausto, del genocidio armenio o la matanza de los tutsis en Ruanda. Aprender de lo que pasó y de lo que pasa, del trauma del pasado y del presente. Entonces podremos aspirar a la construcción de una sociedad inclusiva, que defienda el pluralismo como un valor y donde cada ser humano pueda profesar su religión sin ser atacada por ello.
*Director Ejecutivo del Congreso Judío Latinoamericano