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Así me imagino a Manuela: trabajadora, de voz y ademanes fuertes, sincera y admirablemente osada. Por las esculturas y pinturas que hay de ella, no puedo dejar de imaginármela con el pelo largo color chocolate y su actitud resuelta. Pero en mi visión, ella tiene una trenza gruesa, y cuando va a hacer alguna diligencia al pueblo con vestido floreado y sombrero de fieltro, si bien critica con furor que España esté peleando batallas con la plata que nos quitan aquí, también conversa con sus amigas sobre la vida, y se echa unas carcajadas descomunales.
Vive en una finca a las afueras de Socorro, en medio de una vegetación frondosa. En las madrugadas, mientras calienta el agua para el café en la estufa de leña, mira por la ventana las hojas grandes de su cultivo de tabaco. Se preocupa por la cosecha, por su patrimonio. En caso de ser ciertos los rumores que llegan de la Nueva Granada sobre el aumento de los impuestos, puede perder su finca. Afuera de la casa hay una huerta y unas gallinas, tal vez un esposo con el que se quieren mucho y con quien comparte el trabajo de la finca.
Le interesa la política y, a pesar del cansancio, por la noche asiste al lugar de reunión donde los hombres juegan cartas y toman aguardiente. Allí se comenta que el visitador regente de la Nueva Granada declaró más tributos. Ella protesta con rabia y se sirve varios tragos de aguardiente, luego lanza un par de insultos contra el visitador regente Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres e insiste que ¡nos están quitando la plata para pagar la corrupta armada de Barlovento, que a nadie aquí le interesa!
A la mañana siguiente es día de mercado. Campesinos de varias regiones llegan con sus mulas cargadas de productos para vender. Abatidos y sorprendidos con la arbitrariedad de la medida, se empieza a calentar el ambiente. En medio del aire de malestar y temiendo por lo que puedan hacerle los funcionarios, Manuela entra a la Alcaldía. Lee el edicto pegado a la puerta donde se declaran las nuevas disposiciones reales respecto a los tributos. Lo arranca, lo rompe y lo pisotea.
Algunos historiadores dicen que Manuela Beltrán no existió, o por lo menos que no fue la heroína que nos han enseñado que fue. La verdad es que no se sabe casi nada de ella. No parece haber registro de su vida ni de su muerte. Tal vez Manuela es un constructo de la vida de varias mujeres, quizá de una mujer que en esa época sabía leer y pudo comprender y romper el edicto, o de una joven criolla, una indígena revolucionaria o una vieja comerciante. Yo me quedo con mi Manuela.
Pero sea la que haya sido, Manuela fue clave para que seis mil comuneros comenzaran a protestar y para que, unos 30 años después, lográramos nuestra independencia.