Sentémonos todos a la mesa de la generación y distribución del conocimiento
Juan Camilo Cárdenas*
Sigue pendiente en el país una conversación sobre las razones estructurales que llevan a que hoy, a pesar de nuestra Constitución y de políticas públicas en ocasiones bien intencionadas, la población indígena y negra del país siga teniendo peores oportunidades para participar del estado social de derecho. Esa desigualdad de oportunidades les impide a estas comunidades construir su propio devenir desde sus potenciales e intereses, y no a la medida y plantilla del modelo de desarrollo de ese centro del país, primordialmente blanco y mestizo. Esa conversación debe darse y estamos en un momento de quiebre de la política para tenerla, gracias -entre otras- al papel definitivo que Francia Márquez ha tenido en ese debate inaplazable y que aglutinó fuerzas sociales que hasta ahora habían sido silenciadas o ignoradas. Esas fuerzas sociales desde las calles y las veredas están pidiendo sentarse a la mesa a hablar de los temas más importantes del país y, entre protestas, paros y votos, están logrando abrirse por las vías democráticas ese espacio negado por siglos.
Pues bien, relacionado con esa conversación está apareciendo otra igualmente importante: la de la producción y distribución del conocimiento, y el uso de la ciencia, tecnología e innovación para la mayoría de la población y no solo para algunos grupos particulares.
Si queremos construir un país en que quepamos todos y todas, desde las diferencias que han emergido por las historias diversas de ocupación de territorios y de adaptaciones a los ecosistemas, también debemos hablar de cómo se producen, se aplican y se distribuyen los beneficios del conocimiento, la ciencia, la tecnología y la innovación producida en la nación y fuera de ella.
La razón por la que los dos temas están conectados es porque en las negociaciones de empalme asociadas al Ministerio y Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (SNCTI) también se están comenzando a sentir las tensiones entre las voces que históricamente han gobernado el tema desde la academia, el gobierno y las agremiaciones, y nuevas expresiones que reclaman una ampliación de lógicas, enfoques y epistemologías del quehacer de la ciencia y el conocimiento. La motivación es muy concreta: la participación de mujeres, comunidades étnicas, territorios y culturas diferentes a las del centro del país ha sido desproporcionadamente menor tanto en la producción de conocimiento como en la recepción de sus beneficios.
Dos puntos fundamentales en esta discusión. Primero, no se trata de reemplazar una forma de generar conocimiento por otra. No se trata de abolir el método científico que ha gobernado buena parte del proceso de investigación, sino de enriquecerlo, además de complementarlo con voces más diversas, con experiencias más amplias y con lecciones de aprendizaje desde los errores y lecciones aprendidas de múltiples formas de aproximarse a las realidades.
En segundo lugar, no es un problema solamente de justicia en el acceso a los beneficios derivados del sistema de ciencia, tecnología e innovación vigente. Esto sería, en lenguaje de economista, hablar solamente de repartir mejor la torta. Mi argumento es que invitar a la mesa a otras formas de producir, apropiar y distribuir conocimiento puede producir una torta más grande. No alcanzaría el resto de espacio de esta columna para mencionar ejemplos de alianzas entre científicos de múltiples disciplinas y comunidades que desde su acumulación de conocimiento a punta de prueba y error han generado soluciones a problemas de la mayor importancia en ciencias sociales y naturales. Lo que muchos han llamado el diálogo de saberes.
Esta preocupación no es particular a Colombia y responde a preguntas de fondo sobre el alcance, y fracaso en muchos casos, de cómo los aparatos de producción y distribución de ciencia, tecnología e innovación han excluido en muchas ocasiones, aunque no todas, a poblaciones o territorios que podrían ser beneficiarios y a la vez generadores de esta producción de conocimiento. Para no ir más lejos, la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) acaba de entregar su informe sobre la diversidad de valores y valoraciones de la naturaleza y entre sus mensajes más importantes está el de involucrar a las comunidades que, desde sus conocimientos, sus derechos y sus tradiciones, pueden aportar a semejante tarea tan compleja como la de “valorar” los servicios ecosistémicos y la naturaleza en sí misma. Hablando desde mi especialidad, la economía ambiental, no puedo sino acoger ese llamado, sabiendo que más voces, lentes y epistemologías para sobrevalorar la naturaleza son urgentes para complementar el trabajo que podemos hacer desde una sola disciplina o desde solo el lente de la academia y el diseño de política pública.
Para no ir más lejos, tres de cada cinco cultivos que la humanidad consume hoy fueron domesticados por pueblos precolombinos en las Américas. Grupos indígenas ya habían descubierto el ácido acetilsalicílico que terminó después sintetizado para producir aspirina. Hoy el gobierno canadiense incorpora a miembros de redes indígenas para la ciencia al momento de la evaluación y medidas frente a las especies en riesgo.
Reitero, esta invitación a sentarse a una mesa más grande no pretende de manera alguna reemplazar el método científico por otras formas de producción de conocimiento. ¡Ni más faltaba! Acabamos de ser testigos de cómo, en tiempo récord, la acumulación de esfuerzos de múltiples equipos en muchas partes del mundo, y precisamente usando el método científico, lograron producir vacunas que salvaron millones de vidas humanas. Sin embargo, necesitamos que los sistemas de producción y distribución de ciencia vigentes respondan con la misma urgencia a la pérdida masiva de biodiversidad, el freno a la deforestación, a reemplazar las energías no basadas en fósiles y distribuir alimentos para evitar las próximas hambrunas predichas para este año en Yemen, Sudán del Sur, Afganistán o Somalia. Estos son retos para las ciencias que podrían aprender enormemente de un diálogo más amplio de saberes y conocimientos que el dominante en la academia y política pública convencional.
Desafortunadamente los sistemas de producción de conocimiento han mantenido barreras y jerarquías que no permiten que todos nos sentemos a la mesa del diálogo de saberes como iguales. Un ejemplo de cómo se logran mantener estas divisiones promovidas por jerarquías innecesarias está en la partería como estrategia de atención de las madres gestantes: los sistemas de salud convencionales del país no han querido incorporar el conocimiento acumulado en la transmisión inter-generacional de conocimiento desde la partería. En muchas regiones del mundo, la partería ha sido incorporada a los sistemas de salud y con ello han aumentado el alcance de atención, pero además humanizado la forma en que se trata a las madres gestantes y sus bebés al haber identificado violencias innecesarias en los sistemas convencionales médicos.
En el año 2017 se generó un hito en Colombia que de alguna manera podría tener un efecto contraproducente a la posibilidad del encuentro de saberes entre la partería tradicional y las ciencias de la salud en el área de cuidado materno-infantil. Al declarar la partería como patrimonio cultural inmaterial de la nación, se envió ese conocimiento a la categoría de pieza de museo y a su vez a mantener la jerarquía de cuáles saberes deben dominar el cuidado de madres gestantes y sus bebés. Para nada quiero sugerir que la partería tradicional deba reemplazar al personal gineco-obstetra del sistema de salud oficial. Solo invitar a pensar en dos preguntas: ¿podrían las ciencias de la salud de cuidado materno-infantil beneficiarse de unir esfuerzos con el conocimiento tradicional de las prácticas de la partería tradicional, especialmente en zonas apartadas donde no hay infraestructura como la que disfrutamos en las grandes ciudades? Dado que el sistema de salud público cuenta con tantos retos de llegar a las zonas rurales más apartadas, pobres y vulnerables, ¿no podría el sistema de salud acoger a la partería en ese diálogo horizontal para extender su capacidad de llenar esos vacíos que por décadas ha dejado sin llenar?
Cierro con una pregunta para aquellos que defienden hoy el cierre de trincheras y pretenden mantener los muros que impiden el diálogo de saberes. Es la hora de sentarnos en una mesa más grande para intercambiar de manera horizontal lecciones aprendidas de fracasos y logros y producir conocimiento y hacer ciencia que sean más pertinentes y de mejor calidad. ¿Por qué tantas voces desde las comunidades excluidas, aquellas que Francia Márquez ha denominado los nadies, sienten que el aparato de producción y distribución de los beneficios de las ciencias dominantes a la fecha no cambian sus realidades con la misma velocidad que sí lo han logrado para los más visibles, especialmente en el centro del país?.
Si la ciencia, tecnología e innovación hubiesen avanzado de manera igual para el centro del país y las regiones más apartadas, si hubiese dado igual participación a mujeres, hombres y población LGBTIQ en los espacios de promoción y reconocimiento científico, si hubiese generado conocimientos apropiados a cada contexto, no estaríamos teniendo esta conversación y simplemente estaríamos todos quejándonos de lo bajo del presupuesto del sector en las prioridades de los gobiernos. Desafortunadamente, el problema no es solo de la baja prioridad del SNCTI, sino de sus sesgos que sistemáticamente excluyen a ciertos grupos que quieren sentarse a la mesa a aportar y a que con aprendizajes mutuos respondamos a los retos que tiene el país para que el conocimiento sea más plural y llegue a todos.
* Universidad de Massachusetts Amherst y Universidad de los Andes (en licencia)
Sigue pendiente en el país una conversación sobre las razones estructurales que llevan a que hoy, a pesar de nuestra Constitución y de políticas públicas en ocasiones bien intencionadas, la población indígena y negra del país siga teniendo peores oportunidades para participar del estado social de derecho. Esa desigualdad de oportunidades les impide a estas comunidades construir su propio devenir desde sus potenciales e intereses, y no a la medida y plantilla del modelo de desarrollo de ese centro del país, primordialmente blanco y mestizo. Esa conversación debe darse y estamos en un momento de quiebre de la política para tenerla, gracias -entre otras- al papel definitivo que Francia Márquez ha tenido en ese debate inaplazable y que aglutinó fuerzas sociales que hasta ahora habían sido silenciadas o ignoradas. Esas fuerzas sociales desde las calles y las veredas están pidiendo sentarse a la mesa a hablar de los temas más importantes del país y, entre protestas, paros y votos, están logrando abrirse por las vías democráticas ese espacio negado por siglos.
Pues bien, relacionado con esa conversación está apareciendo otra igualmente importante: la de la producción y distribución del conocimiento, y el uso de la ciencia, tecnología e innovación para la mayoría de la población y no solo para algunos grupos particulares.
Si queremos construir un país en que quepamos todos y todas, desde las diferencias que han emergido por las historias diversas de ocupación de territorios y de adaptaciones a los ecosistemas, también debemos hablar de cómo se producen, se aplican y se distribuyen los beneficios del conocimiento, la ciencia, la tecnología y la innovación producida en la nación y fuera de ella.
La razón por la que los dos temas están conectados es porque en las negociaciones de empalme asociadas al Ministerio y Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (SNCTI) también se están comenzando a sentir las tensiones entre las voces que históricamente han gobernado el tema desde la academia, el gobierno y las agremiaciones, y nuevas expresiones que reclaman una ampliación de lógicas, enfoques y epistemologías del quehacer de la ciencia y el conocimiento. La motivación es muy concreta: la participación de mujeres, comunidades étnicas, territorios y culturas diferentes a las del centro del país ha sido desproporcionadamente menor tanto en la producción de conocimiento como en la recepción de sus beneficios.
Dos puntos fundamentales en esta discusión. Primero, no se trata de reemplazar una forma de generar conocimiento por otra. No se trata de abolir el método científico que ha gobernado buena parte del proceso de investigación, sino de enriquecerlo, además de complementarlo con voces más diversas, con experiencias más amplias y con lecciones de aprendizaje desde los errores y lecciones aprendidas de múltiples formas de aproximarse a las realidades.
En segundo lugar, no es un problema solamente de justicia en el acceso a los beneficios derivados del sistema de ciencia, tecnología e innovación vigente. Esto sería, en lenguaje de economista, hablar solamente de repartir mejor la torta. Mi argumento es que invitar a la mesa a otras formas de producir, apropiar y distribuir conocimiento puede producir una torta más grande. No alcanzaría el resto de espacio de esta columna para mencionar ejemplos de alianzas entre científicos de múltiples disciplinas y comunidades que desde su acumulación de conocimiento a punta de prueba y error han generado soluciones a problemas de la mayor importancia en ciencias sociales y naturales. Lo que muchos han llamado el diálogo de saberes.
Esta preocupación no es particular a Colombia y responde a preguntas de fondo sobre el alcance, y fracaso en muchos casos, de cómo los aparatos de producción y distribución de ciencia, tecnología e innovación han excluido en muchas ocasiones, aunque no todas, a poblaciones o territorios que podrían ser beneficiarios y a la vez generadores de esta producción de conocimiento. Para no ir más lejos, la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) acaba de entregar su informe sobre la diversidad de valores y valoraciones de la naturaleza y entre sus mensajes más importantes está el de involucrar a las comunidades que, desde sus conocimientos, sus derechos y sus tradiciones, pueden aportar a semejante tarea tan compleja como la de “valorar” los servicios ecosistémicos y la naturaleza en sí misma. Hablando desde mi especialidad, la economía ambiental, no puedo sino acoger ese llamado, sabiendo que más voces, lentes y epistemologías para sobrevalorar la naturaleza son urgentes para complementar el trabajo que podemos hacer desde una sola disciplina o desde solo el lente de la academia y el diseño de política pública.
Para no ir más lejos, tres de cada cinco cultivos que la humanidad consume hoy fueron domesticados por pueblos precolombinos en las Américas. Grupos indígenas ya habían descubierto el ácido acetilsalicílico que terminó después sintetizado para producir aspirina. Hoy el gobierno canadiense incorpora a miembros de redes indígenas para la ciencia al momento de la evaluación y medidas frente a las especies en riesgo.
Reitero, esta invitación a sentarse a una mesa más grande no pretende de manera alguna reemplazar el método científico por otras formas de producción de conocimiento. ¡Ni más faltaba! Acabamos de ser testigos de cómo, en tiempo récord, la acumulación de esfuerzos de múltiples equipos en muchas partes del mundo, y precisamente usando el método científico, lograron producir vacunas que salvaron millones de vidas humanas. Sin embargo, necesitamos que los sistemas de producción y distribución de ciencia vigentes respondan con la misma urgencia a la pérdida masiva de biodiversidad, el freno a la deforestación, a reemplazar las energías no basadas en fósiles y distribuir alimentos para evitar las próximas hambrunas predichas para este año en Yemen, Sudán del Sur, Afganistán o Somalia. Estos son retos para las ciencias que podrían aprender enormemente de un diálogo más amplio de saberes y conocimientos que el dominante en la academia y política pública convencional.
Desafortunadamente los sistemas de producción de conocimiento han mantenido barreras y jerarquías que no permiten que todos nos sentemos a la mesa del diálogo de saberes como iguales. Un ejemplo de cómo se logran mantener estas divisiones promovidas por jerarquías innecesarias está en la partería como estrategia de atención de las madres gestantes: los sistemas de salud convencionales del país no han querido incorporar el conocimiento acumulado en la transmisión inter-generacional de conocimiento desde la partería. En muchas regiones del mundo, la partería ha sido incorporada a los sistemas de salud y con ello han aumentado el alcance de atención, pero además humanizado la forma en que se trata a las madres gestantes y sus bebés al haber identificado violencias innecesarias en los sistemas convencionales médicos.
En el año 2017 se generó un hito en Colombia que de alguna manera podría tener un efecto contraproducente a la posibilidad del encuentro de saberes entre la partería tradicional y las ciencias de la salud en el área de cuidado materno-infantil. Al declarar la partería como patrimonio cultural inmaterial de la nación, se envió ese conocimiento a la categoría de pieza de museo y a su vez a mantener la jerarquía de cuáles saberes deben dominar el cuidado de madres gestantes y sus bebés. Para nada quiero sugerir que la partería tradicional deba reemplazar al personal gineco-obstetra del sistema de salud oficial. Solo invitar a pensar en dos preguntas: ¿podrían las ciencias de la salud de cuidado materno-infantil beneficiarse de unir esfuerzos con el conocimiento tradicional de las prácticas de la partería tradicional, especialmente en zonas apartadas donde no hay infraestructura como la que disfrutamos en las grandes ciudades? Dado que el sistema de salud público cuenta con tantos retos de llegar a las zonas rurales más apartadas, pobres y vulnerables, ¿no podría el sistema de salud acoger a la partería en ese diálogo horizontal para extender su capacidad de llenar esos vacíos que por décadas ha dejado sin llenar?
Cierro con una pregunta para aquellos que defienden hoy el cierre de trincheras y pretenden mantener los muros que impiden el diálogo de saberes. Es la hora de sentarnos en una mesa más grande para intercambiar de manera horizontal lecciones aprendidas de fracasos y logros y producir conocimiento y hacer ciencia que sean más pertinentes y de mejor calidad. ¿Por qué tantas voces desde las comunidades excluidas, aquellas que Francia Márquez ha denominado los nadies, sienten que el aparato de producción y distribución de los beneficios de las ciencias dominantes a la fecha no cambian sus realidades con la misma velocidad que sí lo han logrado para los más visibles, especialmente en el centro del país?.
Si la ciencia, tecnología e innovación hubiesen avanzado de manera igual para el centro del país y las regiones más apartadas, si hubiese dado igual participación a mujeres, hombres y población LGBTIQ en los espacios de promoción y reconocimiento científico, si hubiese generado conocimientos apropiados a cada contexto, no estaríamos teniendo esta conversación y simplemente estaríamos todos quejándonos de lo bajo del presupuesto del sector en las prioridades de los gobiernos. Desafortunadamente, el problema no es solo de la baja prioridad del SNCTI, sino de sus sesgos que sistemáticamente excluyen a ciertos grupos que quieren sentarse a la mesa a aportar y a que con aprendizajes mutuos respondamos a los retos que tiene el país para que el conocimiento sea más plural y llegue a todos.
* Universidad de Massachusetts Amherst y Universidad de los Andes (en licencia)