¿Cuánto más debe Francisco de Roux?
Simón Murillo
Hace unos días, los periodistas Miguel Ángel Estupiñán y Juan Pablo Barrientos publicaron una columna en la que narran una visita de dos hermanos de la familia Llano a Francisco de Roux en el año 2014. Los Llano le hacen saber a de Roux, entonces provincial de la Compañía de Jesús, que fueron abusados sexualmente por Darío Chavarriaga, también jesuita y entonces profesor del Colegio Mayor de San Bartolomé, durante los años 70. Francisco, dicen los Llano, les dijo que no sacaran la información a la opinión pública mientras el papa Francisco visitaba Colombia. Sin embargo, Francisco prometió una investigación interna. No podía hacer mucho más. Para entonces, la ley colombiana estipulaba que el delito había expirado. Es decir, ni la familia, ni Francisco, ni la Fiscalía podían actuar. Un análisis jurídico más detallado de la endeble acusación fue recientemente publicado por Yesid Reyes, exministro de Justicia. Buena parte de la cobertura periodística, tanto la de Estupiñán y Barrientos, como los ecos que Daniel Coronell les ha hecho, omite este dato fundamental. Francisco no estaba eludiendo la acción de la autoridad, porque no podía haber acción de la autoridad.
En el 2014, Francisco estaba de salida. En septiembre, Carlos Eduardo Correa lo reemplazó como provincial, el administrador económico y espiritual de la provincia colombiana. Año y medio después, Chavarriaga murió.
En el 2006, la Compañía le ofreció a Francisco ser el rector de la Javeriana. Contestó que no. Luego le ofrecieron ser provincial. Volvió a decir que no. En una visita al país de Adolfo Nicolás, el general de la Compañía, le ordenó: “No me puede poner una objeción”, aceptar el cargo. Francisco ni siquiera había sido superior de una comunidad jesuita. La mayoría de sus hermanos lo consideraban una figura lejana. En los años sesenta, a sus veintipico, Francisco eligió abandonar la comunidad de la Universidad Javeriana e irse a vivir a un tugurio de madera en San Agustín del Sur, al filo de la ciudad. La Compañía durante muchos años estuvo gravemente dividida entre el sector conservador, cercano a los colegios, y un grupo pequeño pero particularmente vocal, que soñaba otro mundo.
Creo que los reportajes de Coronell, Barrientos y Estupiñán están viciados del subtexto de que Francisco, por ser cura, por ser jesuita, no solo estaba inmediatamente enterado de las acciones de Chavarriaga, sino que era su amigo y confidente. Pasé los últimos cuatro años investigando exhaustivamente a Francisco y a su círculo y ni una sola vez escuché el nombre de Chavarriaga. Me sorprendería si antes del provincialato siquiera hubiesen cruzado palabra.
Ahora, suponiendo que el estado pudo haber actuado sobre Chavarriaga, y la denuncia de Francisco tuviera algún sentido. ¿Es acudir ante el guardián de la ley el único camino? Los periodistas implican que ante el crimen la maximización del proceso penal no solo es evidente, sino justa. Durante los años ochenta, el CINEP, liderado por Francisco y otros jesuitas como Alejandro Angulo, Fernán González y Javier Giraldo, se convirtió en la institución mejor informada del país sobre la guerra, y la vanguardia misma de las ciencias sociales en el país. Buena parte de lo que ahora damos por hecho sobre la guerra proviene de un acervo documental impresionante construido ahí. Sobre el trabajo del Cinep se construyó el ¡Basta Ya! del CNMH y la Comisión de la Verdad. Solo hace unos días, el Ejército Gaitanista, o Clan del Golfo, amenazó al CINEP por publicar un informe sobre la destrucción ecológica paramilitar en el Bajo Atrato.
Enormes discusiones acometían con frecuencia al Cinep, y uno de los temas más polémicos era la extensión de las denuncias que hacían. La revista 100 días publicaba fragmentos del Boletín de Derechos Humanos de Javier Giraldo: masacres inmensas, pueblos asediados por napalm, torturas de líderes sindicales. El Ejército y el Gobierno presionaban a Francisco, el director, para que no publicaran casos que no estuvieran judicializados. Francisco prefería llevar los casos ante las autoridades y hacer un metódico trabajo político por el desescalamiento de la guerra, algo que continuaría toda su vida. Sin embargo, su posición era impopular en el Cinep y provocó una ruptura, por algunos años, con Javier Giraldo, quien prefería la denuncia y la confrontación.
Algunos años antes de la reunión con los hermanos Llano, el dilema entre denunciar o dialogar le llegó encima a Francisco. En el Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio se enfrentaba diariamente a otras masacres inmensas, a pueblos arrasados, a la expansión del Bloque Central Bolívar. Francisco recogió cadáveres en Yondó, testificó agresiones del Ejército en Brisas de Yanacué, liberó secuestrados del ELN en Villa Flor, Canelos y Santa Rosa. Todo esto en una área de gris legalidad. El comisionado de paz Luis Carlos Restrepo, hoy prófugo, lo amenazó con la cárcel alguna vez. Francisco salvó muchas vidas en el Magdalena. Y lo hizo haciéndose una bandera blanca personificada. Pero para hacer la paz tenía que conversar cotidianamente con muchos, muchísimos, asesinos y violadores múltiples: paramilitares, militares, guerrilleros y políticos.
Por años la misma iglesia lo juzgó demasiado independiente y radical: el cardenal Muñoz Duque alguna vez le quitó su licencia sacerdotal por apoyar a unos sindicalistas. La guerrilla del ELN pretendió fusilarlo en la Serranía de San Lucas. Los paramilitares de Julián Bolívar y Macaco asesinaron a más de dos docenas de sus colaboradores en el Magdalena Medio. Y las fuerzas del Estado lo obligaron a exiliarse el día después del asesinato de Pizarro, persiguieron a Javier Giraldo encarnizadamente y asesinaron, entre muchos otros, a Mario Calderón y Elsa Alvarado.
Esta brutal violencia que se ejerció durante décadas hacia Francisco y los suyos lo llevó paradójicamente a convertirse en un evangelista del perdón e insistir todavía más en un pacifismo anacrónico. Su legado recorre la estructura misma del Estado colombiano, y muchas de las ideas que impulsan a nuestro tembloroso posconflicto. Como escribió varias veces a lo largo de su vida, “no es posible construir una nación solo entre buenos".
Ese horizonte fue lo que más me impresionó de él cuando lo conocí, a los 12 años. Ante la hipocresía culifruncida del mundo burgués paisa que me rodeaba, Francisco me mostró un mundo ético que no se ahogaba en promesas tramposas. El fruto de eso está, para el que quiera mirar, en toda la filosofía de la justicia restaurativa. Francisco nunca se ha visto como un adalid de la moral. Han sido los medios de comunicación los que lo han divinizado en una figura extraña, como un cruce entre la Madre Laura y Mandela. Ahora que necesitan algo de escándalo insípido trivializan y aplanan su égida con pasión maniquea. Creo que ese griterío idiota e irreflexivo es lo más lejano a una reflexión ética honesta.
Por eso, como una forma de agradecerle, quise mostrar algo de lo que lo hace extraordinario y ahora insisten en aplanar. La voz de Francisco es más necesaria que nunca. Ahora que los espectros de guerras y cárceles nos vuelven a rondar, a muchos les convendría escucharlo. Tal vez aprendan algo.
Hace unos días, los periodistas Miguel Ángel Estupiñán y Juan Pablo Barrientos publicaron una columna en la que narran una visita de dos hermanos de la familia Llano a Francisco de Roux en el año 2014. Los Llano le hacen saber a de Roux, entonces provincial de la Compañía de Jesús, que fueron abusados sexualmente por Darío Chavarriaga, también jesuita y entonces profesor del Colegio Mayor de San Bartolomé, durante los años 70. Francisco, dicen los Llano, les dijo que no sacaran la información a la opinión pública mientras el papa Francisco visitaba Colombia. Sin embargo, Francisco prometió una investigación interna. No podía hacer mucho más. Para entonces, la ley colombiana estipulaba que el delito había expirado. Es decir, ni la familia, ni Francisco, ni la Fiscalía podían actuar. Un análisis jurídico más detallado de la endeble acusación fue recientemente publicado por Yesid Reyes, exministro de Justicia. Buena parte de la cobertura periodística, tanto la de Estupiñán y Barrientos, como los ecos que Daniel Coronell les ha hecho, omite este dato fundamental. Francisco no estaba eludiendo la acción de la autoridad, porque no podía haber acción de la autoridad.
En el 2014, Francisco estaba de salida. En septiembre, Carlos Eduardo Correa lo reemplazó como provincial, el administrador económico y espiritual de la provincia colombiana. Año y medio después, Chavarriaga murió.
En el 2006, la Compañía le ofreció a Francisco ser el rector de la Javeriana. Contestó que no. Luego le ofrecieron ser provincial. Volvió a decir que no. En una visita al país de Adolfo Nicolás, el general de la Compañía, le ordenó: “No me puede poner una objeción”, aceptar el cargo. Francisco ni siquiera había sido superior de una comunidad jesuita. La mayoría de sus hermanos lo consideraban una figura lejana. En los años sesenta, a sus veintipico, Francisco eligió abandonar la comunidad de la Universidad Javeriana e irse a vivir a un tugurio de madera en San Agustín del Sur, al filo de la ciudad. La Compañía durante muchos años estuvo gravemente dividida entre el sector conservador, cercano a los colegios, y un grupo pequeño pero particularmente vocal, que soñaba otro mundo.
Creo que los reportajes de Coronell, Barrientos y Estupiñán están viciados del subtexto de que Francisco, por ser cura, por ser jesuita, no solo estaba inmediatamente enterado de las acciones de Chavarriaga, sino que era su amigo y confidente. Pasé los últimos cuatro años investigando exhaustivamente a Francisco y a su círculo y ni una sola vez escuché el nombre de Chavarriaga. Me sorprendería si antes del provincialato siquiera hubiesen cruzado palabra.
Ahora, suponiendo que el estado pudo haber actuado sobre Chavarriaga, y la denuncia de Francisco tuviera algún sentido. ¿Es acudir ante el guardián de la ley el único camino? Los periodistas implican que ante el crimen la maximización del proceso penal no solo es evidente, sino justa. Durante los años ochenta, el CINEP, liderado por Francisco y otros jesuitas como Alejandro Angulo, Fernán González y Javier Giraldo, se convirtió en la institución mejor informada del país sobre la guerra, y la vanguardia misma de las ciencias sociales en el país. Buena parte de lo que ahora damos por hecho sobre la guerra proviene de un acervo documental impresionante construido ahí. Sobre el trabajo del Cinep se construyó el ¡Basta Ya! del CNMH y la Comisión de la Verdad. Solo hace unos días, el Ejército Gaitanista, o Clan del Golfo, amenazó al CINEP por publicar un informe sobre la destrucción ecológica paramilitar en el Bajo Atrato.
Enormes discusiones acometían con frecuencia al Cinep, y uno de los temas más polémicos era la extensión de las denuncias que hacían. La revista 100 días publicaba fragmentos del Boletín de Derechos Humanos de Javier Giraldo: masacres inmensas, pueblos asediados por napalm, torturas de líderes sindicales. El Ejército y el Gobierno presionaban a Francisco, el director, para que no publicaran casos que no estuvieran judicializados. Francisco prefería llevar los casos ante las autoridades y hacer un metódico trabajo político por el desescalamiento de la guerra, algo que continuaría toda su vida. Sin embargo, su posición era impopular en el Cinep y provocó una ruptura, por algunos años, con Javier Giraldo, quien prefería la denuncia y la confrontación.
Algunos años antes de la reunión con los hermanos Llano, el dilema entre denunciar o dialogar le llegó encima a Francisco. En el Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio se enfrentaba diariamente a otras masacres inmensas, a pueblos arrasados, a la expansión del Bloque Central Bolívar. Francisco recogió cadáveres en Yondó, testificó agresiones del Ejército en Brisas de Yanacué, liberó secuestrados del ELN en Villa Flor, Canelos y Santa Rosa. Todo esto en una área de gris legalidad. El comisionado de paz Luis Carlos Restrepo, hoy prófugo, lo amenazó con la cárcel alguna vez. Francisco salvó muchas vidas en el Magdalena. Y lo hizo haciéndose una bandera blanca personificada. Pero para hacer la paz tenía que conversar cotidianamente con muchos, muchísimos, asesinos y violadores múltiples: paramilitares, militares, guerrilleros y políticos.
Por años la misma iglesia lo juzgó demasiado independiente y radical: el cardenal Muñoz Duque alguna vez le quitó su licencia sacerdotal por apoyar a unos sindicalistas. La guerrilla del ELN pretendió fusilarlo en la Serranía de San Lucas. Los paramilitares de Julián Bolívar y Macaco asesinaron a más de dos docenas de sus colaboradores en el Magdalena Medio. Y las fuerzas del Estado lo obligaron a exiliarse el día después del asesinato de Pizarro, persiguieron a Javier Giraldo encarnizadamente y asesinaron, entre muchos otros, a Mario Calderón y Elsa Alvarado.
Esta brutal violencia que se ejerció durante décadas hacia Francisco y los suyos lo llevó paradójicamente a convertirse en un evangelista del perdón e insistir todavía más en un pacifismo anacrónico. Su legado recorre la estructura misma del Estado colombiano, y muchas de las ideas que impulsan a nuestro tembloroso posconflicto. Como escribió varias veces a lo largo de su vida, “no es posible construir una nación solo entre buenos".
Ese horizonte fue lo que más me impresionó de él cuando lo conocí, a los 12 años. Ante la hipocresía culifruncida del mundo burgués paisa que me rodeaba, Francisco me mostró un mundo ético que no se ahogaba en promesas tramposas. El fruto de eso está, para el que quiera mirar, en toda la filosofía de la justicia restaurativa. Francisco nunca se ha visto como un adalid de la moral. Han sido los medios de comunicación los que lo han divinizado en una figura extraña, como un cruce entre la Madre Laura y Mandela. Ahora que necesitan algo de escándalo insípido trivializan y aplanan su égida con pasión maniquea. Creo que ese griterío idiota e irreflexivo es lo más lejano a una reflexión ética honesta.
Por eso, como una forma de agradecerle, quise mostrar algo de lo que lo hace extraordinario y ahora insisten en aplanar. La voz de Francisco es más necesaria que nunca. Ahora que los espectros de guerras y cárceles nos vuelven a rondar, a muchos les convendría escucharlo. Tal vez aprendan algo.