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Por: Julián Restrepo*
Por estos días he visto cómo en redes sociales la gente resalta el hecho de que este virus nos ha hecho a todos iguales. Lo resaltan no a manera de celebración sino para enfatizar que, al fin de cuentas, todos los humanos amamos, sufrimos, lloramos y nos enfermamos. No importa si poseemos patrimonios incalculables o vivamos de vender golosinas en las esquinas de los semáforos a todos nos puede infectar el virus y su resultado es igual de incierto. Sin embargo, esta realidad cambia radicalmente cuando empieza la cuarentena obligatoria.
Es en ese instante donde se acaba el momento de epifanía evidente y volvemos a una realidad injusta. No solo por lo que implica para muchas personas dejar de trabajar tanto tiempo. Todos sabemos que en nuestro contexto latinoamericano una gran parte de la población vive día a día y depende enteramente de su capacidad de obtener lo necesario para que él o ella soporten a su familia. Hace un par de días leía un artículo que me rompía el corazón. En él una señora mayor que se sienta a vender tamales en una calle de alguna ciudad latinoamericana explicaba por qué la cuarentena podía ser fatal para ella: “si no trabajo, no como”.
Como ella hay millones de personas que además de depender casi enteramente de su trabajo diario, en muchos casos no cuentan con los apoyos sociales del Estado. ¿Qué va a pasar con ella? ¿O con los millones de personas que se encuentran en situaciones similares?
Ellos tienen un doble riesgo: uno, contraer el virus y ser de las personas desafortunadas que manifiestan síntomas severos. En ese caso tienen el riesgo de morir o en el mejor de los casos recuperarse con un mínimo de secuelas. Dos, por la falta de trabajo e ingresos, pueden sufrir de desnutrición, lo que puede conllevar otra serie de enfermedades igual o peor de fuertes. Un recordatorio contundente que en realidad, en este mundo que habitamos, no todos somos iguales.
Pasemos a otros casos menos extremos pero igualmente preocupantes. Confinar a una familia entera a permanecer las 24 horas en su casa por un periodo, que en el caso de Bogotá va a superar los 21 días, puede tener consecuencias sociales delicadas. En una ciudad como Bogotá la vivienda promedio de la población de menos recursos es de menos de 33 m2 según un estudio reciente de la Pontificia Universidad Javeriana.
En estas viviendas pueden vivir cinco personas o en algunos casos más. Si tuviera cinco habitantes esta vivienda, cada uno de ellos dispondría de 6,6 m2. Este espacio reducido puede resultar muy limitado por periodos extendidos de tiempo y puede conllevar violencia intrafamiliar. Es muy distinto pasar la cuarentena en 30 m2 por persona que en 6. Una persona que vive en 6 m 2 promedio por habitante usualmente comparte un cuarto con algún otro miembro de la familia y su privacidad se encuentra muy reducida.
Como si fuese poco, el tipo de servicios de entretenimiento es muy distinto en cada caso. Mientras en las viviendas más generosas usualmente hay televisores (más de uno en muchos casos), computadores, patios o terrazas, en las viviendas más pequeñas no, difícilmente una sala y un comedor pequeño. Esto es una bomba social que puede estallar y generar problemas igual de graves a los que nos puede generar este virus fuera de control.
¿Cómo entonces enfrentar este difícil momento? Me encantaría tener todas las respuestas. Por lo pronto puedo decir que debemos acatar las normas sanitarias y aprender de los demás países que han enfrentado el virus. Pero debemos también entender que es muy diferente encerrar a un país como Italia o China que a un país como Colombia. Nuestra realidad socioeconómica nos obliga a tomar en consideración otras variables y nos exige que las atendamos de una manera innovadora.
¿Cómo podemos brindar espacios de recreación y ocio a las personas que viven en espacios tan reducidos? ¿Cómo podemos brindar acceso a la naturaleza, tan importante para la salud mental de todos, en un lugar
como ciudad Bolívar donde es prácticamente inexistente? En mi opinión, la solución es una combinación de herramientas digitales y espaciales. De pronto ya es muy tarde para atender estos factores en esta pandemia, de pronto no. Pero sí debemos actuar rápidamente para prepararnos para la siguiente. Si no lo hacemos a tiempo, la cura puede ser igual de grave que la enfermedad.
* Socio de TALLER arquitectos