Es probable que, si preguntamos a la gente sobre sus recuerdos del año 2020, casi todos coincidan con el recuerdo amargo de un confinamiento extendido, vacunas, trabajo en casa, pico y cédula, entre otras. Sin embargo, hay una isla en el Caribe colombiano en donde aquel fue el año de perderlo todo y volver a empezar: Providencia.
Habían transcurrido menos de 10 días del paso del huracán ETA, que parecía ser la prueba más dura de aquella temporada de huracanes y que hizo destrozos en el costado occidental de la isla de San Andrés. Lo que había empezado como un sistema de baja presión que se había formado entrando por las antillas menores hacia el Caribe, se convertía lentamente en una tormenta tropical que se dirigía con cierta duda hacia el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, particularmente a estas dos últimas, que quedan un poco más al norte.
Para la noche del 15 de noviembre, la tormenta ya era huracán, bautizado IOTA y de categoría 5, la máxima posible. El ojo del huracán se acercaba con fuerza a la isla de Providencia y empezaban las horas más angustiantes para las cerca de seis mil personas que habitan este paraíso en medio del Caribe Suroccidental y que solo era noticia en Colombia cuando tocaba reclamar la soberanía nacional alrededor de las islas en un litigio que por fin parece terminar. Desde la madrugada del 16 de noviembre del 2020, la noticia era otra. Un huracán se había posado sobre Providencia y Santa Catalina y sólo varios días después habría una señal de la magnitud de los destrozos.
Las temporadas de huracanes en el Caribe son una de las pocas certezas año a año. Se sabe que de junio a noviembre los fenómenos meteorológicos se intensifican en la región y las tormentas tropicales transitan de oriente a occidente siguiendo un camino que hace años es predecible gracias a la ciencia y al Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos. El archipiélago está avisado hace décadas sobre la ocurrencia anual de estos fenómenos y han sido varios los huracanes que por aquí han pasado. Lastimosamente, la diferencia entre estar avisado y estar preparado nunca fue tan gráfica como en aquel 2020.
(Le puede interesar: Cuando una hermana llora por Providencia...)
Un huracán, sobre todo si es categoría cinco, es muy difícil de imaginar. Pueden ser días enteros bajo aguaceros, vientos violentos y oleajes mortales. El agua hasta las rodillas, los techos volando y el corazón en la mano. En Providencia, además, se cayeron todas las comunicaciones, aunque para esto no siempre ha hecho falta un huracán porque las islas llevan décadas esperando una provisión digna de servicios como electricidad, acueductos y conexión a internet. Muchos recordarán que en el primer intento que hizo el entonces presidente, Iván Duque, para aterrizar en un helicóptero en Providencia fue infructuoso porque tras más de 30 horas después las condiciones climáticas seguían siendo inclementes.
Finalmente, el país pudo verlo transmitido en vivo, Providencia estaba devastada. Parecía como si un incendio se hubiera mezclado con un terremoto. No había rastro del verde que caracteriza a esa isla como a ninguna otra. Lanchas encima de las pocas estructuras que quedaban en pie. Escombros y agua por todos lados. Cuatro muertos y más del 90 % de la infraestructura de la isla destruida. Esa madrugada del 16 de noviembre, el único refugio para muchos fue el baño de algún vecino construido con cemento. Ahí estaban los isleños, cansados de pedir refugios anti huracanes, abrazándose a la vida en algún lugar donde aún quedara un techo y unas paredes en pie.
Finalmente, el huracán siguió su rumbo, golpeando tierra días después en Nicaragua, donde parecieron estar un poco más preparados. Y a Providencia en ruinas llegaría la siguiente tormenta con el desfile de funcionarios que, bajo un plan de “reconstrucción”, acompañaron el circo de la corrupción y la revictimización. Pero ese es tema para otra columna. Siempre viva y digna Providencia. Que las almas que se llevó el huracán guíen desde el infinito la suerte de su pueblo.
Rest In Peace: En honor a Robino Livingston, Hailok Bush, Vicente Archbold y Nicasio Howard, víctimas mortales del huracán IOTA en Providencia.
* Especialista en estudios afrocaribeños y coordinador de transición ecológica de Vivamos Humanos y Franz Weber.
Es probable que, si preguntamos a la gente sobre sus recuerdos del año 2020, casi todos coincidan con el recuerdo amargo de un confinamiento extendido, vacunas, trabajo en casa, pico y cédula, entre otras. Sin embargo, hay una isla en el Caribe colombiano en donde aquel fue el año de perderlo todo y volver a empezar: Providencia.
Habían transcurrido menos de 10 días del paso del huracán ETA, que parecía ser la prueba más dura de aquella temporada de huracanes y que hizo destrozos en el costado occidental de la isla de San Andrés. Lo que había empezado como un sistema de baja presión que se había formado entrando por las antillas menores hacia el Caribe, se convertía lentamente en una tormenta tropical que se dirigía con cierta duda hacia el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, particularmente a estas dos últimas, que quedan un poco más al norte.
Para la noche del 15 de noviembre, la tormenta ya era huracán, bautizado IOTA y de categoría 5, la máxima posible. El ojo del huracán se acercaba con fuerza a la isla de Providencia y empezaban las horas más angustiantes para las cerca de seis mil personas que habitan este paraíso en medio del Caribe Suroccidental y que solo era noticia en Colombia cuando tocaba reclamar la soberanía nacional alrededor de las islas en un litigio que por fin parece terminar. Desde la madrugada del 16 de noviembre del 2020, la noticia era otra. Un huracán se había posado sobre Providencia y Santa Catalina y sólo varios días después habría una señal de la magnitud de los destrozos.
Las temporadas de huracanes en el Caribe son una de las pocas certezas año a año. Se sabe que de junio a noviembre los fenómenos meteorológicos se intensifican en la región y las tormentas tropicales transitan de oriente a occidente siguiendo un camino que hace años es predecible gracias a la ciencia y al Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos. El archipiélago está avisado hace décadas sobre la ocurrencia anual de estos fenómenos y han sido varios los huracanes que por aquí han pasado. Lastimosamente, la diferencia entre estar avisado y estar preparado nunca fue tan gráfica como en aquel 2020.
(Le puede interesar: Cuando una hermana llora por Providencia...)
Un huracán, sobre todo si es categoría cinco, es muy difícil de imaginar. Pueden ser días enteros bajo aguaceros, vientos violentos y oleajes mortales. El agua hasta las rodillas, los techos volando y el corazón en la mano. En Providencia, además, se cayeron todas las comunicaciones, aunque para esto no siempre ha hecho falta un huracán porque las islas llevan décadas esperando una provisión digna de servicios como electricidad, acueductos y conexión a internet. Muchos recordarán que en el primer intento que hizo el entonces presidente, Iván Duque, para aterrizar en un helicóptero en Providencia fue infructuoso porque tras más de 30 horas después las condiciones climáticas seguían siendo inclementes.
Finalmente, el país pudo verlo transmitido en vivo, Providencia estaba devastada. Parecía como si un incendio se hubiera mezclado con un terremoto. No había rastro del verde que caracteriza a esa isla como a ninguna otra. Lanchas encima de las pocas estructuras que quedaban en pie. Escombros y agua por todos lados. Cuatro muertos y más del 90 % de la infraestructura de la isla destruida. Esa madrugada del 16 de noviembre, el único refugio para muchos fue el baño de algún vecino construido con cemento. Ahí estaban los isleños, cansados de pedir refugios anti huracanes, abrazándose a la vida en algún lugar donde aún quedara un techo y unas paredes en pie.
Finalmente, el huracán siguió su rumbo, golpeando tierra días después en Nicaragua, donde parecieron estar un poco más preparados. Y a Providencia en ruinas llegaría la siguiente tormenta con el desfile de funcionarios que, bajo un plan de “reconstrucción”, acompañaron el circo de la corrupción y la revictimización. Pero ese es tema para otra columna. Siempre viva y digna Providencia. Que las almas que se llevó el huracán guíen desde el infinito la suerte de su pueblo.
Rest In Peace: En honor a Robino Livingston, Hailok Bush, Vicente Archbold y Nicasio Howard, víctimas mortales del huracán IOTA en Providencia.
* Especialista en estudios afrocaribeños y coordinador de transición ecológica de Vivamos Humanos y Franz Weber.