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Desde 2019 Colombia vivió unas protestas inéditas, por la duración de las movilizaciones, la amplitud de la agenda y la presencia mayoritaria de los jóvenes. Algunos analistas interpretaron estas movilizaciones de una manera negativa, identificando todas las peticiones y a sus protagonistas simplemente como demandas de ruptura. Los datos disponibles contradicen estas visiones simplistas y negativas.
Las cifras de las encuestas lideradas por la Universidad del Rosario desde el inicio de las marchas —representativas de los jóvenes de 18 a 32 años en las 10 principales regiones del país— muestran, no obstante, una Colombia joven inconforme con la situación económica y social, pero que está dispuesta a colaborar hacia un país más dinámico e incluyente.
Empleando la trilogía salida-voz-lealtad del economista Albert Hirschman, dos de cada tres jóvenes colombianos quieren colaborar en construir el contrato social (“lealtad”). Un 28 % declara estar dispuesto a hacerlo sobre la base de elementos tradicionales, como pagar más impuestos, trabajar más e involucrarse en política, y una proporción aún mayor (un 38 %), con acciones más innovadoras, como trabajos de voluntariado y donaciones. A ellos probablemente habría que añadir algunos (¿muchos?) del 33 % que optaron por la “voz” (tanto protestando en las calles como por medio del voto). Solo un 2 % de los jóvenes colombianos declaran no estar dispuestos a hacer nada (“salida”).
Esta demanda de innovación en los componentes del contrato social ha de venir acompañada con una mayor pluralidad en las instituciones involucradas, tomando las universidades (públicas y privadas) y las ONG un papel central. Así, según la misma encuesta, de nuevo dos de cada tres jóvenes confían en ellas (más del doble que en poderes más tradicionales como el Estado, la Iglesia y los partidos políticos).
Dicen que el mismo Hirschman acuñó el término fracasomanía inspirado en la tendencia latinoamericana a no apreciar los avances y enfocarse en lo negativo. Sin duda, las protestas de los jóvenes, iniciadas antes de la pandemia y retomadas recientemente, pusieron de manifiesto la profundidad y amplitud de los nuevos retos de desarrollo, tras los avances en las evidentes últimas décadas. Pero, lejos de algunas interpretaciones pesimistas, las movilizaciones sociales muestran una juventud comprometida con contribuir al cambio. Este breve análisis sostiene que un nuevo contrato social puede emerger si se combinan algunas acciones tradicionales (voto, pago de impuestos, participación en política...) con nuevas formas de involucramiento más próximas con los retos de desarrollo, como el voluntariado y las donaciones. Las universidades y las ONG deben colaborar con este cambio y canalizar todo el capital y la energía movilizados. Seamos optimistas.
* Universidad del Rosario.