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No tardó mucho para que las relaciones entre el presidente Gustavo Petro y su homólogo estadounidense recién posesionado, Donald Trump, dieran sus primeras chispas. A título personal e ideológico, la poca afinidad entre ambos no era ningún secreto. Tampoco Colombia fue el primer país en sentirse maltratado por Trump desde su regreso a la Casa Blanca. Sin embargo, por primera vez, el nuevo presidente de los Estados Unidos no solo mostró sus dientes frente a la negativa de un país aliado de aceptar la manera en que trataban a sus ciudadanos, sino que tomó medidas y decretó represalias contra un país que gozaba de ser considerado uno de los aliados tradicionales de los Estados Unidos.
La rapidez y la virulencia con la que se prendió el incendio a través de la red social X, de la cual ambos presidentes son muy adeptos, y la rapidez también con la que se superó, por lo menos por ahora, sorprendieron a muchos. Menos sorprendentes, sin embargo, fueron las reacciones en ambos países. Si bien la prensa norteamericana en su conjunto considera que Estados Unidos hizo retroceder a Colombia en su veleidad de rechazar una decisión soberana, en Colombia, un amplio sector de la sociedad considera que el presidente Petro hizo bien en elevar protestas contra unas medidas unilaterales degradantes, aunque otros consideran que su forma de protestar no fue la más adecuada, que su reacción fue precipitada, y que, para ser un (ex) revolucionario, cedió muy rápidamente ante el “gran capitalismo”.
Ahora bien, más allá de quién ganó (por mi parte creo que, en realidad, ambos países perdieron, aunque uno más que el otro), esta crisis es también muy reveladora de la diferencia entre la cautela o desgana de la reacción del presidente Petro después de las elecciones presidenciales en Venezuela, y la fogosidad y el apresuramiento con los cuales reaccionó en esta crisis con Estados Unidos.
El argumento detrás de los malabarismos semánticos de Colombia ante las reticencias del presidente Petro en condenar las elecciones fraudulentas en Venezuela y en rechazar a Nicolás Maduro como nuevo presidente, era que Colombia debía preservar sus intereses, ante todo, y evitar cualquier declaración intempestiva que pudiera provocar una ruptura de las relaciones diplomáticas entre ambos países, perjudicando, in fine, a millones de colombianos. Este argumento es legítimo, pero no es una excusa suficiente para no haber protestado de manera más contundente. Retirar temporalmente al embajador de Colombia en Venezuela no hubiera necesariamente implicado una ruptura de las relaciones diplomáticas entre ambos países, ni tampoco renunciar a los oficios consulares en el país vecino para preservar los intereses de los colombianos. Decir que el embajador de Colombia no asistiría a la ceremonia de posesión de Nicolás Maduro, aún menos.
Conclusión: el presidente Petro no quiso arriesgarse a molestar a su hermano venezolano, pero no dudó en enfrentar al Tío Sam. Mañana amanecerá y veremos si el acto de protesta del presidente Petro será visto, en última instancia, como un gesto de valentía por parte del presidente Trump, a quien, como sabemos, le gusta hablar cara a cara con dirigentes autoritarios o con fuertes personalidades, o si su reculada será considerada un acto de debilidad que dejará a Colombia a merced de futuras sanciones de Estados Unidos.
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