Destinados a convivir: la relación bilateral colombo-venezolana
Ronal F. Rodríguez
Hace 135 años, Colombia y Venezuela aguardaban por el laudo de la regente española María Cristina de Habsburgo, mecanismo con el que se esperaba resolver definitivamente la delimitación de la frontera terrestre, pero solo sería hasta 1941, con el tratado López de Mesa-Gil Borges, que lograríamos superar parcialmente el tema de la fijación fronteriza. Aún está pendiente la delimitación de zonas marinas y submarinas en el golfo de Coquivacoa, como lo llamamos los colombianos, o golfo de Venezuela.
Desde la separación, Colombia y Venezuela han resuelto sus discrepancias por medio del diálogo, a pesar de las diferencias, incluso cuando estuvimos cerca de la guerra por la crisis de la corbeta Caldas (1987). Después, y gracias a la sinergia entre los presidentes de frontera Virgilio Barco y Carlos Andrés Pérez se decidió “desgolfizar” la relación y construimos un fuerte intercambio comercial enmarcado en la institucionalidad bilateral y robustecido por la Comunidad Andina.
Paradójicamente, cuando Venezuela es gobernada por un hijo de colombiana, y con el fenómeno de movilidad humana, se han estrechado los vínculos entre las dos sociedades con una diáspora colombiana en Venezuela que supera los tres millones y permanecen en el vecino país a pesar de la crisis, y los dos millones de migrantes venezolanos que han hecho de Colombia su hogar, a lo que se suma el millón de ciudadanos binacionales. La hermandad colombo-venezolana atraviesa por su peor momento, sin relaciones diplomáticas ni consulares desde hace tres años y sin ningún canal de diálogo formal o informal, del que se tenga noticia, entre las autoridades del Estado colombiano con quienes detentan el poder real en Venezuela.
Toda la institucionalidad bilateral está deshecha, sin los mecanismos del Tratado de no agresión y conciliación de 1939, ni las comisiones bilaterales del Acta de San Pedro Alejandrino de 1990, y sin Venezuela en la CAN desde 2006. Es momento de repensar la relación bilateral, desideologizarla y replantearla a partir del diálogo, con el objetivo de construir un marco de convivencia con nuestro vecino más importante, a pesar de que Venezuela sea gobernada por una dictadura hostil al Gobierno y la sociedad colombiana, y que nada indica que eso pueda cambiar en el corto plazo, estamos destinados a convivir.
Ronal F. Rodríguez es Investigador y vocero del Observatorio de Venezuela, Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario.
Este texto hace parte del gran especial de aniversario de los 135 años de El Espectador, que analiza cómo podemos tener un futuro más sostenible. Encuentre aquí el especial completo.
Hace 135 años, Colombia y Venezuela aguardaban por el laudo de la regente española María Cristina de Habsburgo, mecanismo con el que se esperaba resolver definitivamente la delimitación de la frontera terrestre, pero solo sería hasta 1941, con el tratado López de Mesa-Gil Borges, que lograríamos superar parcialmente el tema de la fijación fronteriza. Aún está pendiente la delimitación de zonas marinas y submarinas en el golfo de Coquivacoa, como lo llamamos los colombianos, o golfo de Venezuela.
Desde la separación, Colombia y Venezuela han resuelto sus discrepancias por medio del diálogo, a pesar de las diferencias, incluso cuando estuvimos cerca de la guerra por la crisis de la corbeta Caldas (1987). Después, y gracias a la sinergia entre los presidentes de frontera Virgilio Barco y Carlos Andrés Pérez se decidió “desgolfizar” la relación y construimos un fuerte intercambio comercial enmarcado en la institucionalidad bilateral y robustecido por la Comunidad Andina.
Paradójicamente, cuando Venezuela es gobernada por un hijo de colombiana, y con el fenómeno de movilidad humana, se han estrechado los vínculos entre las dos sociedades con una diáspora colombiana en Venezuela que supera los tres millones y permanecen en el vecino país a pesar de la crisis, y los dos millones de migrantes venezolanos que han hecho de Colombia su hogar, a lo que se suma el millón de ciudadanos binacionales. La hermandad colombo-venezolana atraviesa por su peor momento, sin relaciones diplomáticas ni consulares desde hace tres años y sin ningún canal de diálogo formal o informal, del que se tenga noticia, entre las autoridades del Estado colombiano con quienes detentan el poder real en Venezuela.
Toda la institucionalidad bilateral está deshecha, sin los mecanismos del Tratado de no agresión y conciliación de 1939, ni las comisiones bilaterales del Acta de San Pedro Alejandrino de 1990, y sin Venezuela en la CAN desde 2006. Es momento de repensar la relación bilateral, desideologizarla y replantearla a partir del diálogo, con el objetivo de construir un marco de convivencia con nuestro vecino más importante, a pesar de que Venezuela sea gobernada por una dictadura hostil al Gobierno y la sociedad colombiana, y que nada indica que eso pueda cambiar en el corto plazo, estamos destinados a convivir.
Ronal F. Rodríguez es Investigador y vocero del Observatorio de Venezuela, Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario.
Este texto hace parte del gran especial de aniversario de los 135 años de El Espectador, que analiza cómo podemos tener un futuro más sostenible. Encuentre aquí el especial completo.