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A inicios de junio del 2024, Nayib Bukele asumió su segundo mandato como presidente de El Salvador. Después de cinco años de haber iniciado su gestión, aún goza de altísima popularidad, es un rockstar de la política regional, inspira a múltiples líderes de derecha y sus logros son visibles y envidiables para vecinos como Honduras o Guatemala.
En su ceremonia de investidura, estuvo un asistente cuya presencia pasó desapercibida por gran parte de la prensa mundial, cuya asistencia deja entrever un acercamiento diplomático inusual, extraño y potencialmente peligroso. El embajador de Rusia en Nicaragua, y concurrente para El Salvador, Alexander Khokholikof estuvo entre los invitados de honor.
Su presencia en la ceremonia revela más que una simple visita protocolaria, deja en evidencia el malabarismo diplomático de Vladimir Putin en América Latina, a quien no le importa apoyar tiranos o dictadores (o aspirantes a serlo) siempre y cuando se alineen con sus intereses o simplemente le demuestren una ligera señal de apoyo. Sin ser sorpresivo, Nicolás Maduro en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua y Miguel Díaz Canel en Cuba son sus principales aliados. Ellos representan la izquierda más radical de la región, antiimperialista, antagónica con los Estados Unidos, que añoran o fueron aliados en el pasado de la extinta Unión Soviética, a la que Putin sigue apelando para conquistar líderes en la región. Pero atraer apoyos de otras orillas del espectro político puede ser un nuevo objetivo de Putin en la región.
Rusia y El Salvador: ¿una relación en etapa inicial?
Putin es un líder autoritario que ha demostrado tener una política exterior altamente ideologizada, contraria a los países occidentales, antidemocrática, nacionalista e imperialista, según desde donde se mire. A diferencia de China que busca una interacción motivada principalmente por intereses económicos, y con base en el desconocimiento de Taiwán como país independiente, Putin busca abiertamente siempre el antagonismo y la confrontación con las democracias liberales representativas.
La presencia del embajador en El Salvador sorprende porque pareciera, a primera vista, romper la estrategia de acercamiento diplomático de Rusia en la región de apelar a las fuerzas políticas de izquierda, que bajo el simbolismo hipnótico de la hoz y el martillo se han alineado a la lucha geopolítica de Rusia. Pero no solo es su asistencia la que prende las alarmas, una indagación en fuentes abiertas deja al descubierto mucho más.
Justo después de la posesión, el vicepresidente de El Salvador, Félix Ulloa, visitó San Petersburgo para atender un foro económico internacional, en donde dijo que ambos países deben aumentar la cooperación bilateral en áreas como energía e infraestructura, añadiendo que la apertura de una embajada permanente en San Salvador es un paso obligatorio en la relación bilateral y que no descartaba una visita de Bukele a Putin o viceversa.
Otro dato sospechoso ha sido la ausencia de un rechazo de Bukele hacia la invasión rusa de Ucrania que se inició en febrero de 2022. Más extraño es un tweet de 2014 en el que indirectamente calificó al gobierno ucraniano de fascista, cuando fuerzas prorrusas llevaron a cabo un referendo rechazado por la sociedad internacional por considerarlo fraudulento para anexar la península de Crimea a la Federación.
Finalmente, el hecho de que el hombre liderando este acercamiento sea Khokholikov muestra que Nicaragua, un régimen autoritario y aliado incondicional de Rusia, está sirviendo de puente. Ortega y Bukele no han tenido una relación cercana, por disputas ideológicas, pero esta ha pasado de la crítica a adoptar un tono más sutil y moderado, casi de complicidad.
¿Por qué es riesgoso para América Latina?
Este acercamiento con El Salvador revela al menos dos cosas: en primer lugar, Rusia no solo gusta de aquellos líderes de izquierda, comunistas o socialistas que tienen una línea política antiestadounidense y expresan simpatía por la extinta Unión Soviética, sino que también busca líderes autoritarios antidemocráticos, independientemente de su ubicación en el espectro político. En segundo lugar, este elemento lleva a que Rusia pueda aliarse con líderes ultraconservadores, de derecha radical, siempre y cuando se alineen a sus intereses geopolíticos o le demuestren cierta simpatía. Putin no tendría ningún reparo en ser aliado político irrestricto de Javier Milei en Argentina si este lo permitiera.
Bukele podría así, fácilmente, convertirse quizás en el aliado político más valioso de Putin en la región, ya que su altísima popularidad y su influencia podrían facilitarle nuevos aliados. Maduro, Ortega y Díaz Canel no tienen nada para mostrar, más allá de fracasos económicos, altas tasas de criminalidad y daño medio ambiental, pero Bukele tiene mucho potencial: reducción de la inseguridad, crecimiento económico, y un magnetismo publicitario insuperable. Sin embargo, aún es muy pronto para aseverarlo con seguridad y solo el tiempo lo dirá.
Bukele tiene también mucho en juego, y el discurso de la nueva derecha radical de la región ha enarbolado la defensa de la democracia como una de sus principales banderas de campaña. Una amistad muy cercana con Putin, con una posible reelección de Joe Biden, podría traerle múltiples complicaciones.
El principal riesgo de este acercamiento es que, considerando que hay un crecimiento de una derecha radical, no solo en Europa, sino también en América Latina, parcialmente alineada con Putin, la democracia local se apresta a recibir un golpe a dos flancos, ya no solo de la izquierda radical como el chavismo o el castrismo, sino de una nueva derecha dura que muestra cada vez más un talante antidemocrático y autoritario, aunque su discurso argumente lo contrario.
*Luis Eduardo Gutiérrez es analista, magíster en Estudios de Desarrollo del London School of Economics.
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