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Los conflictos geopolíticos que se han suscitado en el mundo a partir de 1988 han tenido un efecto muy directo en el precio del petróleo. La guerra entre Irak e Irán, la invasión a Kuwait, la operación militar en Irak y ahora la barbarie desatada por Rusia contra Ucrania, así lo confirman. Desde que Vladimir Putin inició los bombardeos contra el pueblo ucraniano el precio del crudo se ha elevado, al punto de pasar de 83 dólares por barril a cerca de 100 dólares para el momento en que se escribe este texto, haciendo la salvedad que llegó a rozar los 132 dólares por barril justo en el punto de mayor conmoción global.
En este nuevo escenario energético mundial, que se ha venido dando a partir de las sanciones a Rusia y el aumento del precio del crudo, Venezuela ha reconquistado espacio en la agenda de opinión pública, ya que han surgido voces que defienden la idea de que nuestro país se convierta en un proveedor confiable de hidrocarburos; que ayude a subsanar el déficit generado por los efectos de la guerra. Una idea razonable si tomamos en cuenta que Venezuela cuenta con las reservas de petróleo más grandes del planeta.
No obstante, Venezuela está lejos de poder influir en el abastecimiento del mercado mundial de hidrocarburos. La destrucción de nuestra industria petrolera a manos de la dictadura de Nicolás Maduro no tiene precedentes en la historia. La producción petrolera de Venezuela se ha reducido 70% en estos últimos 20 años, lo cual se traduce en que hemos pasado de producir más de 3 millones de barriles diarios, a producir apenas 700 mil. El nivel de deterioro es tan significativo que estamos produciendo la misma cantidad de petróleo que producíamos hace 80 años.
El régimen de Maduro intenta confundir al mundo, manipulando sobre el origen de este fracaso estrepitoso. La dictadura, sin estupor, despliega una ofensiva comunicacional para culpar a las sanciones de este declive inédito, cuando todos sabemos que antes de la presión internacional ya la industria petrolera mostraba marcados signos de devastación. Fueron las expropiaciones, la politización de la industria, la falta de un entorno legal estable, la corrupción, la fuga de gerentes calificados y la desinversión lo que acabó con la tradición petrolera venezolana. Son años de decisiones políticas que han privado a Venezuela de su recurso más importante, provocado con ello un colapso económico de proporciones incalculables y una crisis humanitaria que contabiliza 6 millones de refugiados en el mundo.
Por tal motivo, resulta improbable que Venezuela pueda aumentar su producción de crudo en medio de este ciclo de precios altos. Lo analistas más optimistas vaticinan que nuestro país apenas podría agregar 100 o 200 mil barriles de producción en unos 6 meses, una cantidad irrisoria para suplir el suministro de Rusia. Para poder revertir este proceso y reactivar la producción petrolera a niveles de años anteriores, se estima que se requieren inversiones por el orden de los 100.000 millones de dólares durante los próximos 10 años. Unos recursos que no arribarán a menos que hayan cambios que permitan restablecer el Estado de derecho, como base para otorgar garantías jurídicas que faciliten las inversiones. En otras palabras, Venezuela no será un proveedor confiable de petróleo hasta tanto no haya una transición democrática en el país. Mientras Maduro siga en el poder, lo único que seguirá creciendo es el régimen de corrupción que impera y sirve de sostén para quienes ahogan los sueños de libertad de los venezolanos.
Hoy el mundo libre está pagando las consecuencias de la dependencia energética de Rusia. Fue una sentencia a muerte el haber desligado la compra de crudo a Rusia del proyecto geopolítico del tirano Putin, y es precisamente esto una reflexión que a partir de ahora debe acompañar a los líderes más influyentes del planeta. Las dictaduras no hacen negocio, solo utilizan las relaciones comerciales como un instrumento más de su dominio político.
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