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Nacionalismo soviético en la Rusia de Putin y su influencia en América Latina

Columnista invitado: Luis Eduardo Gutiérrez
05 de marzo de 2024 - 05:11 p. m.
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Para entender la sincronía entre comunistas y socialistas latinoamericanos con la Rusia de Putin es clave comprender su intención de prolongar la influencia soviética en los países del sur global, y no el comunismo per se.

Vladimir Putin, presidente de Rusia.
Vladimir Putin, presidente de Rusia.
Foto: EFE - MIKHAIL METZEL/SPUTNIK/KREMLIN P

Luego de casi tres años de vivir en Londres, he conocido personas fascinantes que jamás pensé encontrarme. Una de dichas personas es un entrañable amigo ucraniano (y judío) que se mudó a este país luego de que la guerra estallara. Hemos compartido varios cafés y cervezas y en una de las tertulias me preguntó cómo era posible que los gobiernos latinoamericanos apoyaran a Rusia en la destrucción de su país. La respuesta que aventuré a decir es que Vladimir Putin ha sido muy sagaz en el manejo de estrategia narrativa, soportándola en dos componentes: la herencia soviética y el nacionalismo ruso.

El heredero de la Unión Soviética

Lo primero que dije es que la mayoría del pueblo latinoamericano no apoya lo que Rusia está haciendo en Ucrania, porque hemos vivido en carne propia cientos de conflictos internos, padecemos las consecuencias de la violencia ligada al narcotráfico, y sobrellevamos los caprichos geopolíticos de Estados Unidos durante todo el siglo XX. Sin embargo, lo primero que atiné a decir es que somos una región mayoritariamente desinteresada por la guerra, pues percibimos el conflicto como algo lejano que ya no nos golpea tanto como lo hizo al principio.

Luego añadí que se deben considerar otros elementos para entender este “apoyo” a Rusia. Muchos países están ahora gobernados por la izquierda, como el caso de Colombia, y la izquierda latinoamericana es, en una considerable proporción, antiimperialista. Esto es, ser crítico de la política exterior de Estados Unidos, principalmente, con menciones marginales al Reino Unido y Francia, y crítico de las instituciones occidentales que prolongan el dominio del norte sobre el sur. Es lógico pensar que estos gobiernos no van a apoyar abiertamente a otros estados apoyados por EE. UU., ya que lo ven como el principal culpable del subdesarrollo.

Al ser antiimperialistas, mucha de la izquierda siempre estuvo influenciada por la extinta Unión Soviética, y al disolverse en 1991, Rusia quedó como la heredera simbólica de aquel gran poder que apoyaba guerrillas y luchas comunistas en la región contra las políticas de EE. UU. y una derecha antiliberal y antidemocrática que había tomado el poder por medio de golpes militares. Es por eso que países abiertamente enemigos de EE. UU., como Venezuela, Nicaragua, y Cuba, han apoyado y lo siguen haciendo, la invasión rusa, mientras que naciones que son más cercanas a Estados Unidos, como Brasil, Colombia, México, o Argentina (hasta noviembre del 2023), optaron por el silencio.

Comunismo y nacionalismo

A medida que avanzaba la plática, mi amigo me hizo cara de sorpresa y confusión y atinó: “¿Pero por qué apoyan a un gobierno fascista que calla la oposición, es amigo de nacionalistas en Francia o Hungría, y financia grupos separatistas en el este de mi país?”. Tuve que reforzar el anterior argumento, reiterar que tampoco es totalmente válido decir que los gobiernos latinoamericanos apoyan lo que hace Rusia, sino que han optado por un silencio causado por un estrés ideológico, entre el rechazo a Estados Unidos y el rechazo al uso a la violencia.

Sin embargo, esta pregunta me llevó a indagar en canales de Telegram, medios propagandistas como RT o Sputnik, y cientos de artículos de prensa prorrusos publicados en medios de izquierda de la región como el chavista Telesur. De la información recabada y analizada, entendí que el gobierno de Vladimir Putin ha sido muy inteligente a la hora de construir una narrativa que es capaz de reconciliar el comunismo con el nacionalismo.

Ambos elementos se han mezclado en una narrativa ecléctica: por un lado, es importante señalar que Putin refuerza la herencia soviética y no comunista de Rusia, lo que le da un enfoque totalmente diferente, pues ubica a la extinta nación en la esfera de un imperio, de una gran superpotencia, que tuvo influencia en la historia mundial. Para entender la sincronía entre comunistas y socialistas latinoamericanos con la Rusia de Putin es clave comprender su intención de prolongar la influencia soviética en los países del sur global, y no el comunismo per se.

Este pasado soviético es clave, pero no porque la Rusia de hoy quiera buscar el control de los medios de producción para dárselos a la clase obrera, o porque busquen la revolución del proletariado, sino porque ayuda a consolidar la imagen de la gran nación que derrotó a Napoleón, al nazismo, y las fuerzas del eje en la segunda guerra mundial; porque el comunismo soviético la convirtió en una potencia militar, económica y nuclear; y porque fue el único rival formidable que tuvo Estados Unidos por muchos años.

Esto le ha permitido a Putin promover y fortalecer narrativas como multipolarismo o nuevo orden mundial, en las que se asegura que los países del sur global tendrán un papel protagónico, aunque bajo el liderazgo de Rusia, China o India.

Por otro lado, la narrativa nacionalista se enfoca hacia la consolidación del mito de la gran nación rusa, de la cual los ucranianos, los bielorrusos y los rusos son, según el mismo Putin, directos descendientes y, por consiguiente, pueblos hermanos. También es crucial en su narrativa el papel de la Iglesia ortodoxa y los principios conservadores de la sociedad rusa.

Por lo tanto, no es extraño ver grupos de nacionalistas manifestándose con símbolos comunistas y prorrusos como la cinta de San Jorge en Moscú para protestar contra Estados Unidos, o militares desfilan con la hoz y el martillo como fondo, mientras denuncias de alianzas con grupo neonazis son documentadas por medios independientes.

En conclusión, la forma como Rusia ha sido capaz de reconciliar dos nociones totalmente antagónicas da cuenta de la importancia de las narrativas en los conflictos geopolíticos. Así lo ha entendido Putin, que ha desplegado una gran campaña propagandista en América Latina; por eso la discusión de la guerra no debe perder vigencia en la región, especialmente ahora que la atención se desvía hacia otros aspectos de la agenda global, como el conflicto en Medio Oriente. Esto le da a Rusia vía libre para seguir esparciendo su propaganda.

La guerra de Ucrania, por lejos que esté nos afecta y está sirviendo de catapulta y potencializador de esta narrativa “nacio-soviética” que Rusia emplea en nuestra región para promover su agenda geopolítica. Por lo pronto, mi amigo aún no logra comprender por qué Petro en Colombia, Lula en Brasil, y AMLO en México son tan dubitativos y complacientes con Putin, mientras vociferan tan fuerte contra Israel.

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Por Luis Eduardo Gutiérrez

 

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