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Economía azul: conservación y desarrollo

Columnistas elespectador.com: Diego Beamonte Cosín*
12 de julio de 2024 - 08:49 p. m.

La economía azul, también conocida como economía oceánica, se refiere a las actividades económicas asociadas con el aprovechamiento sostenible de los recursos de los océanos y mares. En los últimos años, la creciente preocupación por la salud del planeta y los impactos de las acciones humanas sobre los ecosistemas naturales ha impulsado una transformación necesaria en este concepto.

Hoy en día, hablar de economía azul implica utilizar los recursos oceánicos de manera que promuevan el crecimiento económico, mejoren los medios de vida y generen empleo, al tiempo que se garantiza la salud del ecosistema oceánico. Esta transformación es vital porque integra la sostenibilidad como eje central del sector. Además, pasa de ser un concepto que describe un fenómeno a una visión para el desarrollo de un sector. Esta diferenciación es esencial para regiones como América Latina y el Caribe, donde, aunque más de una de cada cuatro personas vive en zonas costeras, el desarrollo a menudo se ha llevado a cabo a expensas de la riqueza marina.

La economía azul no es simplemente una extensión de la economía tradicional al ámbito marino. Implica una transformación fundamental en cómo percibimos y utilizamos nuestros océanos. Es una economía que busca equilibrar el aprovechamiento de los recursos marinos con la conservación y la sostenibilidad ambiental. Sin este equilibrio, la explotación a corto plazo puede llevar a la degradación a largo plazo, perjudicando tanto a la naturaleza como a las comunidades costeras que dependen de estos recursos.

Uno de los desafíos más importantes es alinear los intereses entre los sectores económicos/productivos y los ambientalistas, científicos y de conservación. La clave radica en reconocer que estos intereses no son mutuamente excluyentes. Por ejemplo, la implementación de programas de conservación de arrecifes y manglares no solo protege la biodiversidad, sino que también sostiene la industria pesquera al proporcionar criaderos naturales para muchas especies de peces comerciales. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), los manglares pueden aumentar la captura de peces en áreas adyacentes hasta en un 50 %. Este tipo de datos subrayan la importancia de las iniciativas de conservación para la viabilidad económica a largo plazo de sectores productivos clave.

Para que las acciones oceánicas sean sostenibles desde el punto de vista económico es crucial entender y comunicar las vinculaciones entre conservación y beneficios económicos. Establecer áreas marinas protegidas (AMP) puede, a corto plazo, restringir ciertas actividades pesqueras. Sin embargo, estudios han demostrado que las AMP pueden conducir a una recuperación de las poblaciones de peces, lo que a largo plazo incrementa las capturas y beneficios económicos para los pescadores locales. Un informe del Banco Mundial sugiere que cada dólar invertido en áreas marinas protegidas puede generar beneficios de hasta 20 dólares en términos de biodiversidad y servicios ecosistémicos. Este tipo de retorno de inversión subraya la importancia de financiar adecuadamente las acciones de conservación como parte integral de la economía azul.

Es vital que la investigación científica sobre los océanos no se quede confinada a los círculos académicos. Los hallazgos científicos deben ser comunicados efectivamente a la industria y al movimiento ambientalista. Solo a través de un diálogo continuo y bien informado se pueden diseñar estrategias que sean tanto científicamente sólidas como económicamente viables. En América Latina, donde la investigación marina está creciendo, es crucial establecer plataformas y foros que faciliten este intercambio de información. Por ejemplo, los congresos regionales sobre ciencias marinas pueden servir como puntos de encuentro donde científicos, políticos, empresarios y comunidades locales pueden compartir conocimientos y experiencias.

El océano es un ecosistema con un nivel de interconexión diferente al terrestre. Las corrientes marinas, las migraciones de especies y los ciclos de nutrientes crean una red compleja y globalmente interconectada. Esto significa que las acciones en una parte del océano pueden tener repercusiones a miles de kilómetros de distancia. Por ello, la gobernanza del océano es inherentemente compleja y requiere una cooperación internacional robusta. En América Latina, la gobernanza oceánica implica coordinar políticas a nivel nacional, regional e internacional. La Comisión Permanente del Pacífico Sur (CPPS) y el Sistema de la Integración Centroamericana (SICA) son ejemplos de esfuerzos regionales para gestionar y proteger los recursos marinos. Sin embargo, se necesita una mayor integración y coherencia en las políticas para abordar desafíos como la pesca ilegal, la contaminación y la pérdida de biodiversidad.

La complejidad de la gobernanza del océano también se refleja en la necesidad de considerar múltiples dimensiones: ecológica, social, económica y política. Los gobiernos deben establecer marcos regulatorios que incentiven prácticas sostenibles y desalienten las actividades destructivas. Esto incluye la implementación de regulaciones estrictas contra la pesca ilegal, la regulación del turismo para evitar la sobreexplotación de recursos y la promoción de tecnologías limpias en el transporte marítimo. La cooperación internacional es fundamental, ya que los océanos no reconocen fronteras políticas y los problemas que enfrentan requieren soluciones globales.

El enfoque en la sostenibilidad debe ser holístico, considerando no solo la protección del medio ambiente, sino también el bienestar de las comunidades que dependen de los recursos marinos. Las comunidades costeras a menudo están en la primera línea del cambio climático y la degradación ambiental, y sus medios de vida pueden verse gravemente afectados. Es esencial que las estrategias de economía azul incluyan programas de capacitación y apoyo para estas comunidades, ayudándolas a adaptarse a las nuevas realidades y a beneficiarse de las oportunidades económicas que ofrece un enfoque sostenible.

Además, la inversión en infraestructura sostenible es clave para apoyar la economía azul. Esto incluye la construcción de puertos y marinas que minimicen el impacto ambiental, el desarrollo de tecnologías para la pesca y acuicultura sostenibles, y la promoción de energías renovables marinas, como la energía eólica y mareomotriz. Estas inversiones no solo crean empleos y promueven el crecimiento económico, sino que también contribuyen a la resiliencia de las comunidades costeras frente a los impactos del cambio climático.

La educación y la sensibilización pública son igualmente importantes. Fomentar una cultura de conservación y sostenibilidad desde una edad temprana puede ayudar a construir una ciudadanía más consciente y comprometida con la protección de los océanos. Las campañas de educación ambiental, tanto en las escuelas como en la comunidad en general, pueden desempeñar un papel crucial en este sentido. Además, involucrar a las comunidades locales en proyectos de conservación puede aumentar su sentido de pertenencia y responsabilidad hacia los recursos naturales que los rodean.

La economía azul ofrece a América Latina una vía para avanzar hacia un desarrollo sostenible que beneficie tanto a las personas como al planeta. Sin embargo, para aprovechar plenamente esta oportunidad, es esencial adoptar un enfoque que integre la sostenibilidad en su núcleo, alinee los intereses de los diferentes sectores, asegure la financiación sostenible y comunique eficazmente la investigación científica. Solo entonces podremos garantizar que nuestros océanos sigan siendo una fuente de vida y prosperidad para las generaciones futuras. La interconexión de los ecosistemas marinos y la complejidad de su gobernanza requieren una cooperación robusta y una visión holística que equilibre la conservación ambiental con el desarrollo socioeconómico, asegurando un futuro sostenible para las comunidades costeras y para todos los que dependen del mar.

Por Diego Beamonte Cosín*

 

Hincharojo(87476)13 de julio de 2024 - 08:54 p. m.
Excelente artículo.
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