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Hace 40 años, en Manizales…

Columnistas elespectador.com
20 de septiembre de 2009 - 11:06 p. m.
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Era el año 1969. Muy joven, recién egresado del Instituto Rio Branco, la academia diplomática de mi país, me mandaron venir a Bogotá a reforzar la embajada mientras venía el equipo de fútbol de Brasil a jugar por las eliminatorias del campeonato mundial que se disputaría en México el año siguiente.

Coincidió con que en Manizales se realizaría el II Festival Latinoamericano de Teatro Universitario, para el cual vendrían a presentarse dos grupos de Brasil. De Bogotá recibí instrucciones para trasladarme a la capital caldense por todo el período de duración de aquel evento.

Feliz, aterricé entre verdes montañas, la ciudad ya en fiesta, el día antes de la inauguración. Los jóvenes copaban las calles con su alegría despreocupada y yo no estaba muy lejos de aquellas edades. A recibirme llegó otro joven que, trabajando en la coordinación del festival, no dejaba dudas de que le esperaba un futuro brillante como ejecutivo en el departamento, en el país. Hábil, simpático, carismático, Emilio Echeverri Mejía encontraba, con admirable eficacidad y rapidez, solución para cualquier problema que se le podría presentar. Y el problema lo tuve yo, cuando me comentó que el grupo Tuca (Teatro de la Universidad Católica de Sao Paulo), en señal de protesta contra la dictadura militar en Brasil, se retiraría del teatro en el momento en que empezaran a tocar el himno nacional brasileño.

El Tuca era la sensación en Brasil, pues había ganado en el año anterior en Nancy, Francia, el primer premio del Festival Internacional de Teatro Universitario. A Manizales llegaba como “hors concours” y como tal se llevó todos los laureles con la pieza Comala, inspirada en la obra del mexicano Juan Rulfo.

Acompañado por Emilio, los fui a ver en un viejo convento en el que se hospedaban. Con inicial desconfianza, algunos de ellos me decían agente del SNI, el temible y terrible Servicio Nacional de Informaciones, mientras trataba de explicarles que era un diplomático de Itamaraty y que arriesgaba mi pellejo por querer ayudarlos. La noticia saldría al día siguiente, el día de la inauguración, en el periódico local, y si no hacíamos cualquier cosa para evitarlo, les dije que mejor sería pedir asilo político en Colombia y quedarse aquí porque, al regresar, todos quedarían presos. Discutieron la situación entre ellos y, finalmente, vencidos los más radicales, me preguntaron qué hacer, pues en realidad algunos de ellos lo habían declarado cuando la prensa, lápiz y cuaderno en manos, los había recibido al llegar. Con el poco tiempo que nos quedaba, debíamos poner en práctica un plan que convenciera al periódico de justo lo contrario. Me propuse ir con ellos a la redacción, todos juntos, como parte del grupo, sin identificarme, vestido en jeans y remera a pedir que no publicaran el “rumor” que corría en la ciudad y que era absolutamente falso, pues aun si pudiéramos no estar de acuerdo con el régimen militar, el himno nacional no representaba gobiernos sino la patria y por eso era eterno, lo respetábamos y lo cantábamos. Así se salvó el Tuca.

Júlio César Gomes dos Santos. Ex embajador de Brasil en Bogotá.

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