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Respira aires de superioridad moral que riñe con conductas non sanctas, aun en situación de guerra. La religión como marca de origen en el Eln sacralizó la vocación redentora del revolucionario y —como en toda guerra santa— pareció justificarlo todo: la tiranía del jefe fundador que pasó por las armas en sus propias filas a cuanto contradictor amenazara hacerle sombra, su tributo a la guerra sucia con secuestros por miles, daño a la naturaleza volando oleoductos, brutalidad contra civiles y, ahora, inmersión de frentes enteros de esa guerrilla en el narcotráfico.
Con Camilo Torres se dieron el mártir providencial que, no obstante, debe de increparlos desde el más allá. Decenas de intelectuales escribieron hace cuatro años cuando el Eln abandonó la mesa de negociación y asesinó a seis policías en Barranquilla: vive “sordo al clamor de la paz, inmerso en su ensimismada imagen de vanguardia que solo se escucha a sí misma, a la vez que pretende hablar en nombre de la sociedad”. Pero hoy se prestan sus jefes al diálogo, liberan a 10 secuestrados y abren nueva ventana de esperanza a la paz. Enhorabuena. Su interlocutor será ahora un Gobierno de izquierda que dialogará en las regiones. Mas entre los poderosos mandos medios de esta guerrilla federada —menudos en formación política, titanes en economías ilegales— otro parece el cantar. Dura tarea de cohesión interna le espera al mando central del grupo guerrillero.
Porque mucho ha cambiado este. El Eln se ha fortalecido económica y militarmente pero no desafía el poder del Estado; en política se aplanó hasta la irrelevancia y derivó en advenedizo temible para las comunidades. Cada vez se distingue menos esta guerrilla del crimen organizado, sugiere la Fundación Ideas para la Paz (FIP). En impactante informe revela Ana León (La Silla Vacía) que frentes enteros de esa guerrilla están comprometidos en narcotráfico. En Arauca, otrora su fuerte político, evolucionó de organización societaria a casi exclusivamente militar, coercitiva, violenta. Por disputas con otros armados, este año van en Saravena más de 80 muertos civiles. Una matanza. En Cauca y Chocó, el Eln regula el narcotráfico y ha franqueando todo límite de violencia contra la población. En Urabá, norte del Chocó, en las zonas de Antioquia y Córdoba donde tenía algún ascendiente, lo perdió. En Quibdó se alió con bandas delincuenciales. Y la Defensoría advirtió en 2020 sobre la posibilidad de que estuviera esta guerrilla financiando la banda de los Chacales. No ha mucho denunciaba la Asociación Campesina del Catatumbo “desacuerdos entre movimientos sociales civiles y el Eln que pretende intervenir en sus luchas”.
Intromisión que acaso intente en gran escala con la regionalización de los diálogos, ahora vinculantes y, de no organizarse a derechas, podrían terminar en orgía de peticiones inconexas que el Eln querría capitalizar. Para Juan Camilo Restrepo, excomisionado de Paz, las decisiones de estas asambleas populares serían virtuales planes regionales con destino al Plan Nacional de Desarrollo. En real ejercicio de democracia directa, deberán representar a la comunidad y presentarse como proyectos de inversión con el debido respaldo financiero. Sin presión, sin coacción, sin vías de hecho.
Súmese el Eln más bien, si quiere la paz, a las iniciativas populares largamente gestadas en su lid y en cabeza de sus propios líderes. Ya dice la FIP que esta guerrilla es incapaz de representar la envergadura del movimiento social. Responsable único de su periclitar, haría bien el Eln en saltar de su huero mesianismo al compromiso valiente, ese sí, de abandonar las armas. De levantar la talanquera que impide la construcción pacífica de la justicia social. Cuando aparecen los primeros signos para sabotearla, no es dable improvisar, jugarse al azar el imperativo de la paz.