El liberalismo, entre la reforma y la caverna
Desapacible espectáculo: una convención liberal montada para perpetuar al jefe que impuso por 20 años su dictadura personal, evidenció la crisis de ideas y de programas que abate a ese partido. Y efectos inesperados. El asalto del ala reaccionaria que César Gaviria encarna en el liberalismo contra su partido le ha permitido al Pacto cabalgar sobre el ideario socialdemocrático de aquella colectividad. El desafío inédito de una izquierda en el poder agudizó y destapó, blanco sobre negro, la tensión entre izquierda y derecha que permea al liberalismo. Pero el reformismo de Petro —asediado por atavismos refocilados en el dogma del mercado que el propio Gaviria entronizó— apenas emula el pensamiento de un Uribe Uribe, las ejecutorias de un López Pumarejo, de un Carlos Lleras.
Introdujo López reformas sociales que la reacción calificó en su hora de “sovietizantes”, como “estatizantes” le parecen a Gaviria las de Petro en salud, pensiones, trabajo y servicios públicos domiciliarios; derechos sociales que apuntalan el bien común, ahora convertidos en bolsa de mercaderes. Y ay, la reforma rural. A la de López le opusieron la Violencia y Lleras defendió la suya, codo a codo con los campesinos, pues desbordaba la simple redistribución de ingresos: repartir tierra es repartir riqueza. Se la hundieron en Chicoral, con participación decidida de la derecha liberal. Lleva Colombia un siglo intentando en vano una reforma agraria sin expropiación, mientras en Europa procedió por expropiación de latifundios para repartir, y fue reforma liberal. Pero Petro, el azaroso exguerrillero, compra tierras al latifundismo, a precio comercial, para acometer la suya.
Nuestra alharacosa derecha llama comunismo a la función social del Estado que, según el principio de igualdad, introdujo el liberalismo contemporáneo. Es coco providencial que Gaviria y la reacción menean para asustar y para justificar avanzadas de emperador en platanal. Desde el pináculo del partido que había representado al pueblo irredento, votó Gaviria por Andrés Pastrana, por Federico Gutiérrez, por Rodolfo Hernández. Y boicoteó la campaña a la presidencia de Humberto de la Calle, sueño malogrado de un país ahíto de nulidades.
Tras medio siglo de industrialización dirigida por el Estado, con planificación e instituciones de fomento del desarrollo, sobrevino el modelo de mercado que nos devolvió al capitalismo primitivo e invirtió prioridades en los valores de la democracia liberal. Sobre el principio de igualdad primó ahora el de libertad. Libertad económica sin límite ni control que desmadró los mercados, porque libre competencia en condiciones de desigualdad desemboca en monopolio y en abuso de los que pueden prevalecer. Afirma el exministro José Antonio Ocampo que en este período de economía de mercado que siguió al de industrialización aumentó la pobreza y retrocedió la distribución del ingreso.
El nuevo paradigma, que debutó en el Chile de Pinochet y rige todavía, liberó el comercio bajando de golpe aranceles (quebraron el campo y miles de empresas nacionales), desmontó las instituciones públicas de fomento a la industrialización y al desarrollo productivo, privatizó funciones y empresas sociales del Estado. Se diría que este Gobierno vuelve la mirada hacia su antípoda, hacia aquel medio siglo de industrialización con intervención del Estado, de proteccionismo con aranceles, de crédito situado en sectores de punta de la economía, de control de precios y reforma agraria. Tal vez no para copiarlo a la letra, pero sí como referente exitoso adaptable al mundo de hoy.
Y acaso esta historia de contrastes en el seno del liberalismo sustancie la vilipendiada polarización. Bienvenida su nítida expresión, fuente de controversia democrática. Sí, el liberalismo se debate entre la reforma y la caverna.
Desapacible espectáculo: una convención liberal montada para perpetuar al jefe que impuso por 20 años su dictadura personal, evidenció la crisis de ideas y de programas que abate a ese partido. Y efectos inesperados. El asalto del ala reaccionaria que César Gaviria encarna en el liberalismo contra su partido le ha permitido al Pacto cabalgar sobre el ideario socialdemocrático de aquella colectividad. El desafío inédito de una izquierda en el poder agudizó y destapó, blanco sobre negro, la tensión entre izquierda y derecha que permea al liberalismo. Pero el reformismo de Petro —asediado por atavismos refocilados en el dogma del mercado que el propio Gaviria entronizó— apenas emula el pensamiento de un Uribe Uribe, las ejecutorias de un López Pumarejo, de un Carlos Lleras.
Introdujo López reformas sociales que la reacción calificó en su hora de “sovietizantes”, como “estatizantes” le parecen a Gaviria las de Petro en salud, pensiones, trabajo y servicios públicos domiciliarios; derechos sociales que apuntalan el bien común, ahora convertidos en bolsa de mercaderes. Y ay, la reforma rural. A la de López le opusieron la Violencia y Lleras defendió la suya, codo a codo con los campesinos, pues desbordaba la simple redistribución de ingresos: repartir tierra es repartir riqueza. Se la hundieron en Chicoral, con participación decidida de la derecha liberal. Lleva Colombia un siglo intentando en vano una reforma agraria sin expropiación, mientras en Europa procedió por expropiación de latifundios para repartir, y fue reforma liberal. Pero Petro, el azaroso exguerrillero, compra tierras al latifundismo, a precio comercial, para acometer la suya.
Nuestra alharacosa derecha llama comunismo a la función social del Estado que, según el principio de igualdad, introdujo el liberalismo contemporáneo. Es coco providencial que Gaviria y la reacción menean para asustar y para justificar avanzadas de emperador en platanal. Desde el pináculo del partido que había representado al pueblo irredento, votó Gaviria por Andrés Pastrana, por Federico Gutiérrez, por Rodolfo Hernández. Y boicoteó la campaña a la presidencia de Humberto de la Calle, sueño malogrado de un país ahíto de nulidades.
Tras medio siglo de industrialización dirigida por el Estado, con planificación e instituciones de fomento del desarrollo, sobrevino el modelo de mercado que nos devolvió al capitalismo primitivo e invirtió prioridades en los valores de la democracia liberal. Sobre el principio de igualdad primó ahora el de libertad. Libertad económica sin límite ni control que desmadró los mercados, porque libre competencia en condiciones de desigualdad desemboca en monopolio y en abuso de los que pueden prevalecer. Afirma el exministro José Antonio Ocampo que en este período de economía de mercado que siguió al de industrialización aumentó la pobreza y retrocedió la distribución del ingreso.
El nuevo paradigma, que debutó en el Chile de Pinochet y rige todavía, liberó el comercio bajando de golpe aranceles (quebraron el campo y miles de empresas nacionales), desmontó las instituciones públicas de fomento a la industrialización y al desarrollo productivo, privatizó funciones y empresas sociales del Estado. Se diría que este Gobierno vuelve la mirada hacia su antípoda, hacia aquel medio siglo de industrialización con intervención del Estado, de proteccionismo con aranceles, de crédito situado en sectores de punta de la economía, de control de precios y reforma agraria. Tal vez no para copiarlo a la letra, pero sí como referente exitoso adaptable al mundo de hoy.
Y acaso esta historia de contrastes en el seno del liberalismo sustancie la vilipendiada polarización. Bienvenida su nítida expresión, fuente de controversia democrática. Sí, el liberalismo se debate entre la reforma y la caverna.