Dos grandes alcahuetas los amparan: el atávico privilegio que la cultura concede al varón, de un lado, y del otro, la nula o raquítica acción de la justicia y de las instituciones para prevenir y castigar el feminicidio. Mientras en España, país con la misma población de Colombia, hubo el año pasado 52 casos, en el nuestro se registraron 525; la cifra del Observatorio de Feminicidio para este año podrá proyectarse a 813 eventos. Una catástrofe. El viejo uxoricidio que autorizaba el asesinato de la mujer adúltera ha mutado en blandura de la justicia y hasta en exoneración de la pena cuando el hombre, presa de ira e intenso dolor ante el honor mancillado, la asesina. Claro, el castigo por infidelidad es aquí de una sola vía. Además, el estado de ira e intenso dolor aletea en otros móviles de feminicidio que se colorean como “crimen pasional”. Obra esta coartada en homicidio por infidelidad, por celos y delirio posesivo (“si no eres mía, no serás de nadie”), por sentimiento de humillación ante la mujer que brilla y rompe el molde del eterno femenino. Por el principio de supremacía masculina: ser varón es ser capaz de todo, aun de matar.
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Dos grandes alcahuetas los amparan: el atávico privilegio que la cultura concede al varón, de un lado, y del otro, la nula o raquítica acción de la justicia y de las instituciones para prevenir y castigar el feminicidio. Mientras en España, país con la misma población de Colombia, hubo el año pasado 52 casos, en el nuestro se registraron 525; la cifra del Observatorio de Feminicidio para este año podrá proyectarse a 813 eventos. Una catástrofe. El viejo uxoricidio que autorizaba el asesinato de la mujer adúltera ha mutado en blandura de la justicia y hasta en exoneración de la pena cuando el hombre, presa de ira e intenso dolor ante el honor mancillado, la asesina. Claro, el castigo por infidelidad es aquí de una sola vía. Además, el estado de ira e intenso dolor aletea en otros móviles de feminicidio que se colorean como “crimen pasional”. Obra esta coartada en homicidio por infidelidad, por celos y delirio posesivo (“si no eres mía, no serás de nadie”), por sentimiento de humillación ante la mujer que brilla y rompe el molde del eterno femenino. Por el principio de supremacía masculina: ser varón es ser capaz de todo, aun de matar.
Discurre la jurista Whanda Fernández del uxoricidio por adulterio al feminicidio. Además del trato indigno, desigual y deshumanizado que tradicionalmente se ha deparado a las mujeres -escribe-, la adúltera ha padecido penas atroces: flagelación, mutilaciones, tormentos, lapidación y muerte en la hoguera. Los códigos insertaron un concepto jurídico que daba al marido el derecho de matar a su mujer. Nuestro Código Penal de 1938 plasmó la figura de uxoricidio por adulterio, versión canónica del estado de ira e intenso dolor.
A menudo derivó este en comodín para burlar la justicia. En 1980 se eliminó el delito de uxoricidio por adulterio, pero la nueva ley lo evocó en la figura de ira e intenso dolor, muchas veces como justificación del feminicidio. Bendición moral y legal a caracteres irascibles y violentos que creen afirmar la hombría en el crimen, y que el movimiento de nuevas masculinidades denuesta. La Ley Rosa Elvira Cely creó en 2015 el delito penal de feminicidio, anclado en la vileza de los móviles, en las condiciones de indefensión y vulnerabilidad de la mujer. Y ahora, por acción del Gobierno, se creó la ley que suprime los beneficios penales y endurece medidas para los sentenciados por feminicidio: ni suspensión condicional de la pena, ni prisión domiciliaria. Esperanzador concierto de medidas.
En estado permanente de ira e intenso dolor se conduce el estudiante de la Universidad de Antioquia que ha tendido brutal persecución y amenaza a una profesora lánguidamente protegida por el claustro. La doctora en astrofísica Lauren Flor Torres narró a Cecilia Orozco (Espectador, 9-6) los pormenores del caso, que amenaza resolverse en tragedia. Con once denuncias por agresión ante la Fiscalía, se pavonea el fauno por el campus sin que nadie le impida siquiera ingresar en él. Y agentes de policía visitan a Torres en casa (donde ha quedado confinada) para recordarle que puede llamar, “si algo le pasa”.
“¡Nos están matando!”, gritan cada día más mujeres en Colombia. No da espera la organización de un sistema integral que enfrente el hecho contumaz de que los hombres matan porque pueden hacerlo. Lo urgente empieza por un modelo integral de acompañamiento jurídico y sicosocial y por medidas de protección eficaces. Lo estructural podrá venir con la ley que la representante Carolina Arbeláez promueve para hacer expedito el acceso de las víctimas a la justicia y combatir la impunidad. Y, claro, que el Estado y la sociedad trabajen desde la escuela y la familia en desaprender las violencias del patriarcado.