Trump como síntoma
Cristina Nicholls Ocampo
De alguna manera todos ya intuíamos el regreso de Trump a la Casa Blanca. Un Biden desorientado, una campaña posterior descolorida y un mundo en crisis fueron suficientes para su retorno en hombros. Ahora, en el momento de los análisis exhaustivos, se han evaluado aristas políticas, etnográficas y geoestratégicas pero muy poco una de las variables fundamentales para entender toda ecuación política: la dimensión psíquica/emocional. Todos los que nos interesamos por cómo se mueve el mundo del poder deberíamos preguntarnos en algún punto por qué millones de personas están votando como lo hacen sin caer en la tentación de graduarlas malvadas o ignorantes. Hay que intentar comprender de manera genuina lo que pasa.
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De alguna manera todos ya intuíamos el regreso de Trump a la Casa Blanca. Un Biden desorientado, una campaña posterior descolorida y un mundo en crisis fueron suficientes para su retorno en hombros. Ahora, en el momento de los análisis exhaustivos, se han evaluado aristas políticas, etnográficas y geoestratégicas pero muy poco una de las variables fundamentales para entender toda ecuación política: la dimensión psíquica/emocional. Todos los que nos interesamos por cómo se mueve el mundo del poder deberíamos preguntarnos en algún punto por qué millones de personas están votando como lo hacen sin caer en la tentación de graduarlas malvadas o ignorantes. Hay que intentar comprender de manera genuina lo que pasa.
Los tiempos que enfrentamos no solo anuncian debacles, nos las muestran en vivo y en directo: desastres climáticos, genocidios, guerras territoriales, hambrunas. Todas consecuencias de una estructura frenética que no se ha preocupado por resolver las inquietudes fundamentales del espíritu humano sino más bien por depredar y acumular. Ante un presente turbio que no promete mejorar, aflora el miedo como caldo de cultivo perfecto para personajes como Donald Trump. Megalómanos y demagogos, se encargan de vender soluciones inverosímiles a partir de la creación de enemigos imaginarios, tal como lo hace el presidente electo con los migrantes. Afirmaciones improbables, tesis sin sustento, delirios absurdos, decidimos creerlo todo porque estamos asustados, urgidos por sentirnos a salvo, desesperados. Pero hombres como Trump son el problema y también el síntoma, y la paradoja es que su llegada al poder público sólo nos adentra más en el abismo y en unos años estaremos aún más aterrados. De esa generalizada sensación de desolación no solo son responsables quienes lo votan, lo ensalzan y lo catapultan. Fallan quienes, desde posiciones de poder, han abandonado la disputa por la esperanza y la imaginación. Fallan quienes pretenden perpetuarse allí tratando como menores de edad mentales a quienes les votan. Fallan quienes le temen a encarar la crisis y llamarla por su nombre. Y, en últimas, fallamos todos acorazados en nuestro temor.
Ante un panorama distópico y preocupante, hace falta renunciar al adanismo y resistir al deseo de sucumbir a las profecías apocalípticas. No somos los primeros humanos que nos enfrentamos a tiempos aciagos; tampoco seremos los últimos. En los horrores también hubo gente que se levantó para inventar formas nuevas de sobrevivir y vencieron. Hagámoslo nosotros ahora con genio, gracia, solidaridad y decisión.