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A pesar de que ciertos sectores han preferido hacer caso omiso a la grave crisis de seguridad que atraviesa Bogotá e incluso afirman que la percepción ciudadana ha mejorado a este respecto, nada en la realidad se siente más lejano. Las recurrentes noticias y videos sobre hurtos, el homicidio al alza y la brutalidad de las recientes agresiones contra las mujeres, hacen que la zozobra sea la sensación que reina al enfrentarse a la calle capitalina.
Según el Sistema de Información Estadístico Delincuencial y Contravencional (Siedco), en el 2024 se han registrado más de 630 homicidios en la ciudad, representando un repunte del 21,1 % con respecto al año pasado. A este fenómeno se le suman los ya recurrentes atracos a mano armada, la violencia de género y el asentamiento de grupos criminales en varias localidades de la ciudad, que se disputan la agenda criminal frente a la extorsión, la venta de drogas y otras actividades delincuenciales. Con particular preocupación vemos también que la violencia está alcanzando a grupos de jóvenes en los barrios de la ciudad. El pasado 15 de agosto, en la localidad de Bosa, se registraron los asesinatos de Camila Espitia y Camilo Hernández, dos jóvenes artistas urbanos que desde el año 2021 venían denunciando hostilidades en su contra, señalando incluso a miembros de la Policía Nacional de estar detrás de las intimidaciones. El sepulcral silencio del alcalde y de su administración contrasta con la gravedad de los hechos y con lo vocal que ha sido con situaciones que no le atañen de manera directa a su administración (como su teatral aparición en un plantón de ciudadanos venezolanos).
La capital del país necesita actuar con celeridad frente a la situación. Hay que hacer un diagnóstico certero que permita identificar a los grupos que actualmente se están asentando en la capital, así como la evaluación seria de una posible reconfiguración del fenómeno paramilitar. Alcalde Galán: el poder es para servir y proteger, no solamente para la pavimentación de aspiraciones y ambiciones futuras.