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“Invitamos a líderes políticos de diversas orillas y a nuestros columnistas a reconocer algo valioso en aquellos con quienes usualmente están en desacuerdo e, incluso, en confrontación. (...) En la política se combaten ideas, no personas”. Editorial El Espectador (22-12-2024)
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En medio de la pauperización total del debate político, El Espectador nos ha propuesto a columnistas, personajes de la vida nacional, y ciudadanía en general, un ejercicio refrescante: reconocer la labor de un personaje opuesto a nuestras propias creencias vitales. Aunque la práctica resulta retadora en un escenario en donde lo que prevalece es el escarnio, la vileza y la destrucción del adversario, me parece en extremo valioso atreverse a reconocer virtudes en quienes son nuestros antípodas.
En el año 2018 hice parte de una Unidad Técnica Legislativa en el Congreso de la República, allí pude ver de cerca las dinámicas del Senado que a veces son tan intrincadas y complejas como los mismos hilos del poder. En ese periodo de tiempo conocí a Paloma Valencia, senadora del Centro Democrático. Tenía ya en mi mente las referencias mediáticas de ella: polémica, compleja, extrema. Cuando la conocí me pareció afable. Recuerdo que, en ese entonces, su hija Amapola era aún muy pequeña, requería de los constantes cuidados de su madre y de las atenciones de un ser humano que apenas comienza a vivir. Sin embargo, y a pesar de lo difícil que resulta ser mamá y trabajar al tiempo, Valencia era (y sigue siendo) de las congresistas más disciplinadas, más incluso que el entonces senador Álvaro Uribe Vélez. Llegaba temprano, se iba tarde, siempre estudiosa de los temas a tratar, documentada, exigente con ella misma y con su equipo. Se decía que dormía en el Capitolio, claramente en broma pero a veces llegué a creerlo de verdad. Pero no era su férrea disciplina lo que más me llamaba la atención, era su innegable capacidad política. Habilidosa, audaz, ágil, sabía llevar al oponente al lugar exacto en el que ella lo quería. Su brillantez la posicionó casi como jefe de bancada, vi cómo el mismo Uribe le consultaba de manera personal importantes temas nacionales. Estoy segura de que si Valencia fuera hombre ya hubiera sido presidente de la república. Reconozco en ella, además, lo inamovible de sus convicciones y la enorme seriedad con la que las asume. Es una política excepcional, con los claros y los oscuros que ello implica.
Aunque nos separen abismos ideológicos a Valencia y a mí, valoro su existencia en el panorama actual. Creo, además, que hay gallardía en el reconocimiento de las virtudes del adversario. En ello se construye no solo la grandeza personal, sino también la de una nación. Elevar la discusión pública es también edificar nuevos horizontes para la paz, la deliberación de altura y el futuro. Gracias a este diario por invitarnos a recordarlo.