Del fango al lodo
Cristina Carrizosa Calle
El pasado 30 de octubre, 71 municipios pertenecientes a la comunidad valenciana de España amanecieron cubiertos por un tapete de lodo que dejaron las inundaciones y riadas producidas por la DANA, fenómeno meteorológico que ha ocurrido siempre en el mediterráneo español, pero que esta vez mostró la furia del cambio climático. Son más de 200 los muertos y se estima que alrededor de 850.000 personas, o un 32 % de la población total de la provincia de Valencia resultó afectada por la pérdida total o parcial de su vivienda y un tejido económico destruido, con más de 62.000 empresas y 370.000 trabajadores. Se trata del peor desastre natural de la historia reciente de España.
No obstante, España crece y arroja los mejores datos macroeconómicos de Europa; la desgracia humana que hoy sufre ese país viene precedida por el lodazal que ha dejado una crisis política que irremediablemente mostró su peor cara en medio de la tragedia de los ciudadanos ya agobiados por tanta pugnacidad entre sus líderes.
De una parte, el gobierno socialista de Pedro Sánchez, envuelto en tramas de corrupción que lo tocan directamente, se ha dedicado a crear consensos con fuerzas independentistas y por tanto antiespañolas que, más allá de izquierdas o derechas, han ofendido la identidad del país. De otra parte, la oposición es fuerte en tanto gobierna en la mayoría de las comunidades autónomas (entre ellas la comunidad valenciana), pero al mismo tiempo se encuentra dividida entre líderes de derechas dedicados a bloquear al gobierno, a gesticular hipérboles y gritar insultos y tampoco logra el respaldo contundente de los españoles. En medio, el jefe del Estado, Felipe VI, un buen tipo que como un titán ha logrado mantener una monarquía debilitada por los nuevos tiempos y por el deshonor de su padre.
A seis días de la tragedia, los municipios inundados no veían aún la presencia estatal para la atención de la emergencia. Pedro Sánchez, en forma condescendiente, había expresado lo siguiente: “Si necesita más recursos, que los pida”, mientras se hacía más evidente la magnitud del desastre; se dirigía a Carlos Mazón, presidente de la Comunidad Valenciana, miembro del Partido Popular y por tanto contradictor político, quien, en efecto, no había activado el mecanismo burocrático ante el gobierno central. El gobierno de la ideología que, por principio pone al ser humano en el centro de su acción política, develaba así la mezquindad, la soberbia y hasta omisión de socorro hacia los españoles que no lo votaron.
Pedro Sánchez lleva meses victimizándose por lo que él mismo ha llamado “la máquina del fango” que, según él, en su contra maneja la oposición. Pues bien, así lo recibió el pueblo valenciano el pasado domingo: una muchedumbre enfurecida lo salpicó del mismo fango que, en su calidad de presidente, no contribuyó a limpiar de manera oportuna. El hábil y vanidoso presidente tuvo que escapar, mientras el compuesto, erguido y noble rey, junto con su esposa Letizia Ortiz, ponían su cara embarrada ante el pueblo que, al menos ese día, les devolvió el trono ante la empatía demostrada. Parece un cuento con moraleja.
Una buena comunicación política en favor de un liderazgo determinado logra casi lo imposible en los ciudadanos, pero la verdadera cara, el verdadero sustrato de los políticos, que ante todo son almas, termina tarde o temprano en el lugar que le reserva la historia y quienes decidimos en democracia.
El pasado 30 de octubre, 71 municipios pertenecientes a la comunidad valenciana de España amanecieron cubiertos por un tapete de lodo que dejaron las inundaciones y riadas producidas por la DANA, fenómeno meteorológico que ha ocurrido siempre en el mediterráneo español, pero que esta vez mostró la furia del cambio climático. Son más de 200 los muertos y se estima que alrededor de 850.000 personas, o un 32 % de la población total de la provincia de Valencia resultó afectada por la pérdida total o parcial de su vivienda y un tejido económico destruido, con más de 62.000 empresas y 370.000 trabajadores. Se trata del peor desastre natural de la historia reciente de España.
No obstante, España crece y arroja los mejores datos macroeconómicos de Europa; la desgracia humana que hoy sufre ese país viene precedida por el lodazal que ha dejado una crisis política que irremediablemente mostró su peor cara en medio de la tragedia de los ciudadanos ya agobiados por tanta pugnacidad entre sus líderes.
De una parte, el gobierno socialista de Pedro Sánchez, envuelto en tramas de corrupción que lo tocan directamente, se ha dedicado a crear consensos con fuerzas independentistas y por tanto antiespañolas que, más allá de izquierdas o derechas, han ofendido la identidad del país. De otra parte, la oposición es fuerte en tanto gobierna en la mayoría de las comunidades autónomas (entre ellas la comunidad valenciana), pero al mismo tiempo se encuentra dividida entre líderes de derechas dedicados a bloquear al gobierno, a gesticular hipérboles y gritar insultos y tampoco logra el respaldo contundente de los españoles. En medio, el jefe del Estado, Felipe VI, un buen tipo que como un titán ha logrado mantener una monarquía debilitada por los nuevos tiempos y por el deshonor de su padre.
A seis días de la tragedia, los municipios inundados no veían aún la presencia estatal para la atención de la emergencia. Pedro Sánchez, en forma condescendiente, había expresado lo siguiente: “Si necesita más recursos, que los pida”, mientras se hacía más evidente la magnitud del desastre; se dirigía a Carlos Mazón, presidente de la Comunidad Valenciana, miembro del Partido Popular y por tanto contradictor político, quien, en efecto, no había activado el mecanismo burocrático ante el gobierno central. El gobierno de la ideología que, por principio pone al ser humano en el centro de su acción política, develaba así la mezquindad, la soberbia y hasta omisión de socorro hacia los españoles que no lo votaron.
Pedro Sánchez lleva meses victimizándose por lo que él mismo ha llamado “la máquina del fango” que, según él, en su contra maneja la oposición. Pues bien, así lo recibió el pueblo valenciano el pasado domingo: una muchedumbre enfurecida lo salpicó del mismo fango que, en su calidad de presidente, no contribuyó a limpiar de manera oportuna. El hábil y vanidoso presidente tuvo que escapar, mientras el compuesto, erguido y noble rey, junto con su esposa Letizia Ortiz, ponían su cara embarrada ante el pueblo que, al menos ese día, les devolvió el trono ante la empatía demostrada. Parece un cuento con moraleja.
Una buena comunicación política en favor de un liderazgo determinado logra casi lo imposible en los ciudadanos, pero la verdadera cara, el verdadero sustrato de los políticos, que ante todo son almas, termina tarde o temprano en el lugar que le reserva la historia y quienes decidimos en democracia.