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Con motivo de las fiestas de Navidad y de fin de año, el periódico convocó a sus columnistas a escribir positivamente sobre alguna persona, líder político o no, de quien hayamos sido muy críticos por estar ubicado en una orilla ideológica distinta.
Me voy con Margarita Rosa de Francisco, personaje importantísimo en Colombia, no solo por tratarse de una de las mejores actrices del país, sino porque en los últimos años ha ganado un papel protagónico en la opinión pública, primero como pieza clave de la campaña de Gustavo Petro a la presidencia y luego como una de las más fieles defensoras de su gobierno desde la red social X.
En esa red social he sido muy crítica hacia la defensa incondicional de Margarita Rosa al gobierno. Encuentro incomprensible su impasibilidad frente a la corrupción, lo que incluye la toma de decisiones que menoscaban la vida y la salud de un ciudadano, el más valioso derecho que tenemos los seres humanos en una sociedad moderna de sentirnos serenos por el acceso a la sanidad pública; en cambio, se ha dedicado a promover una descabellada candidatura de la exministra Carolina Corcho, la artífice del golpe al más importante avance social que hayamos visto las personas de nuestra generación en Colombia.
Así mismo, hace unos días, en forma vehemente, comenté en X uno de sus trinos que, a mi juicio, era inoportuno por la afirmación que consideré una falta a la verdad de su parte. No obstante me sostengo en la sustancia de lo que allí opiné, cerré el post con una frase del todo equivocada que daba la idea de estar llamando a la censura de Margarita Rosa. Con el papayazo, no se hicieron esperar la avalancha de cuentas gobiernistas. Uno de los insultos que más se repitió fue el de “envidiosa”; es decir, sostienen que el hecho de controvertir la postura de Margarita Rosa, es una señal de mi envidia hacia ella, lo que me llevó a la siguiente reflexión:
Tal vez tienen razón: es envidiable la capacidad dialéctica de Margarita Rosa, su compostura ante las hordas que la atacan a diario apelando a la infamia en su contra. Es envidiable su talento artístico que llevó a millones de mujeres a soñar junto a la Mencha, a llorar de la mano de la Gaviota y hoy a morir de risa con Doña Ruth, perfecta representación de esa Colombia anacrónica, inmoral y estúpida que ambas repudiamos. Envidiable es también su digna convicción ideológica que no se ablanda ante nada ni nadie y que nunca la ha hecho dudar de apoyar el que a mi juicio es un nefasto gobierno. Es envidiable su buena pluma, con la que ha sostenido temas difíciles, como el del aborto, que expuso en una de las mejores textos que yo haya leido sobre ese asunto. Envidiables su belleza natural y su cuerpo atlético que dan cuenta de su disciplina y tenacidad. Y envidiable su aguda inteligencia, con la que enseñó a esas hordas que la apoyan en X y a mí misma, que basta ofrecer un abrazo para desarmar a cualquiera, o escribir una frase lúcida para hacer comprender, hasta el más contrario de los contrarios, cuán drásticos e irracionales podemos llegar a ser.
En un país estresado, polarizado y desesperanzado políticamente, agobiado por la violencia, estos espacios de opinión se convierten en un deber con los lectores que buscan, más que agentes de confrontación, análisis moderados y referentes confiables que inviten a la reflexión. Por eso pido excusas públicas a Margarita Rosa por mi absurda frase; seguiremos estando en desacuerdo sobre las formas de conseguir lo que ambas anhelamos: un país en el que todos seamos protagonistas, en el que los privilegios se hagan más anchos y en el que dejemos de odiarnos.
Feliz 2025.