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A Colombia, según las los estándares universales, cada vez más le deja de ir bien en las mediciones que organismos especializados surten para evaluar la competitividad de los países en el ámbito mundial.
Y entre las principales causas que el Foro Económico Mundial, FEM, el organismo que lo hace, señala en su más reciente informe para resaltar el descenso de Colombia aparece, como en veces anteriores pero en ascenso, la corrupción, además de las ya constantes infraestructura y debilidad institucional.
No es casual que como magnitudes invariables siempre aparezcan estas tres razones marcando muy alto, cuando de determinar que tanto ha alcanzado el país en competitividad para enfrentar las dinámicas de su desarrollo y progreso y consolidar su menguada institucionalidad.
Desde luego, es la corrupción el indicador más sobresaliente en las mediciones que nos dicen de manera realista que tan próximos o alejados estamos de alcanzar niveles satisfactorios en el panorama económico a nivel global, regional y local.
Que sean esos tres elementos en su orden los marcadores que determinan el análisis y resultados de la medición del FEM, cuanto pone de presente es la incuestionable y por demás solida trabazón que existe entre ellos, articulada por el sincronizado mecanismo de una institucionalidad débil y proclive a la vulnerabilidad de los agentes de la corrupción.
Es precisamente en esta pluralidad de poderes, en la institucionalidad, surgidos del Estado y formalmente reglados y aceptados por los individuos para el cumplimiento de los fines y objetivos del contrato social, en donde primariamente se incuban los gérmenes incontrolables de la corrupción que darán en aniquilar sin tregua y en su provecho los bienes, recursos y presupuestos de naturaleza pública.
Con ese protervo fin se configuran empresas dedicadas exclusivamente a explotar el recurso “presupuesto público”, configurando una holding política y electoral de carácter local o regional que garantice la elección de alcalde o gobernador, vía expedita para acceder a la caja de caudales de la contratación pública, controlar la institucionalidad y despacharse los presupuestos y la burocracia clientelar.
Que cada año somos menos competitivos en transparencia, infraestructura e institucionalidad, es verdad que no requiere demostración, basta saber cuánto se engullen los gobiernos corruptos y poderes regionales y locales en vías, puertos marítimos y fluviales, acueductos, aeropuertos, ferrocarriles, trenes de lejanías y cercanías, carreteras, dobles calzadas, avenidas, rutas del sol, que se contratan, se pagan y no se construyen.
Y cuanto dejan de investigar y sancionar los órganos con poder de la institucionalidad investidos para tan ponderada pero nunca efectiva y edificante misión.
Dejemos de ser ingenuos y aparateros. “Corrupción”, “infraestructura”, “débil institucionalidad”, son una, y solo una, la causa eficiente de la baja competitividad de Colombia y sus regiones; eslabones que se entrelazan y amparan solida y solidariamente para fines perversos contra la institucionalidad.
Poderes que se confabulan contra lo colectivo y lo público. Desde el poder y la institucionalidad.
Y “pandillas”, “mafias o partidos”, “delincuencia oficial untada de sangre”, al decir del periodista e investigador Alberto Donadío, sus gestores y agentes institucionales, tanto en lo local como regional y nacional.
*Poeta
elversionista@yahoo.es
@CristoGarciaTap