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Acerca del “fracaso” del periodismo colombiano en 50 años de violencia reflexiona María Elvira Bonilla, directora del portal Las2Orillas, concluyendo con un mea culpa por el “errático” cubrimiento de los medios en esa travesía de medio siglo por la doliente geografía de nuestras violencias históricas.
Si reduce periodismo al cubrimiento de un hecho aislado del contexto en el que ocurre y el por qué ocurre tal hecho, o a la escueta noticia y su correspondiente registro gráfico, y a algunas crónicas, pocas para un periodo bastante extenso e intenso, es posible que no ha lugar a ese sentimiento de culpa que, como el manifestado por María Elvira, deja una profesión que ni es la más hermosa del mundo, ni es autónoma e independiente como de ella se pregona.
Y menos, mucho menos, imparcial la del periodista que la ejerce como asalariado, contratista o freelance.
Desde sus vivencias y visión de 30 años haciendo periodismo en Colombia, no cabe duda de que sus reflexiones y ejercicio continuo y el de sus colegas han estado signados por la violencia como materia prima de ese hacer cotidiano, pero no es menos cierto, y sin proponérselo ni asumirlo como tal, ni contradiciendo reglas, principios y valores de su profesión, construyendo noticia para la inmediatez, registro, difusión y consumo de una mercancía más.
Aislado de las múltiples variables y condicionantes que confluyeron para su ocurrencia y consecuente elaboración como narrativa para el consumo masivo, nunca o excepcionalmente complementada con un análisis objetivo, imparcial, ilustrativo, de las causas que la generaron; incapaz de provocar en ese consumidor pasivo y condicionado una lectura reflexiva que vaya más allá del hecho violento, a la vez que lo sensibilice y predisponga a modificar su visión, comportamiento y actitudes de cómplice silencioso de las sucesivas violencias en las que está inmerso y es víctima.
Por ejemplo, las masacres, desplazamientos y despojo de sus tierras a los campesinos, el asalto a una patrulla policial o el combate entre soldados y guerrilleros, todos sucesos de común y dolorosa ocurrencia en nuestro mapa de violencias inducidas, consentidas y utilitarias, no debería asumirlo y reducirlo el periodismo únicamente a noticia y registro gráfico de un hecho de sangre; a narrativa de metáforas de la pelea de aquellos protagonistas, víctimas todos, contra la selva para subsistir o sobrevivir.
Esa pelea, que es todo lo contrario: de la selva que es el poder, las mafias, el narcotráfico, la corrupción, la violencia y el miedo, que se volvieron institucionalidad de hecho contra unos y otros de aquellos, lo sabe y reflexiona el periodismo, pero pocas veces o nunca lo analiza, dice y expone de manera imparcial y objetiva en sus medios que, tampoco son el periodismo ni el periodista ni sirven del todo, o en parte algunos, el interés y fines superiores de la sociedad.
Ese periodo de conflictos en nuestra historia contemporánea sobre el cual reflexiona María Elvira igualmente deja al descubierto y ratifica cuánto de “errátil” y sesgado ha sido el cubrimiento de los medios en Colombia, al focalizar exclusivamente en el hecho fáctico: la masacre, el desplazamiento de campesinos, la balacera entre guerrilleros y policías, etc., su interés, desconectándolo y aislándolo por completo, “tapándolo”, de cuanto afloraría si la escueta noticia y registro gráfico a lo que se reducen los medios y periodista se mirara desde otros ángulos y enfoques.
Desde las otras violencias que subyacen en el cadáver torturado y descuartizado de un campesino, en el fusil de un soldado o de un guerrillero, en las tierras despojadas por millones de hectáreas en nuestros campos, para hablar apenas de las violencias inmediatas y mediáticas.
De esas, muy poco o nunca siempre, se ocupan los medios, el periodismo y los periodistas, y si por ahí va el mea culpa de María Elvira, vale.
Continuará…
* Poeta.