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En menos de dos semanas es la primera de dos vueltas para elegir al próximo presidente de Colombia. Los franceses, que se inventaron el sistema de las dos vueltas, que ellos llaman ballotage y nosotros adoptamos en la Constitución de 1991, dicen que en la primera vuelta se debe votar por el mejor y en la segunda, en contra del peor.
Siguiendo la sabiduría de los franceses, votaré en la primera vuelta por Sergio Fajardo. Más allá de que su campaña haya sido efectiva o no, e independientemente de que la peleadera interna del Centro Esperanza haya sido un desastre, es la persona idónea para liderar el cambio en Colombia, hoy en crisis social y profundamente dividida.
Programáticamente, Petro y Fajardo tienen muchas más cosas en común que discrepancias. La verdad es que Petro no es tan radical como lo pintan ni Fajardo es tan tibio como lo acusan. La diferencia está en el talante. Mientras el primero significaría la continuidad y profundización de la polarización, el segundo podría unir al país pese a las discordias, como ya lo demostró en la Alcaldía de Medellín y la Gobernación de Antioquia.
Muchos amigos me dicen que, según las encuestas, Fajardo ya no tiene oportunidad y, por tanto, es un voto perdido. Según la matriz de opinión dominante, el asunto ya está reducido a Petro y Fico, adelantándose a la lógica de la segunda vuelta, olvidando que aún estamos en vísperas de la primera.
También ha calado fuertemente la campaña desde el petrismo que indica que es necesario ganar en la primera vuelta porque si hay segunda ganará Fico. Hay varios problemas con esto. En primer lugar, el triunfo en primera no parece factible. Aunque todas las encuestas dan una clara ventaja a Petro, ninguna lo pone por encima del 50 %. Adicionalmente, hay una contradicción lógica: si piensan que Petro efectivamente sí puede ganar en primera vuelta, ¿por qué dudan que lo podrá hacer en la segunda? Perder implicaría que casi todos los votantes de Fajardo, Rodolfo Hernández y los demás se fueran para donde Fico, lo cual es estadísticamente improbable, por no decir imposible.
Pero, sobre todo, un triunfo de Petro en la primera vuelta no es deseable para la democracia. Si ya muestra claras señales de megalomanía, imagínese cómo sería si llegara a ser coronado en primera vuelta. El único que lo ha logrado en Colombia ha sido Álvaro Uribe, en 2002 y 2006, y todos sabemos cómo terminó eso.
Lo que sí sería saludable para nuestra democracia, si efectivamente la segunda vuelta llegase a ser entre Petro y Fico, es que Fajardo saque muchos votos en la primera, así como Rodolfo y los demás, para propiciar las alianzas y los diálogos propios de las democracias multipartidistas. Un acuerdo programático de Fajardo y el conjunto del Centro Esperanza con Petro y el Pacto Histórico políticamente sería un gana-gana. Su apoyo, especialmente si viene acompañado de una buena votación en la primera vuelta, sería decisivo para garantizar el triunfo de Petro y sentar las bases para un gobierno de centro-izquierda. Por tanto, un voto por Fajardo en primera vuelta, aun si no logra pasar a la segunda, es un voto útil. Por otra parte, si por algún milagro llegara a ganar Fico, al menos no podrían achacarle la culpa a Fajardo, como lo hicieron injustamente durante cuatro años por el triunfo de Duque.
Por lo general, confío en las encuestas, ya que conozco la seriedad de quienes las realizan. Pero también sé que, por bien hechas que estén, a veces se equivocan. Recordemos el 2016, cuando se pifiaron en Reino Unido con el brexit, en EE. UU. con Trump y en Colombia con el plebiscito. Está bien que las encuestas sirvan para hacer el análisis político y que las campañas las usen para definir sus estrategias, pero no es bueno cuando los electores las utilizan para decidir por quién votar.
La única medición que vale es la que se hará en las urnas el 29 de mayo. No nos adelantemos a la segunda vuelta, que es en junio. Primero la primera.