Malo en lo político y regular en lo educativo.
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Malo en lo político y regular en lo educativo.
El experimento de Alejandro Gaviria era muy interesante desde la política y desde la política educativa. No resultó bien y no veo motivos para alegrarse, dicho por alguien que le hizo seguimiento crítico casi todas las semanas.
A mediano plazo, diríase que tiene su lado positivo este episodio de fracaso de la centroizquierda de pensamiento liberal en un gobierno de izquierda no liberal porque eso va a inducir un mayor diálogo (político y programático) de la centroizquierda con la centroderecha. Un paso necesario para evitar los populismos de izquierda y de derecha.
Pero a corto plazo el desenlace que hemos visto es preocupante: de tres voces escuchadas de sensatez, quedan dos. Si ocurriera lo mismo con Minhacienda y con Minagricultura, el riesgo de un gobierno de áulicos o temerosos del caudillo improvisador sería muy alto. Y no estamos preparados para cuatro años así.
Alejandro Gaviria, sin embargo, no se fue por defender sus convicciones en el Ministerio de Educación, como sabemos. Expresó sus ideas en relación con la reforma a la salud, éticamente indigerible, pero en educación se entregó, claudicó de entrada y nos hizo el flaco favor de darles más respetabilidad a malas ideas.
Si le hubiera puesto a la educación la misma enjundia ideológica que se permitió con la salud, no habría convivido tan cómodamente con las siguientes ideas o suposiciones: (i) que el principal problema de la educación es presupuestal y no institucional, (ii) que los subsidios a la demanda son abominables en sí mismos, (iii) que la gratuidad en la educación superior pública debe ser universal, (iv) que es aceptable que la educación oficial sea militante en causas no universalistas, y (v) que no importa que la economía política del gasto castigue a la primera infancia.
Adicionalmente, se permitió una dosis sorprendente de populismo de su propia cosecha, como aquello de “la educación y la paz total son el mismo proyecto” (imagínense la educación al vaivén de la “paz total”, dicho por un humanista liberal al que cualquier cosa “total” le debe causar alergia) y la apuesta de los “500.000 nuevos cupos en educación superior” como meta política, sin el debido soporte técnico.
Claro, también puede verse como “agradezcan que no hizo daños”, en comparación con otros ministros, pero de Gaviria no se esperaba eso y se esperaba más. Nos quedamos sin saber cuál era su proyecto de educación porque prefirió acomodarse a la corriente. Hubiera sido mejor que lo echaran por plantear una reforma educativa desafiante de dogmas que por criticar la reforma de otro.
Se perdió esa oportunidad y en cierta medida se perdió a un dirigente estructurado que se las arregló en un año para mostrarse errático y ya no tan confiable, inesperadamente seducible por el poder, no obstante proclamas en contrario. Algo lamentable en medio de la escasez ya crónica de personal preparado para el servicio del Estado.
La nueva ministra es una incógnita, más allá de los temas en los que es orgánica, pero ya veremos si mantiene las líneas y cómo enfrenta los retos, como la negociación con Fecode.