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Una mesa abordó el significado y el alcance de la ley de libertad de vientres de 1821 y la manumisión. Mis palabras.
Edgardo Pérez, de la Universidad del Sur de California; Roger Pita, secretario de la Academia Colombiana de Historia, y el suscrito hablamos en la mesa “¿Cuáles fueron las estrategias políticas del Estado colombiano para incorporar a los esclavos legados por el régimen anterior a la nación de ciudadanos?”.
Participaron activamente los profesores Daniel Gutiérrez (Externado) y Alonso Valencia e Isabel Cristina Bermúdez (Univalle).
Advertidos de mi “rol de intérprete de materiales secundarios, no de historiador que va a los materiales primarios en los archivos o hace trabajo académico sobre la bibliografía”, expuse como divulgador que tiene una visión filosófica liberal del proceso de independencia y del cambio de régimen, no obstante que en el ambiente escolar se creía muy inteligente decir que la independencia no trajo un cambio de régimen, sino uno cosmético.
Creo que la visión liberal es más fiel a la complejidad natural de los procesos sociales, con su mezcla de conflicto y consentimiento, que una visión basada primordialmente en el conflicto, que todo lo interpreta en esa clave, digamos de matriz marxista.
Conté que en el bicentenario de la Independencia, especialmente en 2010, fui a colegios de distintas partes del país a dar un relato que resumí en El Espectador (aquí “Negros libres en la independencia”). El reto era mostrar que los descendientes de africanos hacia 1810 no debían ser representados solamente por los esclavos.
Los descendientes de africanos para la época se podían clasificar en tres grandes grupos: los cimarrones (comunidades fundadas por esclavos escapados), los esclavos y los “libres de todos los colores”. La visión dominante se enfoca en los esclavos y la visión contestataria, en los cimarrones. “Los libres de todos los colores” poco aparecen en las interpretaciones.
Para una visión, los esclavos no tenían lealtad a la causa republicana, sino a su búsqueda de libertad, y por eso se enrolaban tanto en el ejército patriota como en el realista.
Si la legitimidad de los grupos subalternos en una sociedad viene de cómo se les representa en la historia y especialmente en los momentos fundacionales, esa versión basada en los esclavizados es un problema porque está sesgada.
Luego está el “cimarronismo contemporáneo”, un espíritu que emana del acto valiente de escapar y formar palenques, pero que trasladado a nuestro tiempo no ayuda a ideales modernos, como la integración.
Los “libres de todos los colores” son, en cambio, más difíciles de interpretar, empezando porque no los podemos caracterizar de forma tan segura, pero eran mucho más numerosos. La mayoría, en realidad.
Buscando una “narrativa” en el Bicentenario, ensayé la noción de un “memorial de agravios” de “los libres de todos los colores” contra el régimen de castas (discriminación legal por el color de la piel) como motivación de su adhesión a la promesa de igualdad ante la ley que hacía la república.
Creo que lograba empatía para esta narrativa, casi tan poderosa para capturar la imaginación como la de los esclavos y la de los cimarrones.
Sin embargo, hubo momentos en que sentía que quienes actúan como herederos de los cimarrones literalmente estaban escupiendo la memoria de una parte de los esclavizados por no haberse fugado. He visto suficientes personas humildes paralizadas por su situación, por lo que esa denigración moral siempre me ha parecido injusta.
He creído que se necesita una comprensión de los tres grupos de descendientes de africanos y conectarla bien con la historia nacional. Y tal vez no sobre advertir que no es tan pacífico eso de preferir la historia nacional, colombiana, a una visión o sentimiento de la diáspora africana, que se promueve sin pensar en sus implicaciones.
Esta reflexión previa se vino a beneficiar mucho del libro de 2018 de la profesora Aline Helg: ¡Nunca más esclavos! Una historia comparada de los esclavos que se liberaron en las Américas.
Con este contexto, contesté a la pregunta de la mesa de debate. Aparentemente, la respuesta simple es que la manumisión (que venía de bastante tiempo atrás) y la ley de libertad de partos de 1821 fueron las estrategias del naciente Estado para volver ciudadanos a los esclavos. Además de prohibir el tráfico exterior de esclavos en la Ley de 1821.
Es de recordar que la primera ley de libertad de vientres se promulgó en 1814 en la provincia de Antioquia, también bajo liderazgo de José Félix de Restrepo, que estableció que los hijos de esclavas serían libres a los 16 años, no a los 18 años, como se dictaría en Villa del Rosario en 1821.
Los números gruesos parecen ser que hacia 1825 había cerca de 104.000 esclavos en todas las provincias, incluidas las de Venezuela y Quito. Jorge Tovar documentó en un libro que entre 1821 y 1851 alrededor de 50.000 esclavos alcanzaron la libertad por manumisión en el actual territorio de Colombia (incluyendo alrededor de 30.000 sin contraprestación directa).
Como cuando entra en vigencia la ley de abolición, el 1° de enero de 1852, se estima que había 16.000 esclavos, tocaría poder ver las cifras por provincias del Nuevo Reino de Granada, Capitanía de Venezuela y Presidencia de Quito para aclarar el alcance de la manumisión, pero tal vez sea arriesgado afirmar que fue un claro fracaso, como se ha dicho.
Para evitar el anacronismo de reclamarles a los actores del pasado que no hayan actuado con los valores del presente, o sea del juzgador, lo mejor es evaluar con los propios términos de la época, basados en las reflexiones públicas que hayan hecho los actores en su momento, así implique más trabajo o un trabajo muy difícil. Con suerte se encuentran disidentes del pasado que permiten juzgar mejor la época.
Esto para anotar que la Ley de 1843 con el “concierto” de siete años más para aplazar la plena libertad legal de los nacidos bajo libertad de vientres luce como una mancha del Estado colombiano y sus élites, en apariencia por puros motivos económicos de los propietarios.
En general, entre 1837 y 1843 hubo ataques de sectores poderosos a la libertad prometida, al punto de haber permitido de nuevo legalmente la exportación de esclavos. Sin embargo, la libertad que faltaba ya era inevitable. Y que los historiadores no desfallezcan en los archivos para acercarse más a las verdades del pasado.
P.S. Olympo Morales, hijo del gran Otto Morales Benítez, presidió la concurrida mesa sobre Educación Pública en el Congreso Constituyente de 1821, que con justicia convirtieron en la mesa del General Santander y la Educación Pública, y en la que participaron varios descendientes de Santander. Olympo es un presidente de panel muy divertido, que con su humor no deja aburrir a nadie.
Para más contexto e información, “Constituyente de Villa del Rosario y un debate a la historia colombiana”, entrevista que hice al director académico del bicentenario, Armando Martínez Garnica.