Vive, y lúcido, el constitucionalista y secretario general de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991.
"El último de su especie", puede decirse de Jacobo Pérez Escobar. La especie de los constitucionalistas que representaron la dignidad del servicio público en el siglo XX. De los que alternaron entre el poder judicial y el poder ejecutivo sin una tacha -cuando era impensable hacer méritos en el poder judicial para buscar el poder ejecutivo por las urnas-. Otra época, otra especie.
Pero él tuvo el raro privilegio de certificar la Constitución que lo volvería una figura del pasado. Como secretario general de la Constituyente de 1991, después de que los delegatarios firmaron hojas en blanco en el acto de proclamación de la nueva Carta el 4 de julio, Jacobo Pérez Escobar tuvo que hacer la compilación final y revestir de formalidad dicha expedición. Como contó Humberto de la Calle en el libro Contra todas las apuestas, el episodio requirió la buena voluntad del secretario general, que por demás había ejercido el cargo ad honorem.
Antes de la Carta de 1991, las generaciones de abogados se iniciaban en el derecho constitucional con los libros de Jaime Vidal Perdomo, Jacobo Pérez Escobar, Luis Carlos Sáchica, Vladimiro Naranjo Mesa y Javier Henao Hidrón. Con el nuevo constitucionalismo, esos autores empezaron a ser desplazados por Manuel José Cepeda, Diego López, Rodrigo Uprimny, Juan Manuel Charry y Alexei Julio, entre otros -hablando de tratadistas colombianos-. Todavía se enseñan y examinan los de antes, pero el derecho constitucional ya no se comprende como ellos lo hacían.
Jacobo Pérez Escobar había sido miembro del comité de la reforma constitucional de 1968 -Carlos Lleras Restrepo lo conocía desde que había sido jurado de su tesis en la Universidad Nacional-, secretario general del Ministerio de Gobierno y ministro encargado en ese periodo, secretario jurídico de la Presidencia de la República con Misael Pastrana, Consejero de Estado, magistrado de la Corte Suprema de Justicia y gobernador del Magdalena. Cuando el Partido Liberal lo nominó para la secretaría general de la Asamblea Constituyente estaba poniendo a un jurista reconocido y entrenado en funciones ejecutivas en un cargo delicado.
Que esa fue una decisión atinada se demostró a lo largo de los cinco meses de arduo trabajo de la Constituyente y de las noches sin descanso (en la suite 1135 del Hotel Tequendama) para la certificación legal de la Constitución, pues durante dos días se dijo "Constitución no hay". Jacobo Pérez Escobar firmó uno a uno los folios originales de la Carta del 91 en la madrugada del 7 de julio, con un escolio que era una elegante lección para Álvaro Gómez Hurtado.
El Partido Liberal le había deparado ese honor, 40 años después de haber presidido la Gran Convención Nacional de Juventudes Liberales, en Bogotá, sentado en medio del expresidente Eduardo Santos y de Carlos Lleras. Él, nacido en Aracataca, sin más recursos que su espíritu y su inteligencia, estaba ahí por su liderazgo y su palmarés de un promedio de calificaciones de 4,9 sobre 5.
Un espíritu que lo llevó a comenzar la biografía de Luis Antonio "El Negro" Robles siendo estudiante del Liceo Celedón de Santa Marta y que lo tiene hoy en la vigésima revisión de su opúsculo "Aracataca, terruño de mi condiscípulo Gabriel García Márquez", con quien compartió salón de clase en 1947 en la Nacional. Jacobo en primera fila tomando apuntes y Gabo en la última fila, leyendo otras cosas, seguro de que su paisano le prestaría los apuntes. Gabo, agradecido, lo llamó su “condiscípulo eterno”.
@DanielMeraV
Vive, y lúcido, el constitucionalista y secretario general de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991.
"El último de su especie", puede decirse de Jacobo Pérez Escobar. La especie de los constitucionalistas que representaron la dignidad del servicio público en el siglo XX. De los que alternaron entre el poder judicial y el poder ejecutivo sin una tacha -cuando era impensable hacer méritos en el poder judicial para buscar el poder ejecutivo por las urnas-. Otra época, otra especie.
Pero él tuvo el raro privilegio de certificar la Constitución que lo volvería una figura del pasado. Como secretario general de la Constituyente de 1991, después de que los delegatarios firmaron hojas en blanco en el acto de proclamación de la nueva Carta el 4 de julio, Jacobo Pérez Escobar tuvo que hacer la compilación final y revestir de formalidad dicha expedición. Como contó Humberto de la Calle en el libro Contra todas las apuestas, el episodio requirió la buena voluntad del secretario general, que por demás había ejercido el cargo ad honorem.
Antes de la Carta de 1991, las generaciones de abogados se iniciaban en el derecho constitucional con los libros de Jaime Vidal Perdomo, Jacobo Pérez Escobar, Luis Carlos Sáchica, Vladimiro Naranjo Mesa y Javier Henao Hidrón. Con el nuevo constitucionalismo, esos autores empezaron a ser desplazados por Manuel José Cepeda, Diego López, Rodrigo Uprimny, Juan Manuel Charry y Alexei Julio, entre otros -hablando de tratadistas colombianos-. Todavía se enseñan y examinan los de antes, pero el derecho constitucional ya no se comprende como ellos lo hacían.
Jacobo Pérez Escobar había sido miembro del comité de la reforma constitucional de 1968 -Carlos Lleras Restrepo lo conocía desde que había sido jurado de su tesis en la Universidad Nacional-, secretario general del Ministerio de Gobierno y ministro encargado en ese periodo, secretario jurídico de la Presidencia de la República con Misael Pastrana, Consejero de Estado, magistrado de la Corte Suprema de Justicia y gobernador del Magdalena. Cuando el Partido Liberal lo nominó para la secretaría general de la Asamblea Constituyente estaba poniendo a un jurista reconocido y entrenado en funciones ejecutivas en un cargo delicado.
Que esa fue una decisión atinada se demostró a lo largo de los cinco meses de arduo trabajo de la Constituyente y de las noches sin descanso (en la suite 1135 del Hotel Tequendama) para la certificación legal de la Constitución, pues durante dos días se dijo "Constitución no hay". Jacobo Pérez Escobar firmó uno a uno los folios originales de la Carta del 91 en la madrugada del 7 de julio, con un escolio que era una elegante lección para Álvaro Gómez Hurtado.
El Partido Liberal le había deparado ese honor, 40 años después de haber presidido la Gran Convención Nacional de Juventudes Liberales, en Bogotá, sentado en medio del expresidente Eduardo Santos y de Carlos Lleras. Él, nacido en Aracataca, sin más recursos que su espíritu y su inteligencia, estaba ahí por su liderazgo y su palmarés de un promedio de calificaciones de 4,9 sobre 5.
Un espíritu que lo llevó a comenzar la biografía de Luis Antonio "El Negro" Robles siendo estudiante del Liceo Celedón de Santa Marta y que lo tiene hoy en la vigésima revisión de su opúsculo "Aracataca, terruño de mi condiscípulo Gabriel García Márquez", con quien compartió salón de clase en 1947 en la Nacional. Jacobo en primera fila tomando apuntes y Gabo en la última fila, leyendo otras cosas, seguro de que su paisano le prestaría los apuntes. Gabo, agradecido, lo llamó su “condiscípulo eterno”.
@DanielMeraV