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LA SANGRE DE LOS ESCLAVOS EN LA guerra de Independencia ha sido hasta ahora la única forma de incluir a los descendientes de africanos en el relato de la fundación de nuestra república.
Quisiera añadir la agenda de igualdad ante la ley o memorial de agravios de las castas de color, que recibieron instrucción militar en las milicias disciplinadas de la Corona a partir de 1773 en la Nueva Granada.
Hay que sacudirse de la pequeña “cárcel historiográfica” que solamente imagina esclavos cuando se piensa en los negros en las postrimerías de la Colonia. El censo de 1777-1778 arrojó que los esclavos eran el 8% de la población total y “los libres de todos los colores”, el 46%. La diferencia de estatus puede apreciarse en que negros y mulatos libres eran dueños de esclavos.
Pablo Rodríguez encontró que en Cali, “las familias mestizas y pardas propietarias de esclavos de servicio constituían el 54%”, y en Cartagena, “los mulatos tenían el 33% de los esclavos y los negros el 2%”. José Manuel Restrepo estimaba que en 1810 había 182.000 negros y mulatos libres, y 78.000 esclavos. Para el tercer subconjunto de los negros, los cimarrones de los palenques o escapados, es muy difícil una aproximación.
La interpretación usual (y razonable) sugiere que los esclavos fueron patriotas o realistas según la filiación de su provincia o el bando del propietario, o quién prometiera la libertad, o según el reclutamiento forzoso, si no decidían huir aprovechando su situación, con unos casos de “bandidismo social”. Es decir, su partido era el de la propia libertad. ¿Cuál podía ser la “agenda” de las castas de color, que eran dueñas de sí mismas? Sencillamente, que se acabaran las discriminaciones legales por la no “limpieza de sangre”.
Si los criollos tenían un Memorial de Agravios pidiendo igualdad ante los peninsulares, los “libres de todos los colores” tenían el suyo frente a los blancos y litigaban al respecto. En las milicias disciplinadas, los oficiales pardos debían quitarse el sombrero ante los oficiales blancos. “Todos los esfuerzos pardos para librarse de este símbolo de inferioridad social fueron vanos”, nos cuenta Allan Kuethe.
Pedro Carracedo, bachiller y doctor mulato en 1801, vio objetada su aspiración a una cátedra porque “no había presentado la probanza de limpieza de sangre” (Jaime Jaramillo Uribe). Así, las castas tenían elementos letrados y miles de hombres con una experiencia de igualdad jurídica gracias al “fuero militar” concedido a las milicias disciplinadas.
De modo que cuando las constituciones provinciales de la Primera República (o “Patria Boba”), entre 1811 y 1814, una tras otra establecieron una república con ciudadanos iguales ante la ley, eliminando jurídicamente las castas, fueron éstas las que tuvieron un motivo para defender el nuevo orden ante la reconquista. Ya se había cumplido el temor del visitador regente Gutiérrez de Piñeres en 1780: “Con las milicias (…) el más vil negro, mulato, tercerón, ahora se considera ya igual a cualquier hombre blanco …” (Kuethe).
* Directivo de Fundación Color de Colombia