Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Tres autoderrotas: la intelectual, la moral y la programática.
Como en el cuento de Jorge Luis Borges “Tema del traidor y del héroe”, que son la misma persona, al presidente Petro le quedarían bien los temas del vencedor y del perdedor, del esclarecido y del equivocado. Sin Petro, la izquierda radical no habría llegado al poder; después de Petro, la izquierda radical difícilmente volverá al poder.
El presidente nos dejó saber que se siente revolucionario y quiso o quiere “hacer una revolución gobernando”. Piensa que no conquistó el poder, sino un “gobierno administrador acorralado por los otros poderes y por intereses económicos, entre ellos los de la prensa”. Lo dice el mandatario de un régimen presidencial. Para Petro, “el poder” es el poder absoluto, y la única manera de liberarse de los otros poderes “es con un pueblo movilizado”, que viene siendo el sustituto de tomarse el poder por las armas.
Todavía no ha salido la carta de los intelectuales que han apoyado a Petro una y otra vez con misivas, distanciándose de esta concepción del poder en una democracia. Es decir, distanciándose de la idea de una revolución que requiere el poder absoluto, una dictadura. Gustavo Petro ha encandilado o subyugado tanto a la intelectualidad de izquierda colombiana, mayoritaria, que esta prefiere guardar silencio (cómplice) a sostener una visión democrática del poder y de una revolución posible (contradiciendo a Petro).
La intelectualidad de izquierda se atribuía un rol de conciencia crítica de la sociedad, convirtiendo con ese argumento a buena parte de los educados universitarios en correligionarios, pero Petro la acalló, haciendo notar que no son una “conciencia crítica”, sino una conciencia ideológica determinada, con conducta puramente política. La autoridad moral y la legitimidad de la intelectualidad de izquierda se han visto socavadas por el primer presidente de izquierda radical.
A la autoderrota intelectual, se suma la autoderrota moral. La danza de dinero a raudales en la campaña, los escándalos de corrupción y la persistencia en comprar votos en el Congreso (de la mano de Benedetti) con prácticas que ayer denunciaban con indignación, llevan a una bancarrota moral de la que difícilmente se podrá reponer la izquierda radical. No solo no fueron eficaces controlando o evitando la corrupción, sino que se destacaron en ella.
Y, por último, la autoderrota que más daño ha causado: la programática. Quedó claro que la izquierda radical tiene un marco mental que le impide entender los problemas del país y proponer las soluciones adecuadas. Para ellos la revolución es, fundamentalmente, acabar aquello que no se basa en su ideología estatista, anti-capitalista y socialista. Dispuestos a recomenzar (improvisar, en realidad), así se destruya lo largamente construido y mejorado.
Quedó claro que no tienen los líderes para dirigir el país en los distintos campos, y que estaban dispuestos a aliarse con cualquiera que les vendiera su opinión. Lo sorprendente sería que no sobrevenga su derrota político-electoral en 2026.