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La chambonería destructiva puede terminar por imponer una etapa de normalización, aplazando reformas.
En teoría, de las dos consecuencias intelectuales evidentes del gobierno Petro, i) la revalorización de la democracia liberal y ii) la valorización del reformismo democrático, esta última lleva al reto de pensar un cambio social distinto del que nos ha ofrecido la izquierda populista y radical.
Pero la chambonería e irresponsabilidad que estamos viendo ha ido creando una necesidad urgente de corregir, de regresar a la normalidad y a la sensatez, que bien podría dejar poco margen para pensar nuevas políticas, en detrimento de otro cambio posible.
Con poco tiempo y crisis encima, siempre será más seguro regresar a políticas que funcionaban. Corregir en el marco de una reorientación de política es un doble trabajo, pues hay que tener claro el nuevo diseño institucional primero. Así, la “normalización” puede ganarle a la reforma en el próximo periodo.
Si en otros sectores pasa lo que en educación, parar las consecuencias de las genialidades de la política del shu shu shu consumirá mucho del tiempo necesario para las innovaciones. Por ejemplo, con el Icetex: será urgente una buena política de subsidios a la demanda y de focalización de líneas subsidiadas, en los términos más o menos conocidos.
Si se pretende meter esa política “normal” en una reforma integral de la financiación del sistema de educación superior, con costo por estudiante, financiación contingente al ingreso y gratuidad diferencial en las IES estatales (evitando regresividad en el gasto), la gestión se volvería muy exigente.
Con la precaria gobernabilidad de un multipartidismo disfuncional, gran cosa sería corregir rápido todos los absurdos. En política petrolera, enmendar lo de “no firmar más contratos de exploración en carbón y petróleo y gas”, llevará un trabajo descomunal y será prioritario. Tal vez no alcance el tiempo para innovaciones de gran calado.
De modo que la hora del reformismo podría no ser la de la primera legislatura. Si los expertos y técnicos no tienen muy avanzados los paquetes antes del siete de agosto de 2026, no habrá chance. Y no tendrán los paquetes sectoriales casi listos porque difícilmente los líderes políticos del centro a la derecha se pondrán de acuerdo para que la tecnocracia y los tanques de pensamiento elaboren un manual programático fundamental para 2026-2030.
La posibilidad real de corregir y al tiempo redefinir el “cambio” depende de ese acuerdo de alto nivel para ganar un año de preparación de la acción de gobierno, el año 2025, antes de entrar en la turbulencia de la campaña presidencial. Es lo que se requiere para pasar de la respuesta actual de “cambio sí, pero no así”, que implícitamente acepta el cambio propuesto, a “ese cambio no, este, y así”, que deje claro un proyecto de nación que aprende de Corea del Sur y Singapur, por ejemplo, y no que se relame por seguir fracasos estruendosos.