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Un contexto para “El valor del aporte afrocolombiano”, editorial de El Espectador sobre la variable reconocimiento.
Hace 10 años escribí en El Tiempo dos columnas que quisiera resumir en esta semana de Afrocolombianos del Año, la distinción que otorgan El Espectador y Fundación Color de Colombia, de 2010 a 2019.
En la primera columna, invitaba a imaginar que “el sueño afrocolombiano es vencer la desigualdad socio-racial mediante la igualdad socio-económica”.
Que en una sociedad colombiana con “dos tercios de clase media y un 10% de ricos, los negros tengan la misma estructura social, aporten líderes cosmopolitas a las instituciones y sean fuente dinámica de la diversidad de la cultura colombiana”.
Hoy la realidad es una clase media negra mediana, una mayoría pobre y una proporción estadísticamente insignificante de ricos. Lograr este sueño requiere beneficiarse de un movimiento general de redistribución eficaz en términos de equidad y hacer parte de los mercados.
En la segunda columna, enfatizaba la noción de corresponsabilidad. “Asumir sin desfallecer la responsabilidad propia”.
“Nuestros mayores, que viajaron de pantalones cortos en canoas, barcos y trenes buscando la educación secundaria, siempre lo supieron: la responsabilidad principal de lograr un futuro mejor es propia, nuestra, individual y colectiva.
No del Estado, ni de la clase dirigente ni de la sociedad en general. Afecta nuestra dignidad pedir políticas sin fuerte corresponsabilidad de los beneficiarios”.
Una década después, la realidad es que las políticas públicas no tienen bien incorporado el concepto de corresponsabilidad, porque predomina un espíritu asistencialista y clientelista en la relación del Estado con los sectores sociales desfavorecidos.
La corresponsabilidad, anotaba, requiere: 1) “vincular a los aventajados, la clase media negra, a la causa de la gran mayoría negra desfavorecida, con el compromiso de buscar nivelación de los más pobres para competir y no beneficios para sí mismos (los aventajados)”, pues el movimiento social afro necesita compañía en la causa.
Y 2) “promover una cultura dirigente nacional entre el liderazgo afrocolombiano, que le permita dialogar con el país y encontrar soluciones aceptables y viables en asuntos complejos como las políticas afirmativas en educación, salud, crédito”.
Un asunto complejo, por ejemplo, es discriminar en el nivel local a los pobres que no son negros o afros. Así que igualar los indicadores sociales de la población negra con los del país pasa por focalizar geográficamente la acción del Estado, es decir, por anteponer un criterio regional al criterio racial.
Como la identidad es la que mueve la corresponsabilidad de los aventajados, es preciso “recrear una identidad negra que sea depositaria, intérprete y productora de una parte de la historia, la cultura y el sueño nacionales, que conviva feliz con las múltiples identidades (no étnicas) del individuo, y que esté libre del esencialismo de creer que ser negro determina toda la cultura de la persona”.
Nina de Friedmann escribió que "el comportamiento de los negros ha sido un proceso de estrategias de huida y enfrentamiento".
Lo que refleja Afrocolombianos del Año es una estrategia de "identidad e integración", más centrada en la patria colombiana que en la diáspora africana.
Esto puede ser una sorpresa para las personas intelectualmente entrenadas en entender una política minoritaria y no la idea, con un par de paradojas y matices, de una política mayoritaria de la población negra, que reelabore y mantenga el tenue papel de la “raza” en los ideales modernos colombianos desde la instauración de la República y la igualdad ante la ley.
* Directivo de la Fundación Color de Colombia.