La burla ha sido un lastre pesado para esta presidencia. Después de la elección, lo que en campaña fue un efectivo carisma bonachón pasó a ser percibido como bobada en el Gobierno. Los talentos varios que dieron votos —el juego con la pelota, la cantada, la tocada de guitarra— se convirtieron en ocasiones para el ridículo en la presidencia. Iván Duque se volvió propenso al meme, a la caricatura porcina, a la degradación humorística del subpresidente.
Le cayó como una marca, como un sino, de esos que todos hemos visto aterrizar sobre unos desafortunados en el colegio. Por ser distintos —el gordito, el bizco, el tartamudo—, por un evento al azar que desemboca en un apodo que se pega por años, por la malicia humana que se ensaña sobre unos escogidos, los que terminan teniendo que soportar montaderas sin fin e irremediables.
Para Duque empezó temprano. No se había posesionado aún y en un viaje a España en julio del 2018, dos cabezas debajo del rey Felipe, mandó saludos de Uribe. “Que lo quiere mucho”, agregó mirando hacia arriba, y las redes sociales explotaron. Poco después, en la cancha del Real Madrid, empezó a ser claro que la falta de estatura presidencial no era un problema solo de altura frente al rey.
Después de la foto con Florentino Pérez y Emilio Butragueño, un legendario delantero madridista, nuestro presidente electo recogió el balón y empezó a jugar con él. Lo balanceó en la cabeza, intentó un par de cabezazos. “¿Cuántas cabecitas se hace, Butragueño?”, preguntó Duque sobradito y lanzó de nuevo el balón hacia arriba para rebotarlo con su frente. “Yo, nada”, respondió Butragueño, “yo la cabeza la utilizaba para pensar, no para golpear”. Presidente humillado por futbolista. Risas en la cancha del Real Madrid, que dos años y medio después no han parado.
Cada periodo presidencial viene con su emoción envenenada. La gente se fija con pasión gustosa siempre sobre un aspecto negativo en particular. Odio al traidor fue el de Santos. El de Uribe es miedo al monstruo. A Duque le tocó la burla hacia el bufón.
Y a diferencia del odio y el miedo, la burla empequeñece. Como si el reto de gobernar luego de ser el elegido de Uribe, siendo joven e inexperto, no fuera ya de entrada enorme, haber caído en la piel del bufón ha hecho mucho más difícil tomar en serio esta presidencia. Un problema no solo sobre el presidente, sobre su ego, su poder y su legado. También, un problema para quienes desde afuera hacen cálculos y lecturas de lo que está pasando, como empezará a ser cada vez más importante este año preelectoral.
Porque la burla no permite ver qué hay más allá. Fija la atención en la superficie y se queda ahí pegada con risa y menosprecio. Es difícil analizar riendo. Eso, creo, está llevando a que varios calculistas de la política se estén equivocando.
La risa, sobre todo la bogotana, hacia una presidencia que se piensa débil parece distraída este 2021. Un año que, por mal que vayan las cosas, será mucho mejor que el anterior y en el que el Gobierno completará doce meses regalando plata a tres millones de familias y eventualmente repartirá 30 millones de vacunas gratis por todo el país.
Pasa en los colegios. Después de la graduación el desgraciado objetivo de la montadera bachiller se convierte en un exitoso profesional, y el montador, en el pobre diablo fracasado. Si bien es muy difícil sacudirse la fama de bobo, Iván Duque podría aún llevarse la última carcajada.