A solo ocho horas de Bogotá por carretera pavimentada está escondido a plena vista el que podría ser el parque ecoturístico y arqueológico más importante de la Amazonia colombiana: la serranía de la Lindosa, en el departamento del Guaviare.
Y es que detrás de la deforestación de la Amazonia, que a pesar de haber bajado en el 2018 sigue siendo el problema ambiental más grande que tiene el país, hay más que hectáreas de bosque biodiverso destruido, carbono emitido a la atmósfera, ganadería extensiva y acaparamiento de tierras. Además de los problemas estructurales, como ausencia de Estado, concentración de la tierra y falta de cierre de la frontera agrícola, hay un problema cultural. Nuestro país no ha logrado incorporar la Amazonia a la idea de lo que es Colombia.
En medio de su gran diversidad, el país ha dado pasos importantes en reconocerse por fuera de Bogotá, como costeño, andino y, cada vez más, del Pacífico negro e indígena. El éxito del Festival Petronio Álvarez y el respeto a la Guardia Indígena durante el paro en Bogotá son dos ejemplos. Pero la identidad amazónica parece estar aún a mil kilómetros de distancia, solo accesible para unos pocos por avión, tan lejos como está Leticia.
Esta distancia es ficticia y es urgente recortarla para proteger la Amazonia colombiana, para arrebatarle esta tierra a la visión llanera y ganadera que cada vez penetra más la selva. Al lado de La Lindosa está, a menos de una hora, San José del Guaviare. Ahí es más fácil conseguir una libra de papa del páramo andino que una fruta típica de la Amazonia. Es más común el arroz que la fariña, la harina de yuca brava que sostuvo y sostiene a los pueblos de la selva más grande del mundo. Tal vez por eso, por haber sido una tierra colonizada por gente de la cordillera y los llanos, los pictogramas ancestrales de La Lindosa, algunos fechados hace más de 12.000 años, permanecieron ignorados entre fincas ganaderas hasta hace muy poco, y siguen siendo desconocidos para la mayoría de colombianos.
Pictogramas muy similares a los del parque Chiribiquete (que no se pueden visitar), de los que hoy aún se sabe muy poco, pero que tienen claves para preguntas sobre cómo se pobló América, por ejemplo. Porque resulta que las cuentas de la llegada del Homo sapiens desde el norte, por el estrecho de Bering, no cuadran con las fechas de estos pictogramas, que son muy antiguos. Lo que sugiere que América fue poblada por hombres también desde el sur, una hipótesis emocionante que amarra a Suramérica a la Polinesia.
La Lindosa ya ha sido declarada Área Arqueológica Protegida por el Icanh y en el Guaviare avanza un proyecto para declararla Parque Regional. Un inventario rápido del Field Museum encontró que era una zona rica en especies, algunas endémicas. Tiene ríos cristalinos, algunos con algas de colores como los de La Macarena. Los campesinos que tienen tierra en la zona han empezado a reconocer el potencial turístico. Pero falta mucho en infraestructura, desarrollo científico y mecanismos efectivos de protección ambiental para una zona muy vulnerable a los incendios. Falta sobre todo que llegue gente a querer conocer, gente con hambre de Amazonia que ayude a los guaviarenses a encontrarle el valor a esta tierra por encima del llano.
A solo ocho horas de Bogotá por carretera pavimentada está escondido a plena vista el que podría ser el parque ecoturístico y arqueológico más importante de la Amazonia colombiana: la serranía de la Lindosa, en el departamento del Guaviare.
Y es que detrás de la deforestación de la Amazonia, que a pesar de haber bajado en el 2018 sigue siendo el problema ambiental más grande que tiene el país, hay más que hectáreas de bosque biodiverso destruido, carbono emitido a la atmósfera, ganadería extensiva y acaparamiento de tierras. Además de los problemas estructurales, como ausencia de Estado, concentración de la tierra y falta de cierre de la frontera agrícola, hay un problema cultural. Nuestro país no ha logrado incorporar la Amazonia a la idea de lo que es Colombia.
En medio de su gran diversidad, el país ha dado pasos importantes en reconocerse por fuera de Bogotá, como costeño, andino y, cada vez más, del Pacífico negro e indígena. El éxito del Festival Petronio Álvarez y el respeto a la Guardia Indígena durante el paro en Bogotá son dos ejemplos. Pero la identidad amazónica parece estar aún a mil kilómetros de distancia, solo accesible para unos pocos por avión, tan lejos como está Leticia.
Esta distancia es ficticia y es urgente recortarla para proteger la Amazonia colombiana, para arrebatarle esta tierra a la visión llanera y ganadera que cada vez penetra más la selva. Al lado de La Lindosa está, a menos de una hora, San José del Guaviare. Ahí es más fácil conseguir una libra de papa del páramo andino que una fruta típica de la Amazonia. Es más común el arroz que la fariña, la harina de yuca brava que sostuvo y sostiene a los pueblos de la selva más grande del mundo. Tal vez por eso, por haber sido una tierra colonizada por gente de la cordillera y los llanos, los pictogramas ancestrales de La Lindosa, algunos fechados hace más de 12.000 años, permanecieron ignorados entre fincas ganaderas hasta hace muy poco, y siguen siendo desconocidos para la mayoría de colombianos.
Pictogramas muy similares a los del parque Chiribiquete (que no se pueden visitar), de los que hoy aún se sabe muy poco, pero que tienen claves para preguntas sobre cómo se pobló América, por ejemplo. Porque resulta que las cuentas de la llegada del Homo sapiens desde el norte, por el estrecho de Bering, no cuadran con las fechas de estos pictogramas, que son muy antiguos. Lo que sugiere que América fue poblada por hombres también desde el sur, una hipótesis emocionante que amarra a Suramérica a la Polinesia.
La Lindosa ya ha sido declarada Área Arqueológica Protegida por el Icanh y en el Guaviare avanza un proyecto para declararla Parque Regional. Un inventario rápido del Field Museum encontró que era una zona rica en especies, algunas endémicas. Tiene ríos cristalinos, algunos con algas de colores como los de La Macarena. Los campesinos que tienen tierra en la zona han empezado a reconocer el potencial turístico. Pero falta mucho en infraestructura, desarrollo científico y mecanismos efectivos de protección ambiental para una zona muy vulnerable a los incendios. Falta sobre todo que llegue gente a querer conocer, gente con hambre de Amazonia que ayude a los guaviarenses a encontrarle el valor a esta tierra por encima del llano.